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https://doi.org/10.61604/typ.v23i47.493
http://hdl.handle.net/11715/2833
ISSN 1994-733X e-ISSN 2707-7411
CC BY-NC-SA
David Jacob Romero García*
Universidad Don Bosco
El Salvador
Correo electrónico: david.romero@udb.edu.sv
ORCID: https://orcid.org/0009-0008-4636-2046
https://doi.org/10.61604/typ.v23i47.493
http://hdl.handle.net/11715/2833
Una perspectiva de la reforma eclesial del
papa Francisco
A Perspective on Pope Francis’s Ecclesial Reform
Recibido: 30 de mayo de 2025
Aceptado: 11 de julio de 2025
Para citar este artículo : Romero García, D. J. (2025). Una perspectiva de la reforma eclesial
del Papa Francisco. Teoría y Praxis, 23(47), 87-105. https://doi.org/10.61604/typ.v23i47.493
Los artículos de la Revista Teoría y Praxis de la Universidad Don Bosco,
El Salvador, se publican bajo los términos de la Licencia Creative
Commons: Reconocimiento, No Comercial, Compartir Igual 4.0
*Doctor en Teología por la Universidad Don Bosco. Docente a tiempo completo de
la Facultad de Ciencias y Humanidades, Escuela de Teología en la Universidad
Don Bosco, El Salvador.
Artículo 4
N.o
47
Revista de Ciencias Sociales y Humanidades
Vol. 23, N.o 47 septiembre-febrero 2025 pp. 87-105
ISSN 1994-733X
e-ISSN 2707-7411
Editorial Universidad Don Bosco - El Salvador
Una perspectiva de la reforma eclesial del papa Francisco
David Jacob Romero García
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Resumen
Este artículo analiza la relevancia de la reforma eclesial
promovida por el papa Francisco a través de su magisterio
pontificio, con especial énfasis en la Exhortación Apostólica
Evangelii Gaudium, considerada fundamental para comprender
su propuesta eclesial. Se sostiene que dicha reforma implica
que todo el Pueblo de Dios asuma el compromiso de caminar
conscientemente, edificar responsablemente y testimoniar
la tarea evangelizadora encomendada por Jesús en el
Evangelio. Asimismo, se subraya el carácter reformador de
esta orientación, que permite interpretar adecuadamente los
signos de los tiempos y fortalecer la participación activa de
los cristianos en la misión de la Iglesia.
Palabras clave: Reforma eclesial, Evangelii Gaudium,
Concilio Vaticano II, Signos de los tiempos
Abstract
This article examines the relevance of the ecclesial reform
promoted by Pope Francis through his pontifical magisterium,
with particular emphasis on the Apostolic Exhortation Evangelii
Gaudium, considered fundamental for understanding his
ecclesial proposal. The study argues that this reform requires
the entire People of God to commit to walking consciously,
building responsibly, and testifying to the evangelizing
mission entrusted by Jesus in the Gospel. Furthermore,
the reformative nature of this guidance is highlighted, as
it enables a proper interpretation of the signs of the times
and strengthens the active participation of Christians in the
Church’s mission.
Keywords: Ecclesial Reform, Evangelii Gaudium, Second
Vatican Council, Signs of the Times
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Introducción
Tras la renuncia de Benedicto XVI y el inicio del pontificado de
Jorge Bergoglio se inauguró una novedad eclesial. Un Papa argentino,
cercano al pueblo, con frases sueltas muy cargadas de sabiduría y
realidad, con una clara opción por los pobres, de rostro alegre y con una
humanidad simple. Un Papa que se consideraba pecador y que erró como
todo ser humano, pero con ideas claras de cambio en la vida de la Iglesia.
Esto dio pie a investigadores tildarle de «reformador»1, pero desde un
estilo humilde, sereno y con la convicción de dialogar con la modernidad
y responder a los cambios vertiginosos que demanda; pero, sobre todo,
la visión de retornar al evangelio para evaluar el caminar de la Iglesia en
el mundo actual y proponer las correcciones necesarias para seguir en
fidelidad a Cristo (Pace, 2013, p. 246; Ivereigh, 2015, p. 405). Se trata
de devolverle a la Iglesia su rostro auténtico de servidora humilde del
evangelio desde un proceso de humanización al estilo de Jesús.
Al adoptar el nombre de Francisco, lo hizo considerando la vida de
San Francisco de Asís, un hombre humilde entre los siglos XII y XIII que
quiso vivir el evangelio sine glosa, sirviendo a los pobres y asemejarse a
la vida y misión de Jesús.
San Francisco de Asís nos sigue cautivando por su simplicidad.
