Carroña (des)informativa en Centroamérica:
la alfabetización mediática como respuesta a
los desórdenes informativos en la región
(Dis)informative Carrion In Central America:
Media Literacy As A Response To Information
Disorders In The Region
Recibido: 24 de mayo de 2024
Aceptado: 30 de julio de 2024
Los artículos de la Revista Teoría y Praxis de la Universidad Don Bosco,
El Salvador, se publican bajo los términos de la Licencia Creative
Commons: Reconocimiento, No Comercial, Compartir Igual 4.0
Artículo 4
N.o
45
Revista de Ciencias Sociales y Humanidades
Vol. 22, N.o 45 septiembre-diciembre 2024 pp. 127-145
ISSN 1994-733X
e-ISSN 2707-7411
Editorial Universidad Don Bosco - El Salvador
Willian Carballo14
Escuela Mónica Herrera, El Salvador.
Correo electrónico: wcarballo@monicaherrera.edu.sv
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1383-4261
1 Director de Investigación de Escuela Mónica Herrera, de El Salvador.
https://doi.org/10.61604/typ.v22i45.386
http://hdl.handle.net/11715/2726
Para citar este artículo : Carballo, W. (2024). Carroña (des)informativa en Centroamérica: la
alfabetización mediática como respuesta a los desórdenes informativos en la región. Teoría
y Praxis, 22(45), 127–145. https://doi.org/10.61604/typ.v22i45.386
Resumen
En Centroamérica —como ilustró el caso de la supuesta venta de carne de zopilote cual
si fuera gallina que causó alerta en cuatro países del área—, medios y páginas socio-
digitales se abalanzan diariamente sobre desinformación (carroña, vamos a llamarle)
que luego difunden para atiborrarse de likes e imponer falsas narrativas. Utilizando dicho
ejemplo como detonante, y tras revisar datos cuantitativos de estudios nacionales y realizar
entrevistas cualitativas a expertos, este artículo busca comparar cómo las audiencias de
estas sociedades son expuestas y propagan “desórdenes informativos” sobre ciencia,
salud pública y política. Los resultados revelan que el creciente acceso a internet y la falta
de competencias mediáticas vuelven a Centroamérica un ecosistema fácil de contaminar.
Como solución se propone fomentar, en confabulación con los sistemas educativos
nacionales, una Alfabetización Mediática e Informacional que complemente enfoques
tecnicistas (usar herramientas) con visiones críticas (interpretar contenidos) y articular
proyectos formativos particulares hasta hoy aislados.
Palabras clave: desinformación, fake news, Centroamérica, alfabetización mediática e
informacional, integración
Abstract
In Central America —as illustrated by the case of the alleged sale of vulture meat as
if it were a chicken that caused alarm in four countries in the area— media and socio-
digital pages pounce daily on disinformation (carrion, let us call it) that they then spread to
gorging on likes and imposing false narratives. Using this example as a trigger, and after
reviewing quantitative data from national studies and conducting qualitative interviews with
experts, this paper seeks to compare how audiences in these societies are exposed to
spread “informative disorders” about science, public health, and politics. The results reveal
that growing access to the Internet and the lack of media skills make Central America
an ecosystem that is easily contaminated. As a solution, it is proposed to promote, in
collaboration with national educational systems, Media and Information Literacy that
complement technical approaches (using tools) with critical visions (interpreting content)
and articulate particular training projects that have until now been isolated.
Keywords: disinformation, fake news, Central America, media and information literacy,
integration.
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Carroña (des)informativa en Centroamércia: la alfabetización mediática
como respuesta a los desórdenes informativos en la región
Vol. 22, N.o 45, semestral: septiembre-febrero, 2024, pp. 127-145
Willian Carballo
https://doi.org/10.61604/typ.v22i45.386
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Introducción: la fábula de la gallina, el zopilote y las fake news
Las imágenes eran dos picotazos en los ojos. En una estaban las cabezas
cercenadas de dos pájaros negros con la mirada extraviada y el cuello rugoso; y
en la otra, unas manos manipulando el cuerpo desplumado, decapitado y erizado
de un animal que parecía un ave de corral cualquiera. Aunque lo que provocaba
cortocircuito mental era el titular que amarraba las dos fotos en una sola noticia
que aquel diciembre de 2019 corrió como liebre por la internet centroamericana:
“Denuncian venta de zopes haciéndolos pasar por gallinas” (ver imagen 1).
