
TEORÍA Y PRAXIS No.41 Vol.2 Junio-Diciembre 2022
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El martirio es el testimonio supremo de la verdad. Jesucristo vino al mundo
para «dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). ¿Qué verdad? Especialmente la
verdad de Dios, un Dios amoroso que se da a sí mismo en Jesucristo; la verdad del
hombre, que participa de la esencia misma de Dios, lo que le permite ser un don
para los demás. El cristiano da testimonio con su palabra y su vida de la verdad
de Dios, de la verdad de Cristo y de la verdad de su propia identidad. San Ignacio
de Antioquía, que ofrece en sus cartas una amplia exposición del signicado del
martirio, asume su identidad como testigo llamado a ofrecer su vida por Dios, por
Cristo y por la humanidad: «Yo soy tu víctima y me ofrezco como sacricio por
vosotros, Efesios, por vuestra Iglesia, que es famosa en todos los tiempos»
42
. La
entrega de la propia vida de Ignacio es «por vosotros», es decir, un acto de amor
propter hominis y propter Dei, para el bien de los creyentes y para gloricar a
Dios
43
. Y según Paul A. Hartog, en el sistema de valores ignaciano, el martirio es la
más alta realización de la moralidad cristiana
44
.
«Dejadme ser pasto de las eras. Es a través de ellas que me será dado
llegar a Dios
45
» dice San Ignacio. Y más tarde dirá: «Lo busco a él, al que murió por
nosotros. Lo quiero a él, al que resucitó por nosotros. Mi nacimiento está cerca
46
».
El don de sí mismo se convierte en un encuentro y una comunión con Dios
47
.
42
Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios, III,1 (Los textos de las cartas de san Ignacio las tomamos de
la versión española de J.J. Ayán, Padres Apostólicos, Madrid, Ciudad Nueva, -2ª. edición, 3ª. impresión-,
2014).
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Donard sostiene que el fantasma sacricial todavía está presente en San Ignacio de Antioquía: «Nous
voyons par conséquent que, chez Ignace, le fantasme sacriciel continue d’œuvrer et que le martyre
apparaît, d’un point de vue anthropologique, en quelque sorte comme le «sacrice parfait», à savoir
qu’une victime ne vient pas prendre la place du sacriant mais que ce dernier occupe lui-même la place
qui lui est réservée sur l’autel» (“Vemos, pues, que en Ignacio sigue operando el fantasma sacricial
y que el martirio aparece, desde un punto de vista antropológico, como una especie de “sacricio
perfecto”, es decir, que una víctima no ocupa el lugar del sacricador, sino que éste último ocupa, él
mismo, un lugar que le es reservado en el altar”; traducción libre), V. Donard, «Repères pour penser
le martyre chrétien», 37. Sin embargo, nosotros insistimos con mayor énfasis que el mártir cristiano lo
es en consecuencia de su identicación perfecta con Cristo, quien historiza el don del mismo Dios a los
hombres, al grado de morir por el bien de todo el género humano.
44
Cfr. P.A. Hartog, Imitatio christi and Imitatio Dei, 14. En eso también están de acuerdo Löhr y Kleist:
Cfr. H. Löhr, «The Epistles of Ignatius of Antioch», En W. Pratscher (ed) The Apostolic Fathers: An
Introduction, Waco, TX, Baylor University Press, 2010, 91-115; J.A. Kleist, The Epistles of St. Clement of
Rome and St. Ignatius of Antioch (Ancient Christian Writers), New York, Paulist Press, 1946.
45
Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, IV, 1.
46
Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, VI, 2.
47
Esta comunión con Dios se entiende también como «santidad», porque el «Santo» es sólo Dios y quien
entra en comunión con él se hace «santo». Aquí es donde entra en juego claramente la denición de
C. Theobald del término «santo»: aquel en quien «pensées, paroles et actes concordent absolument
et manifestent la simplicité et l’unité de son être» (“los pensamientos, las palabras y las obras están
en absoluta concordancia y maniestan la simplicidad y la unidad de su ser”) en C. Theobald, Le
christianisme comme style. Une manière de faire de la théologie en postmodernité, Paris, Cerf, coll.
Cogitation dei, 2007, 71. Según Theobald, el reino de Dios se hace presente de esa manera en Jesús y,
como él y por él en la fuerza del Espíritu Santo, también en la vida de todo discípulo.