No fue ningún teórico o un filósofo, ni mucho menos teólogo, como
se entiende actualmente, pero sí supo contemplar a Dios y abrazar al
hombre (Boff, 1989, pp. 34-74). Una ecuación tan necesitada en nuestro
1 Entre los escritos que se pueden citar están: Francesc Torralba (2014) El reformador;
Javier Martínez Brocal (2014) El Papa de la misericordia y (2024) El Sucesor; Austen
Evereigh (2015) El gran reformador; Andrea Tornielli (2016) El nombre de Dios es
misericordia; Thomas Leoncini (2018) Dios es joven; Dominique Wolton (2018) Política
y Sociedad; Julián Herranz (2023) Dos Papas; AA. VV. (2023) De los pobres al Papa, del
Papa al mundo; Javier Cercas (2023) El loco de Dios en el fin del mundo; y del mismo
Papa Francisco (2024) Te deseo la felicidad. Ahora, según la RAE, «reforma» es la acción
o efecto de reformar o reformarse. Introducir un cambio para transformar una realidad,
proyecto, propuesta, plan o diseño que lleva un proceso de planificación. Cfr. https://dle.
rae.es/reforma. Y en el caso de la Iglesia católica, se trata de un volver a los orígenes
para evaluar el caminar eclesial conforme al arquetipo, Jesús (Pablo VI (1963). Discurso
inaugural de la Segunda Sesión del Concilio Vaticano II. 29 de septiembre.
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David Jacob Romero García
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tiempo. Por ende, el card. Bergoglio seguramente retoma el nombre de
“Francisco” no sólo para recordar la pobreza y humildad del santo de
Asís, sino la necesidad de volver a edificar la Iglesia2. Una urgencia de
reforma que se atestigua en sus escritos pontificios3.
El 14 de marzo de 2013 (un día después de su elección) presentó
a los cardenales las claves de su pontificado:
En estas tres lecturas veo que hay algo en común: es el movimiento.
En la primera lectura, el movimiento en el camino; en la segunda lectura,
el movimiento en la edificación de la Iglesia; en la tercera, en el Evangelio,
el movimiento en la confesión. Caminar, edificar, confesar. Caminar:
nuestra vida es un camino y cuando nos paramos, algo no funciona.
Caminar siempre, en presencia del Señor, a la luz del Señor […] Edificar.
Edificar la Iglesia. Se habla de piedras: las piedras son consistentes; pero
piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la
Esposa de Cristo, sobre la piedra angular que es el mismo Señor. Tercero,
confesar. Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas
cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos
siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia (Francisco, 2013, p. 3).
Este movimiento de caminar, edificar y confesar enfrenta fuerzas
regresivas en la Iglesia que buscan siempre vivir cómodamente su misión,
tal como Ruggieri afirma: “a la Curia romana le es difícil abandonar su
eclesiología inamovible frente a otras más asequibles con el mundo de
hoy” (Ruggieri, 1999, pp. 225-254).
La propuesta de reforma eclesial del Papa Francisco está
concentrada en la Evangelii Gaudium, las líneas claves de un cambio tanto
2 Refiérase el acontecimiento sucedido a San Francisco de Asís, relatado por su biógrafo
Tomás de Celano: «Ya cambiado perfectamente en su corazón, a punto de cambiar
también en su cuerpo, anda un día cerca de la iglesia de San Damián, que estaba casi
derruida y abandonada de todos. Entra en ella, guiándole el Espíritu, a orar, se postra
suplicante y devoto ante el crucifijo, y […], la imagen de Cristo crucificado -cosa nunca
oída-, desplegando los labios, habla desde el cuadro a Francisco. Llamándolo por su
nombre: “Francisco -le dice-, vete, repara mi casa, que, como ves, se viene del todo al
suelo”. Presa de temblor, Francisco se pasma y como que pierde el sentido por lo que
ha oído. Se apronta a obedecer, se reconcentra todo él en la orden recibida» (Tomás de
Celano, Vida Segunda de Francisco de Asís, Capítulo VI, numeral 10).
3 Referirse al siguiente enlace: https://www.vatican.va/content/francesco/es.html
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ad intra como ad extra, como lo pidió el Concilio Vaticano II para brindarle
un rostro nuevo y enfrentar las crisis que ha provocado la postmodernidad
y la visión tecnocrática de regir las cosas de este mundo:
Aquí he optado por proponer algunas líneas que puedan alentar
y orientar en toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de
fervor y dinamismo. Dentro de ese marco, y en base a la doctrina de
la Constitución dogmática Lumen Gentium, decidí, entre otros temas,
detenerme largamente en las siguientes cuestiones: a) La reforma de la
Iglesia en salida misionera; b) Las tentaciones de los agentes pastorales; c)
La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza;
d) La homilía y su preparación; e) La inclusión social de los pobres; f) La
paz y el diálogo social, y; g) Las motivaciones espirituales para la tarea
misionera. (Francisco, 2013, n. 17)
Este rumbo temático sigo para exponer los tópicos del presente
artículo para trabajar constantemente por una Iglesia apegada al
Evangelio, en permanente aggiornamento.