Palabras más, palabras menos, la información fue publicada por al menos
cuatro portales y páginas de redes sociales originadas en diferentes países de la
región. Lo que cambiaba radicalmente era la locación de la presunta estafa. La
versión de un diario digital salvadoreño, por ejemplo, aseguraba que este gato por
liebre peso pluma ocurría en un puesto de carnes en San Vicente, al centro del país
(Cronio, 2019). La de un medio local hondureño narraba que la escena del delito se
montó en Choloma, al norte de ese territorio (El Informativo Cuyamel, 2019). La de
una página de redes sociales con sede en Costa Rica lo atribuía a vendedores de
Nicaragua (Vecinos de Cariari, 2019). Y el titular de otro portal costarricense dejaba
ambiguo el origen (Puntarenas se oye, 2019). Distintas versiones, mismo bulo.
El mismo copia-pega de imágenes que también circularon y causaron alarma en
México o Perú. En resumen: la misma desinformación que −valga la metáfora− fue
carne descompuesta para medios en busca de carroña que se abalanzaron sobre
ella y la difundieron sin verificar con tal de alimentarse de vistas y likes.
Imagen 1. Publicación de la misma desinformación en diferentes sitios web de El
Salvador, Honduras y Costa Rica
Fuente: capturas de pantalla de Cronio (2019), Vecinos de Cariari (2019), Puntarenas se
oye (2019) y El Informativo Cuyamel (2019).
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Suena a mala fábula de Esopo, pero lo de la gallina y el zopilote sigue
siendo aleccionador. Es la metáfora de cómo la desinformación —entendida
como información falsa, que se crea y difunde para generar daño o confundir
(Wardle & Derakhshan, 2017)— es capaz de volar por internet y contaminar de
datos no comprobados a las sociedades centroamericanas por igual. Así, si bien
el ejemplo citado fue un timo culinario con posible afectación a la salud, otras
veces se tratará de manipulación informativa de tipo político-electoral. Y otras
tantas, de notas científicas sin fundamento que parte de la audiencia se ha de
tragar. Cualquiera sea el caso −ciencia, política, sanidad−, lo que empieza como
una noticia falsa, como una media verdad o como una información cierta, pero
manipuladora, termina por contaminar los procesos democráticos, pues cuando
figuras presidenciales utilizan los bulos como herramientas de comunicación
pública (Torrealba, 2022), los ciudadanos no siempre tienen la capacidad de
identificar dicho uso. O, en todo caso, acaba por obstaculizar la salud pública,
como ocurrió en Latinoamérica durante la pandemia por covid-19 (Nieves-Cuervo
et al., 2021).
A la fecha, el fenómeno de cómo la ciudadanía se ve expuesta a estos
desórdenes informativos ha sido apenas estudiado en la región. Y, cuando se
ha hecho, ha sido de forma aislada. Los trabajos de Rodas y Solano (2021) en
Guatemala; de Carballo y Marroquín (2020a, 2020b) y López et al. (2023) en El
Salvador; de Brenes et al. (2021) en Costa Rica; de Camarero et al. (2022) y
Amaya et al. (2023) en Honduras; y un estudio comparativo global de Singh et al.
(2022), que incluyó a Nicaragua, permitieron conocer los niveles de exposición
y propagación de diferentes tipos de desinformación en cada país. Pese a su
aporte a la materia, son trabajos que no permiten colocar todas las realidades
centroamericanas bajo una misma lupa. La única comparación transnacional la
ejecutó Deutsche Welle Akademie (DW Akademie)3; no obstante, solo tomaron
en cuenta a Guatemala y a El Salvador (Baños et al., 2023).
Los esfuerzos, como se aprecia, aparte de pocos, han evadido una mirada
regional que permita poner en perspectiva la lucha contra la desinformación. Ante
esa brecha de conocimiento, el objetivo de este artículo se revela necesario:
describir, a partir de entrevistas cualitativas y de los datos cuantitativos de
los estudios previos, cómo las audiencias centroamericanas son expuestas y
18 Institución alemana que lidera proyectos de Alfabetización Mediática e Informacional
(AMI) en Guatemala y El Salvador junto a socios estratégicos.
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propagan lo que más adelante denominaremos desórdenes informativos, para
establecer similitudes y diferencias entre países. Además, pretende explorar las
iniciativas en dichas naciones para combatir este problema. La idea es, a partir
de los hallazgos, proponer soluciones que, desde una mirada regional —aunque
sin obviar las peculiaridades locales—, contribuyan a construir una ciudadanía
capaz de reconocer, parafraseando el dicho, cuando les estén dando gato por
liebre informativo. O para este caso: zopilote por gallina.
Definiendo la carroña (des)informativa: teoría básica
La desinformación —a la que en este texto se llama metafóricamente
carroña (des)informativa— no es un fenómeno nuevo. Lo que sí es cierto es
que, como plantea Becerra (2020), la precariedad económica de la actual etapa
del ecosistema de comunicaciones, sumada a la multiplicación de plataformas
digitales, ha vuelto el proceso de edición, verificación y curaduría de las noticias
“más vulnerable” y ha provocado “muchas informaciones adulteradas” (p. 15).
También conviene aclarar una confusión conceptual muy repetida: llamar
genéricamente fake news a todo lo que huela a este fenómeno. En realidad,
estas son solo una forma en la que se materializa algo mayor, eso que Wardle
y Derakhshan (2017) llaman desórdenes informativos. Estos pueden ser de tres
tipos: información errónea (mis-information), producida al compartir información
falsa, pero sin intención de dañar; desinformación (dis-information), cuando se
comparte información falsa de forma consciente para causar molestia; y mala-
información (mal-information), al compartir contenido genuino para provocar
daño. En palabras de Del Fresno-García (2019), las fake news no necesitan
siquiera ser completamente falsas para ser eficaces: basta con “la elección
intencional de datos parciales, incompletos, alterados” (p. 2)4. Retomando
y justificando la metáfora: la desinformación es carroña en la medida que es
información corrompida, de cierta forma podrida, que se distancia de aquella de
calidad.
El término “carroña” ya se ha empleado para el caso salvadoreño como
metáfora de la descomposición moral-material, relacional e institucional de la
19 Otro aspecto importante para mirar con recelo el término fake news es que se ha
manipulado electoralmente, pues se ha convertido en una etiqueta que los políticos
utilizan para desprestigiar cualquier información periodística que les resulte negativa, con
el fin de minar así la credibilidad de medios de comunicación que consideran opositores
(Egelhofer y Lecheler, 2019).
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sociedad. En un libro que analiza semánticamente el término “violencia” en el
país centroamericano, Orellana (2022) se basa en una de las últimas palabras
que el pensador jesuita Ignacio Martín-Baró habría proferido a sus victimarios
antes de ser asesinado en 1989, en el contexto de la guerra civil salvadoreña; y
la utiliza como sinónimo de “descomposición, corruptibilidad y degradación del
individuo” que ha de extender “su fetidez” hasta nuestros días (p. 150). De hecho,
en la publicación se advierte de “otros tiempos de carroña” que excederán las
fronteras de la violencia y pudrirán otros lugares y ámbitos de la sociedad. Uno
de esos otros ámbitos es, en efecto, el de la información, que cuando es falsa o
tendenciosa también se pudre más rápido que nunca en nuestros días.