La reforma de la Iglesia en salida misionera
Tal como Jesús, que estuvo presente en los escenarios y desafíos
de su realidad social, política, económica, cultural y religiosa, el Papa
Francisco nos llama a ser una Iglesia en salida, pero ¿hacia dónde? ¡Hacia
todos los escenarios que aquejan a la humanidad! Es una interpretación
eclesial sostenida en la Gaudium et Spes:
El Concilio, testigo y expositor de la fe de todo el Pueblo de
Dios congregado por Cristo, no puede dar prueba mayor de
solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana que la de
dialogar con ella acerca de todos estos problemas, aclararlos a
la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el
poder salvador que la Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, ha
recibido de su Fundador […] Para cumplir esta misión es deber
permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e
interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose
a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes
interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente
y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. (Concilio
Vaticano II, 1965, n. 3-4)
Una perspectiva de la reforma eclesial del papa Francisco
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En sintonía con el Concilio Vaticano II, responder a los escenarios
actuales hay que escrutar los signos de los tiempos, pero previamente
requiere una conversión eclesial:
Puesto que toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente
en el aumento de la fidelidad a su vocación, por eso, sin duda, hay
un movimiento que tiende hacia la unidad […] Esta reforma, pues,
tiene extraordinaria importancia ecumenista […] Recuerden todos
los fieles, que tanto mejor promoverán y realizarán la unión de los
cristianos, cuanto más se esfuercen en llevar una vida más pura,
según el Evangelio. (Concilio Vaticano II, 1964, n. 6-7)
Desde una conversión eclesial se es capaz de transformar y
cambiarlo todo, pero desde el evangelio, donde la estructura parroquial,
los movimientos, las instituciones y asociaciones eclesiales muchas
veces pierden el contacto con la realidad de su lugar (Francisco, 2013, n.
27-30). Así, dicha reforma debe acontecer concretamente en cada Iglesia
local, encarnada en un espacio determinado; por ello, el primer animador,
guía y promotor de la evangelización es el obispo, el cual debe fomentar
la comunión dinámica, abierta y misionera, en diálogo pastoral con las
comunidades, pues toda centralización complica la vida y dinámica
misionera (Francisco, 2013, n. 30-32).
Una Iglesia bajo este dinamismo requiere una rumbo eclesial,
pues la verdad cristiana no es estoica, no es filosofía práctica ni un
catálogo de verdades y errores o una «estructura monolítica», sino que
expresa las verdades de fe con un lenguaje novedoso, pero sin entregar
la sustancia. Una Iglesia que conserva un aspecto de cruz desde el amor;
reconoce las costumbres propias de cada lugar, pero sin olvidar el núcleo
del Evangelio que nos pide revisarlas sin temor o quedar disminuida o
suprimida a causa de la ignorancia, inadvertencia, la violencia, el temor,
los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o
sociales. Una Iglesia capaz de salir hacia las periferias para mostrarse
abierta a todos, para invitarles a participar en la vida eclesial comunitaria
ni cerrar las puertas de los sacramentos por cualquier razón. Una Iglesia
donde los destinatarios privilegiados del Evangelio son los pobres, pues
hay un vínculo inseparable de la fe cristiana con la pobreza humanizante.
Ante todo, no una Iglesia preocupada por ser el centro y que «termine
clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos», sino
iluminada por la fuerza, la luz y el consuelo de las amistad con Jesucristo,
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quien proporciona el horizonte de sentido y de vida (Francisco, 2013, n.
38-49). Se trata de la construcción de una Iglesia que pierde el miedo de
tratar con la humanidad, que se acerca y se inmiscuye profundamente
de sus preocupaciones y alegrías, donde juntos sueñan por una nueva
humanidad en Cristo (Concilio Vaticano II, 1965, n. 1).
El itinerario de su reforma eclesial expuesta en Evangelii Gaudium4,
no es sólo una transformación de la Curia Romana como en Praedicate
evangelium5, sino de toda la Iglesia, entendida como Pueblo de Dios,
donde cada cristiano posee una responsabilidad de devolver el Evangelio
a la humanidad. Pablo VI lo expresó de la siguiente manera:
La dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando
hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que
busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así
recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y
desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros
del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido,
ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo. (Pablo VI, 1975, n.
80)
Por consiguiente, una verdadera reforma eclesial es volver al
Evangelio, a la fuente de su renovación para enfrentarse a su realidad
histórica:
Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en
los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante
creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar
la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos
creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras
cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda
auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva» (Francisco, 2013,
No. 11).
4 Una Exhortación apostólica es publicada posterior a un Sínodo de Obispos, pero el
Papa coloca el título en referencia inmediata de la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, la
cual es el documento de evangelización por excelencia. Esto refiere que el Papa quiere
volver al Evangelio para emprender una reforma en la Iglesia.
5 El Papa busca que la Curia romana se distingue por servir a la Iglesia universal, no
centralizar poder.
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Por tanto, toda reforma eclesial busca iniciar desde el mensaje de
Jesús, norma de vida siempre nueva que recupera la fe y la esperanza
de vivir con entusiasmo la vida cristiana; pero sabemos que hay muchos
desafíos por enfrentar.
Los desafíos por enfrentar en la Iglesia
Una Iglesia en salida para asumir su compromiso necesita entender
y enfrentar algunos desafíos globales que actualmente provocan crisis
planetaria, como la iniquidad que los grupos de poder económico mundial
han creado bajo un desarrollo científico que se adentra vertiginosamente
en la era del conocimiento e información acelerada, que no permite
analizar su impacto en la naturaleza humana y la biodiversidad planetaria
(Bauman, 2010, p. 147; Bauman, 2015, pp. 33-34, 89). Además, ha
producido una economía de la exclusión, que asesina sistemáticamente
con sus políticas de control, donde «los excluidos ya no son explotados,
sino desechos, sobrantes» ejecutando una globalización de la indiferencia.
Mientras tanto, la cultura del bienestar nos anestesia con la tendencia
compulsiva de comprar cosas innecesarias. Una «crisis financiera» que ha
dado origen a una crisis antropológica agrandando el fetichismo del dinero
y de la dictadura de la economía, tal como Marx lo advertía en El Capital
(Marx, 1990, pp. 77-88), imponiendo unilateral e implacablemente sus
leyes y reglas a nivel global. Esto permite la manipulación de abandonar
la ética y a Dios para agredir legal y libremente a la persona humana.
El dinero debe servir y no gobernar a los seres humanos, pues
el mal se cristaliza en todas las estructuras que potencian la medida del
dinero para valorar una persona (Francisco, 2013, n. 50-59). Ya lo advertía
San Juan Crisóstomo: “no compartir con los pobres los propios bienes es
robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino
suyos” (San Juan Crisóstomo, De Lazaro Concio II, 6: PG 48, 992D).
La Iglesia debe afrontar estos males fomentando una cultura
humanizada y humanizadora que no enaltezca “lo exterior, lo inmediato,
lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio”, pues con la excesiva
exposición a los medios de comunicación social (especialmente las
redes sociales) se crean nuevas conductas que fomentan una sociedad
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materialista, consumista e individualista. Se trata de un proceso de
secularización que pretende relegar la misión evangelizadora de la Iglesia
al ámbito privado e íntimo, deformando la exigencia ética, el sentido del
pecado personal y social, provocando un aumento del relativismo; por ello,
se propone una catequesis crítica que ofrezca un camino de maduración
cristiana (Francisco, 2013, n. 60-63; Francisco, 2024, n. 87).
La familia, de igual manera, atraviesa una crisis profunda donde
el matrimonio se reduce a una gratificación afectiva individualista
(Francisco, 2013, n. 64-66; Francisco, 2016, n. 41-43, 217, 232-252).
Por eso, es imperiosa la necesidad de inculturar el Evangelio, pero se
necesita purificar y madurar, especialmente las tendencias religiosas
individualistas, devocionales (piedad popular inadecuada), fanáticas,
supersticiosas y relativistas. También se enlista la falta de espacios de
diálogo familiar, influencia negativa de los MCS (Medios de Comunicación
Social), el subjetivismo relativista, el consumismo desenfrenado, la falta
de acompañamiento pastoral a los más pobres, la ausencia de una
acogida cordial en nuestras comunidades y nuestra dificultad para recrear
la adhesión mística de la fe en un escenario religioso plural (Francisco,
2013, n. 69-70; Francisco, 2020, n. 206-209). No olvidar que hay tráfico
de drogas, abuso y explotación de menores, abandono de ancianos y
enfermos, numerosas formas de corrupción y crímenes de diversa índole
en nuestras sociedades (Francisco, 2013, n. 75).
Los agentes de pastoral deben afrontar la experiencia de una vida
disociada de su propia identidad cristiana, una “vida espiritual terapéutica”
sin compromiso con el mundo, lo que provoca una falta de pasión
evangelizadora, una desconfianza con el mensaje de la Iglesia y termina
ahogando la alegría misionera por una obsesión de ser como todos y por
tener lo que poseen los demás. Una vida como si Dios, los pobres, los
seres indefensos y el anuncio evangélico no existiera (Francisco, 2013,
pp. 78-80).
Casi lo mismo sucede con los sacerdotes, que cuidan con obsesión
su tiempo personal; pero el problema no es el exceso de actividades, sino
actividades mal vividas, inadecuadas, sin una espiritualidad que le dé
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sentido evangélico, provocando un «inmediatismo ansioso»6 (Francisco,
2013, n. 81-82). Y hasta desviaciones contrarias a su opción vocacional.
Estos desafíos develan un «gris pragmatismo de la vida cotidiana»
que va desgastando y degenerando en mezquindad7 hasta generar una
«psicología de la tumba»8 que convierte a los cristianos en «momias de
museo» en constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin
esperanza, como «el más preciado de los elixires del demonio»9. Por ello,
los males de este mundo no deben ser excusas para reducir la entrega
y nuestro fervor, pues existe la tendencia de una conciencia de derrota
que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con «cara de
vinagre», producto de una «desertificación espiritual» (Francisco, 2013,
n. 83-86).