Consumir esta carne tiene un impacto profundo en las entrañas de las
sociedades. Así, entre más difícil sea para la ciudadanía separar la información
fiable de los desórdenes informativos, más probable es que la construcción de
la opinión pública “se base en hechos espurios” (Del-Fresno-García, 2019, p.
8). Esto, en la práctica, se traduce en personas menos y mal informadas. Y sin
información veraz, la ciudadanía no puede ejercer plenamente sus derechos
civiles ni participar con garantías en los procesos políticos (Blanco, 2023).
Tampoco puede resguardar su salud o su vida (Becerra, 2020).
La solución que expertos como La Organización de las Naciones Unidas
para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) o la DW Akademie proponen
es la Alfabetización Mediática e Informacional (AMI). Esta se refiere al conjunto
de competencias que permiten a las personas acceder a los medios, analizar y
reflexionar sobre su contenido, producir mensajes y tomar acciones sobre los
mismos (Braesel & Karg, 2018). Su aplicación evitaría que los ciudadanos hagan
“juicios rápidos y simplistas” (p. 11) sobre los contenidos mediáticos. Y esto, en
tiempos actuales, es vital.
Metodología: sobrevolando los datos existentes y preguntando
Para cumplir con el objetivo de explorar cómo las audiencias
centroamericanas son expuestas y propagan desórdenes informativos, para
luego proponer acciones regionales para combatir el problema, se recurrió a una
investigación de alcance exploratorio-descriptivo, ideal para estudios sobre temas
sobre los que se conoce muy poco y se quieren mostrar sus diferentes ángulos
(Hernández Sampieri et al., 2003), como la desinformación en Centroamérica. El
trabajo, a su vez, estuvo basado en una aproximación documental a través de
la revisión de fuentes secundarias y de la realización de entrevistas cualitativas.
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Por un lado, se analizaron cuantitativamente los datos producto de
estudios previos o fuentes secundarias (Hernández Sampieri et al., 2003).
Se tomaron en cuenta las investigaciones de Rodas y Solano (2021), basado
en jóvenes viviendo en comunidades indígenas en Guatemala; de Carballo y
Marroquín (2020a, 2020b), con una muestra nacional en El Salvador, antes y
durante la pandemia; de Brenes et al. (2021) y su estudio a nivel nacional en Costa
Rica; y de Camarero et al. (2022), quienes trabajaron sobre temas de género y
desinformación en Honduras, así como de Amaya et al. (2023) y su indagación
basada en comunicadores de ese mismo país. Además, se utilizó el estudio
global de Singh et al. (2022), con información sobre Nicaragua; y las estadísticas
sobre conexión a internet disponibles en el Banco Mundial (2023) y Shum (2023)
y sobre verificación de noticias, en Chequeado (2023)5. Acá es importante aclarar
una limitante: son estudios realizados bajo parámetros metodológicos diferentes,
por lo que deben compararse con mesura. Aun así, son útiles como un primer
pulso para explorar similitudes y diferencias regionales.
También se usaron métodos cualitativos que permitieron entender y
contextualizar la información numérica y las realidades locales. Se realizaron
entrevistas semiestructuradas, a través de medios digitales, con personas
académicas y expertas en AMI, de Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Esta
herramienta, como asegura Folgueiras (2016), permite a través de un guion
preestablecido, pero flexible, obtener información con mayores matices sobre
el objetivo planteado, lo que permitió explorar su visión sobre el consumo de
desinformación y sobre la idoneidad de las iniciativas existentes para combatir
el problema. En El Salvador, la fuente fue Amparo Marroquín, investigadora en
temas de cultura, audiencias y desinformación; mientras que en Guatemala se
consultó a Edgar Zamora, experto en alfabetización mediática e informacional
de DW Akademie. La fuente nicaragüense, también con experiencia en el tema,
solicitó anonimato.
La información obtenida por ambas vías fue triangulada −es decir, se
buscaron patrones de convergencia para poder corroborar una interpretación
global y aumentar la validez y consistencia de los hallazgos (Benavides & Gómez-
Restrepo, 2005), hasta entender la exposición y propagación de desinformación
en la región y recopilar los esfuerzos realizados que pudieran servir de base para
un combate unificado.