Algunos dentro de la Iglesia se alimentan de un espíritu de luchas
internas para conseguir el propio bienestar bajo la tentación de la envidia
o la codicia espiritual. Por eso, el Papa interroga: «¿A quiénes vamos a
evangelizar con estos comportamientos?». Al mismo tiempo, los laicos, a
los que la jerarquía debe estar a su servicio, viven un excesivo clericalismo
6 Un inmediatismo ansioso puede tener varios efectos psicológicos, algunos de los
cuales incluyen:
a. Estrés y Ansiedad: La necesidad constante de resultados rápidos.
b. Frustración y Descontento: Cuando las expectativas inmediatas no se
cumplen.
c. Impaciencia y Toma de Decisiones Impulsivas: Esto puede conducir a
decisiones apresuradas y al error.
d. Autoestima baja: Siente que no cumple sus expectativas y su autoestima
puede verse afectada.
e. Afectación en las Relaciones Interpersonales: Tiende a generar conflictos
con otras personas que no comparten la misma urgencia. Cfr. https://www.
redalyc.org/pdf/271/27130102.pdf
7 Cfr. J. Ratzinger, Situación actual de la fe y la teología. Conferencia pronunciada en el
Encuentro de presidentes de Comisiones Episcopales de América Latina para la doctrina
de la fe, celebrado en Guadalajara, México, 1996, publicada en L’Osservatore Romano, 1
noviembre 1996. Cfr. V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe,
Documento de Aparecida (29 junio 2007), No. 12.
8 Psicología de la tumba no está registrada en la comunidad científica en psicología, al
mismo tiempo se ignora cómo la interpreta el Papa, pero se puede argumentar desde
su sentido etimológico, la cual expone una realidad donde lo único que se espera es la
evidencia de la muerte o solo para recordar o realizar una investigación histórica. Ahora,
una psicología de la tumba puede implicar una tendencia a pensar que la vida cristiana
está directamente reducida a salvar el alma sin ningún compromiso histórico fraternal en
solidaridad y esperar la muerte para llegar al cielo.
9 Cfr. G. Bernanos, Journal d’un curé de campagne, Paris 1974, 135.
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y restringiendo el aporte de la mujer (Francisco, 2013, p. 98-103; Juan
Pablo II, 1988, n. 51). Además, hay que escuchar a los jóvenes con
paciencia, comprender sus inquietudes y reclamos e invitarlos a participar
activamente con mayor protagonismo en la pastoral de conjunto de la
Iglesia, con la certeza de que toda la comunidad evangeliza (Francisco,
2013, n. 104-107).
Todos estos desafíos deben ser afrontados por la totalidad del
pueblo de Dios, pues no es una urgencia unilateral de clérigos, religiosos
o laicos, sino de todos.
La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que
evangeliza
Dios nos convoca como pueblo de Dios para evangelizar con el
don de su propia cultura, pues la diversidad cultural no amenaza la unidad
de la Iglesia, sino la enriquece. Por eso, todos debemos ser evangelizados
por la cultura del evangelio, pues “cuando un pueblo inculturiza el
evangelio acontecen nuevas formas para evangelizar” (Francisco, 2013,
n. 114-121).
El Papa Francisco, retomando la Evangelii Nuntiandi de Pablo
VI expone que, el primer momento de la evangelización es el diálogo
interpersonal, no tanto con fórmulas aprendidas o palabras precisas,
sino expresarse con categorías culturales propias que provoque una
síntesis cultural evangelizadora. Debe hablarse al Pueblo de Dios con
ternura, pues la evangelización acontece cuando se aprende a escuchar
el corazón de Dios. Así, se propicia el diálogo del Señor con su pueblo y
entre los hermanos para que florezca la verdad, la belleza, la justicia y el
bien para todos (Francisco, 2013, n. 127-142; Juan Pablo II, 1998, p. 41;
Juan Pablo II, 1998, pp. 738-739).
A esta propuesta papal hay que incluir que, si bien es cierto que
la evangelización la asume la totalidad del pueblo de Dios, no debe ser
excluida la humanidad, pues cada uno tiene la posibilidad de aportar al
reino de Dios, pues el Espíritu habla por la Palabra.
Una perspectiva de la reforma eclesial del papa Francisco
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La predicación de la palabra de Dios: la homilía y su preparación
La homilía es y sigue siendo un espacio y tiempo esencial para
catequizar al pueblo de Dios, la cual debe ser bien preparada. El Papa
Francisco especifica los elementos para su preparación para evitar ideas
sueltas, aburridas y con un apagado ardor o sin espíritu. La homilía
es transmitir la verdad de la Revelación, la Tradición de la Iglesia y las
inspiraciones del Espíritu Santo en cada Iglesia local (Francisco, 2013, pp.
143-145). No debe ser una exposición erudita teológica o la oportunidad
para regañar o manipular al pueblo.
Los pasos para preparar la homilía son: a) invocar al Espíritu
Santo; b) prestar atención al texto, que significa tener paciencia, interés,
dedicación gratuita, amor por la palabra y tener actitud de discípulo. Esto
permitirá comprender la estructura del texto, entender su dinamismo y su
mensaje principal. Todo texto fue escrito para enseñar algo sobre Dios
en conexión con la revelación de Jesús; por eso, hay que tener cuidado
con interpretaciones equivocadas o parciales; c) El predicador debe estar
dispuesto a dejarse conmover, convertirse y hacerla vida la Palabra en
su existencia concreta. Tampoco se pide que seamos inmaculados, sino
en crecimiento, en el camino del Evangelio. De otro modo, será un falso
profeta, estafador y un charlatán vacío; d) Un método concreto es usar
la Lectio Divina (siguiendo una exégesis bíblica adecuada) y preguntar:
“Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida
con este mensaje?, ¿Qué me molesta en este texto? ¿Por qué esto no
me interesa?”, o bien: “¿Qué me agrada? ¿Qué me estimula de esta
Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por qué me atrae?”; e) El predicador necesita
tener un oído en el pueblo para conectar la Palabra con la situación
humana concreta, puesto que la Palabra es una fuerza de invitación a
la conversión, a la adoración, a provocar actitudes de fraternidad y de
servicio solidario, etc.; f) Hacer una resumen, «decir mucho en pocas
palabras» (Biblia, Sirácides, 32:8); g) Aprender a usar imágenes en la
predicación, usar ejemplos de vida para que el mensaje despierte un
deseo y motive a la voluntad en la dirección del Evangelio; h) Usar el
lenguaje común de las personas, aunque la sencillez y claridad de
ideas no es lo mismo, requiere rigurosidad expositiva; i) La homilía tiene
que tener un lenguaje positivo (que propone qué hacer), no quedarse
en la queja, el lamento, la crítica o el remordimiento; j) El anuncio de la
evangelización debe provocar un camino de formación y de maduración;
pero el camino de respuesta y de crecimiento está siempre precedido por
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el don de Dios que propicia una progresiva vida según el Espíritu (Biblia,
Romanos, 8:5). Por eso, la educación y la catequesis están al servicio de
este crecimiento, pero reconociendo que la homilía no es una formación
doctrinal, sino un mensaje moral cristiano10 ;y k) El evangelizador debe
ser una persona cercana, con apertura al diálogo, con paciencia y de
acogida cordial que no condena, con experiencia formativa teológica,
litúrgica y pastoral, porque no sólo se trata de anunciar lo verdadero y
justo, sino también colmar de esplendor, de gozo profundo, aún en medio
de las pruebas (Francisco, 2013, n. 146-172).
La Iglesia necesita que los pastores de su pueblo tengan la mirada
cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante la realidad del
otro, que no es una terapia psicológica, sino una peregrinación con Cristo
hacia el Padre donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión,
el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las
ovejas de los lobos que intentan disgregar el rebaño (Biblia, Mateo 7:15-
20).
La inclusión social de los pobres
Cristo se hizo pobre y cercano a los pobres y excluidos (Biblia, 2
Corintios, 8:9). En las Escrituras se explicita cómo Dios quiere escuchar
el clamor de los pobres (Ex 3,7-8.10; Jc 3,15; Dt 15,9; Si 4,6); por eso, la
Iglesia tiene la obligación de escuchar este clamor; lo más triste que hasta
la solidaridad está desgastada o manipulada por falsas ideologías o por
conveniencia para vivir cómodamente (Francisco, 2013, n. 186-188). Por
eso, el Papa habla de la solidaridad como reacción espontánea humana
que reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de
los bienes, la cual debe provocar un cambio de estructuras que renueve
las convicciones y actitudes para escuchar el clamor de los pobres.No
habla de propiciar paternalismos, sino desarrollo (la vida y sabiduría de
los pueblos). Ya Pablo nos propone el criterio de discernimiento para
medir la autenticidad de una comunidad: “no se olviden de los pobres”
(Biblia, Gálatas, 2:10), pues “la belleza última del Evangelio es la opción
por los últimos que la sociedad descarta y desecha” (Francisco, 2013, n.
189-197).
10 Cfr. Juan Pablo II (1979). Exhortación apostólica Catechesi Tradendae, el Directorio
general para la catequesis (1997) y otros documentos.
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La opción por los pobres en la Iglesia es una categoría teológica
antes que cultural, sociológica, política, económica o filosófica. Es provocar
el sensus fidei donde los pobres nos orientan el caminar y el sentir de
Dios en la historia. Optar por los pobres no se trata exclusivamente de
promover acciones o programas de promoción y asistencia, ya que el
Espíritu pide una atención profunda por el otro, especialmente al que sufre
(Lc 4, 18-19; Mt 5,4: Sal 34, 17-18; Sal 9,9; Is 25,8; 2 Cor 1,3-4). Implica
valorar al pobre en su bondad propia, su forma de ser, su cultura, su modo
de vivir la fe y acompañarlo adecuadamente en su camino de liberación;
tratando de superar el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el
mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete
a diario. Por eso, el Papa Francisco totaliza la opción por los pobres con
estas palabras: “Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por
los pobres y por la justicia social”. Además, la necesidad de resolver las
causas estructurales no puede esperar, pues la inequidad es raíz de todos
los males sociales (Francisco, 2013, n. 198-202; Biblia, 1 Timoteo 6:10).