5 Respecto a Panamá, Belice y República Dominicana no se encontró información
estadística sobre exposición y propagación de desinformación, por eso no se incluyen en
esa parte de los análisis.
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Resultados: Centroamérica, muy expuesta a la carroña y con esfuerzos sin
eclosionar
Lo primero que arrojan los resultados es un panorama propicio para que
la carroña y la información de calidad convivan dentro de un mismo ecosistema:
creciente conexión a internet, abundancia de celulares y amplio uso de redes
socio-digitales.
Sobre acceso a internet, conviene más hablar de microsistemas por
países, pues los porcentajes son variables entre sí e, incluso, al interior de cada
uno. Datos de 2023 muestran que El Salvador, Costa Rica y Panamá, por ejemplo,
superan el 70 por ciento de usuarios del total de su población (Shum, 2023). En
Nicaragua, en cambio, la cifra es de 57.1 por ciento. Sin embargo, estos datos
no son inmutables. Por un lado, las estadísticas pueden variar según qué fuente
se consulte; por el otro, la calidad de conexión y acceso suele disminuir en zonas
rurales.
Lo que es estable es que la cantidad de esas personas que usan internet
se ha mantenido al alza en todos los países, sin excepción (ver gráfico 1). Por
ejemplo, según el Banco Mundial (2023), El Salvador creció 29 por ciento en este
indicador en solo cuatro años; Nicaragua, 29 puntos porcentuales; y Honduras,
16.
Gráfico 1. Incremento del porcentaje de personas que usan Internet
en cada país
Fuente: elaboración propia con datos de Banco Mundial (2023)
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Las conexiones a teléfonos móviles también son llamativas. En la
mayoría de las naciones estudiadas hay más líneas celulares que personas: en
El Salvador hay 156 por cada 100 habitantes; en Costa Rica, 151 por cada 100;
y en Nicaragua, 120 por cada 100 (Shum, 2023). Y si sumamos este dato con el
acceso a internet ya explicado, resulta lógico que haya también un considerable
uso de redes socio-digitales (ver tabla 1). De nuevo, hay matices. Costa Rica
despunta, con 73.7 por ciento de usuarios con acceso a internet que utilizan
dichas plataformas; en cambio, países como Guatemala, Nicaragua y Honduras
tienen cifras de utilización abajo del 50 por ciento. Eso sí: Facebook es la reina
en la región. Además, Instagram es más popular entre jóvenes, TikTok sigue
creciendo a ritmos virales y, como mensajería, WhatsApp es imbatible.
Tabla 1. Conexión a telefonía móvil y usuarios activos de redes
sociales en 2023*
País Guatemala El
Salvador
Honduras Nicaragua Costa
Rica
Panamá República
Dominicana
Conex ión
a telefonía
móvil
125.1% 156.5% 76.1% 120.5% 151.2% 121.1% 82.6%
Usuar ios
de redes
sociales
48.4% 63% 41.8% 49.3% 73.7% 64.2% 69.1%
Fuente: elaboración propia con información de Shum (2023). *Excepto República
Dominicana, cuyos datos corresponden a 2022.
Lo dicho: hay diferencias y coincidencias. Aun así, los datos permiten
concluir que existen segmentos amplios en cada país que están conectados y
que consumen información vía internet. Acá es necesaria una aclaración: no
hay que satanizar a estas herramientas. A través de ellas, la ciudadanía puede
acceder a repositorios de información útil (Valerio-Ureña & Valenzuela-González,
2011), sobre ciencia, política o cultura. Sin embargo, al ser internet una de las
causas de la diseminación de desórdenes informativos (Becerra, 2020), tampoco
se puede esconder que los porcentajes de exposición a carroña (des)informativa
también son altos.