La estructura económica y política mundial debe aprender a
reconocer la dignidad de cada persona y el bien común de cada sociedad,
pues la vocación más digna de un empresario es «dejarse interpelar por
un sentimiento más amplio de la vida y no confiar en las fuerzas ciegas
y en la mano invisible del mercado», que no es promover un populismo
irresponsable, sino de saber administrar adecuadamente la casa común, la
vida plena de todos en el mundo (Francisco, 2013, n. 203-206; Francisco,
2015, n. 13, 53, 61, 232, 243; Francisco, 2020, n. 285).
En modo ejemplar, el Papa expone la realidad de los migrantes
que, por un lado son nuevas formas de pobreza, indignación y fragilidad
donde estamos llamados a reconocer a Cristo; pero, por el otro lado, se
han instalado una serie de crímenes, mafias y delitos aberrantes donde
hay muchos manchados de sangre inocente o en “complicidad cómoda y
muda”, donde las doblemente pobres son las mujeres y sus hijos quienes
sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia (Francisco, 2013, n.
207-212).
Estos son los pobres y débiles que la Iglesia quiere cuidar con
predilección, los que son pisoteados en su derechos humanos elementales
y lo que se provoca a la hermana tierra, la cual nos sustenta y gobierna y
produce diversos frutos para todos, sin excepción.
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Esto será posible si recurrimos a un diálogo maduro y responsable
que nos conduzca a la paz, pero no la paz de los muertos, la paz de las
armas o la paz de la indiferencia.
La paz y el diálogo
La paz no es ausencia de violencia o de guerra o equilibrio precario
de fuerzas, sino fruto de la justicia (Biblia, Isaías, 32:17); pero Pablo VI
actualizó esta cita: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, la cual
está interpretada del siguiente texto:
Las diferencias económicas, sociales y culturales demasiado
grandes entre los pueblos provocan tensiones y discordias y ponen
la paz en peligro. Como Nos dijimos a los Padres Conciliares
a la vuelta de nuestro viaje de paz a la ONU, «la condición de
los pueblos en vía de desarrollo debe ser el objeto de nuestra
consideración, o, mejor aún, nuestra caridad con los pobres que
hay en el mundo —y estos son legiones infinitas— debe ser más
atenta, más activa, más generosa». Combatir la miseria y luchar
contra la injusticia es promover, a la par que el mayor bienestar, el
progreso humano y espiritual de todos, y, por consiguiente, el bien
común de la humanidad. La paz no se reduce a una ausencia de
guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz
se construye día a día, en la instauración de un orden querido por
Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres.
(Pablo VI, 1967, n. 75)
Ahora, el Papa Francisco nos dice que la paz es fruto del desarrollo
integral de todos, pero se necesitan cuatro principios que retoma de la
Doctrina Social de la Iglesia para incorporarlos en la vida de la Iglesia: 1)
“El tiempo es superior al espacio”: implica ocuparse más de los procesos
más que de poseer espacios de poder. Se trata de privilegiar acciones
con convicciones y dinamismos nuevos, pero sin prepotencia o engaño;
2) “La unidad prevalece sobre el conflicto”: entendiendo que todo conflicto
debe ser asumido, nunca disimulado, omitido o envuelto en sus propias
confusiones o insatisfacciones; por ello, la unidad es la búsqueda de la
paz junto al Espíritu que armoniza todo lo diverso; 3) “La realidad es más
importante que la idea”: las ideas desconectadas de la realidad provocan
idealismos, nominalismo ineficaces. Esto lo vemos en la política partidista
y en la fe retórica. Se trata de encarnar la Palabra que busca lo esencial
Una perspectiva de la reforma eclesial del papa Francisco
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de la evangelización: hacer obras de justicia y desarrollo humano y; 4)
“El todo es superior a la parte”: indica la tensión entre la globalización y
la localización. Ver el todo es reconocer un bien mayor; pero se trabaja
en lo pequeño, pero con perspectiva más amplia, donde confluyen las
parcialidades, conservando lo original de ellas, pues el Padre quiere que
todos se salven, sin excepción (Francisco, 2013, n. 218-237).
Bajo estos principios se puede emprender un diálogo social en la
búsqueda de la paz: un diálogo entre razón y fe; la búsqueda de una paz
«justa, memoriosa y sin exclusiones»; un diálogo entre Iglesia y Estado
donde se expongan acuerdos sobre los valores fundamentales de la
existencia humana. Por último, el Papa Francisco pide un diálogo abierto
entre la fe, la razón y la ciencia, un diálogo ecuménico, relaciones con
el judaísmo, el diálogo interreligioso y las religiones no cristianas en un
contexto de libertad y respeto (Francisco, 2013, n. 238-258); pero unidos
a una espiritualidad de la esperanza y la misericordia cristiana.
Las motivaciones espirituales para la tarea misionera
El Espíritu de una nueva evangelización requiere de misioneros
comprometidos con la causa del reino de Dios, unidos en su Espíritu que
impulsa a actuar de la siguiente manera: a) vivir y actuar sin temor, pues
las exigencias de Jesús están contracorriente con el mundo; b) aprender
a amar sinceramente a Dios como Jesús, dispuestos hasta dar la vida por
el pueblo; c) asumir la miseria humana, aprender a “tocar al leproso” de
nuestro tiempo; d) Jesús no quiere un mirada despectiva, enjuiciadora,
sino una mirada misericordiosa y solidaria. Al respecto, Benedicto XVI
expuso que: “cerrar los ojos al prójimo nos convierte también en ciegos
ante Dios” (Benedicto XVI, 2005, n. 16), porque cada persona es digna
de nuestra entrega, porque es obra del Señor y refleja algo de su Gloria;
e) La misión no es un negocio, un proyecto empresarial, una organización
comunitaria, un espectáculo o propaganda, sino el proyecto del Padre,
y; f) aprender a confiar en la intercesión de los santos, quiénes nos han
mostrado el modo adecuado de construir el reino de Dios.
En suma, al hablar de reforma, de volver al evangelio, de
emprender una evangelización que responda al humano de hoy es
necesario una mirada, una voluntad, una condición, una convicción y una
acción congruente con el mensaje de Jesús, lo cual requiere hombres
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nuevos para una nueva tierra (Biblia, Efesios, 4:22-24). Se trata de
construir una antropología cristiana, como una investigación posterior,
que se enraíza en tres documentos claves del Papa Francisco: Evangelii
Gaudium, Fratelli Tutti y Querida Amazonía11.
Conclusión
El legado del Papa Francisco es amplio, complejo, y requiere
un meticuloso estudio de su magisterio para ofrecer a la humanidad un
camino actualizado de vivir el evangelio.
En Evangelii Gaudium está contenido, como he dicho, un
programa pontificio, pero que lógicamente las vicisitudes de la vida
hicieron modificarse, pero no es su sustancia. El Papa Francisco está
convencido que la Iglesia debe renovarse constantemente, como un
mandato extraído del Concilio Vaticano II al que Juan XXIII lo abrevió en
el vocablo aggiornamento. Un nuevo respiro, un nuevo brillo, un nuevo
modo de vivir actualizado, pero conforme a las enseñanzas de Jesús.
Vivir cristianamente no es un modo de hablar o de externar
sentimientos, sino una dinámica dialécticamente transformadora de la
persona individual, de la comunidad de fe y de las opciones que la Iglesia
universal va adquiriendo a lo largo de la historia en la escucha atenta a
la voluntad de Dios y reconocer las enseñanzas de los teólogos; pero
también requiere formación seria y profunda en todo el pueblo de Dios.
El Papa Francisco nos invita a una reforma en la Iglesia, no
para autoalabarse en un seguimiento adormecido de la persona y
misión de Jesús, sino a un compromiso que inicia con un proceso
humanizado y humanizador de la vida cristiana para poder conectarse
con el mundo actual. No es posible evangelizar desde categorías
dogmáticas o preestablecidas que ya han dado muestra de su
ineficacia. Hay que renovarse desde dentro y volver a los orígenes
para retomar fuerzas y volver a sentir el impulso evangélico de ir por
el mundo y anunciar la buena nueva de Jesús (Biblia, Marcos, 16:15).
11 Estos tres documentos contienen la propuesta de una antropología cristiana que esbozo
sintéticamente: el humano debe aprender a ser un humano convencido del valor de la vida
y de la gracia dada por Cristo (Evangelii Gaudium), pero debe mostrarlo en la relación con
sus hermanos (Fratelli Tutti) en conjunto con el cuido de la casa común desde una nueva
visión del desarrollo y de la felicidad (Laudato Si’ y Querida Amazonía).
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Una reforma implica reconocer los males de este mundo y tomar
la decisión de enfrentarse a ellos. Esto conlleva asumir una Iglesia
martirial, que responde al clamor de los pobres y no a las necesidades de
los consorcios económicos internacionales y locales. Una Iglesia con este
talante requiere que todo el Pueblo de Dios esté convencido del rumbo
y destino que implica la misión de Jesús, que no basta con predicación,
sino un testimonio de inclusión contra el clericalismo, un proceso serio
formativo y no una catequesis básica, una propuesta siempre en diálogo
que conlleve cambios estructurales para el bien de la humanidad; pero
sobre todo, aprender a ser guiados por el Espíritu de Dios que se nos
adelanta para ir mostrándonos el rumbo adecuado con la ayuda del
sensus fidei desde una Iglesia en sinodalidad que opta verdaderamente
por el pobre y se inculturiza evangélicamente para seguir siendo el reflejo
de la luz de Cristo para todos los pueblos (Concilio Vaticano II, 1964, n. 1).
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