Los resulados así lo demuestran. Salvo en Guatemala —cuyos datos
se basan en comunidades indígenas que, a diferencia de las otras muestras,
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reconocen informarse en mayores porcentajes por radio (Rodas & Solano,
2021)— , la cantidad de personas que en las demás investigaciones nacionales
aseguran haber consumido desinformación en diferentes medios supera el 80
por ciento (ver tabla 2). Por ejemplo, en El Salvador, tanto en pandemia como en
prepandemia, 87 por ciento de personas consultadas con acceso a internet así
lo reconocieron. En Nicaragua, se midió el nivel de exposición de los ciudadanos
a diferentes rumores, y en algunos se alcanzó el 90 por ciento (como que hacer
gárgaras evitaba la Covid-19); y en Honduras, más del 80 por ciento, tanto de
comunicadores como de estudiantes hablando de desinformación sobre género,
mencionaron haber estado expuestos.
Tabla 2. Exposición de las audiencias a desórdenes informativos*
País Aspecto consultado Cifra Fuente
Guatemala Exposición en redes
sociales a algún rumor o
chisme (entre jóvenes de
comunidades indígenas)
50.8%
Rodas y
Solano (2021)
El Salvador Exposición a alguna
información que
consideren falsa
(población con acceso a
internet)
87%
Carballo y
M a r r o q u í n
(2020a)
Honduras Personas que han
sido víctimas de
desinformación
(comunicadores)
Estudiantes que
con seguridad o
probablemente han
estado expuestas a
noticias falsas sobre
violencia de género
82%
95%
Amaya et al.
(2023)
Camarero et
al. (2022)
Nicaragua Exposición a diferentes
rumores sobre Covid-19
(población en general)
Entre 60% y 90% según
el rumor (vacunas con
efectos secundarios,
afectaciones del clima,
gárgaras para evitar
enfermarse, etc.)
Singh et al.
(2022)
Costa Rica Exposición a noticias
falsas (población en
general)
Promedio en redes
sociales (en una escala
de 1 al 5): 3.02; y en los
medios de comunicación:
2.96
Brenes et al.
(2021)
Fuente: elaboración propia con base a los diferentes estudios nacionales citados *Sobre
Belice, Panamá y República Dominicana no hay datos al respecto.
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Las cifras cambian bastante cuando se pregunta —de variadas formas
y a muestras diferentes— sobre si han compartido la “información falsa” con
sus contactos. Salvo en Guatemala (32 por ciento), los números del resto de los
países no superaron el 30 por ciento. Y en el caso de Costa Rica, incluso fue
solo de 19 por ciento. Es decir: las personas suelen auto percibirse como poco
dadas a propagar desinformación6. Aun así, hablamos de que, en promedio, dos
de cada diez personas la difunden. La tabla tres resume este punto.
Tabla 3. Propagación de desórdenes informativos entre las audiencias*
País Aspecto consultado Cifra Fuente
Guatemala Comparten información falsa 32% Rodas y Solano (2021)
El Salvador Comparten información falsa
sepan o no su autenticidad.
24% Carballo y Marroquín
(2020b)
Honduras Con seguridad o probablemente
comparten información falsa, pero
aclaran que no es cierta
23% Camarero et al. (2022)
Costa Rica Compartieron noticias en redes
sociales que consideraban falsas
19% Brenes et al. (2021)
Fuente: elaboración propia con base a los diferentes estudios nacionales citados. *Sobre
Belice, Panamá, República Dominicana y Nicaragua no hay datos al respecto.
El tema en el que hay concordancia casi absoluta es en el papel que
las redes sociales cumplen para desperdigar la carroña. En todos los países
con datos disponibles, WhatsApp aparece como principal vehículo utilizado.
En Honduras, los estudiantes consultados que dijeron que “probablemente” o
“con seguridad” reenvían por esa vía contenido manipulado (sobre violencia de
género) suman 57 por ciento. Y en el caso de El Salvador, donde también se
mencionó a Facebook, son el 56 por ciento. Tanto Facebook como WhatsApp
permiten crear grupos, lo que masifica la propagación. La tabla cuatro expone
estos datos:
20 De hecho, esta es una deficiencia en este tipo de investigaciones: la gente tiende a
autoevaluarse positivamente (Mateus & Gómez, 2023).
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Tabla 4. WhatsApp como medio de desinformación en la región*
País Aspecto consultado Cifra Fuente
Guatemala Acepta haber compartido cadenas
de WhatsApp con contenido falso
32% Rodas y Solano
(2021)
El Salvador Compartieron por grupos de What-
sApp o Facebook contenido falso
56% Carballo y Marro-
quín (2020b)
Honduras Probablemente o con seguridad,
reenvía por WhatsApp conteni-
do manipulado, una vez que este
haya sido visto
57% Camarero et al.
(2022)
Costa Rica Compartió noticias falsas por
WhatsApp
18% Brenes et al.
(2021)
Fuente: elaboración propia con base a los diferentes estudios nacionales citados. *Sobre
Belice, Panamá, República Dominicana y Nicaragua no hay datos al respecto.
Una vez con las cifras claras, se indagó sobre qué está haciendo cada
país para combatir los desórdenes informativos. Las entrevistas cualitativas
arrojaron tres acciones comunes en la región: iniciativas legales para castigar
la desinformación, verificación (fact-checking) y formación en AMI, apuestas aún
en etapas embrionarias en algunas naciones. En cuanto a la primera, la tabla 5
resume lo aprobado o lo propuesto.
Tabla 5. Propuestas y acciones legales aprobadas contra fake news en
Centroamérica
Guatemala Durante el estado de calamidad pública en 2020, el Gobierno instó a
aplicar la Ley del Orden Público vigente, a quien generara rumores y
noticias falsas.
El Salvador En 2020 fue presentado un proyecto de ley para incluir entre los crí-
menes el anuncio de desastres, accidentes o peligros inexistentes,
que susciten alarma. La pena sería de tres a cinco años de prisión.
No ha sido aprobado.
Nicaragua Se aprobó la Ley Especial de Ciberdelito, que establece una pena de
dos a cuatro años de prisión y 500 días de multa para quien publique
o difunda información falsa y/o tergiversada.
Panamá La Asamblea Nacional evaluó un anteproyecto de ley para imponer
sanciones a quienes realicen alertas falsas que alarmen a la población
por medio de llamadas telefónicas o redes sociales.
Fuente: Elaboración propia con información de Pita (2021).
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Carroña (des)informativa en Centroamércia: la alfabetización mediática
como respuesta a los desórdenes informativos en la región
Vol. 22, N.o 45, semestral: septiembre-febrero, 2024, pp. 127-145
Willian Carballo
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La penalización, aunque popular entre funcionarios y candidatos, puede
provocar que los pájaros les tiren a las escopetas. Es decir, los burócratas, y
en especial, los políticos —algunos de los cuales suelen ser creadores de
desinformación (Torrealba, 2022)— diseñarían las normas para decidir qué es
fake news y designarían a los responsables de determinar culpabilidad. Esto
sería un desatino, consideran los entrevistados. Por ejemplo, el especialista
guatemalteco Edgar Zamora y la académica y experta salvadoreña Amparo
Marroquín, así como un informe de la UNESCO (Pita, 2021) y la Declaración
conjunta sobre libertad de expresión y noticias falsas, desinformación y
propaganda (Organización de Estados Americanos [OEA], 2017) concuerdan en
que estos mecanismos atentan contra la libertad de expresión y pueden usarse
para castigar a opositores y medios incómodos al poder y hasta para criminalizar
a quienes solo fueron víctimas de bulos que creyeron ciertos y los distribuyeron.
La verificación, por su parte, es un trabajo que medios periodísticos
asumen. Consiste en una especie de curadoría que determina si la carne
informativa es apta para consumo, para prolongar la metáfora. Es decir, alertan
a las audiencias sobre bulos, contenido manipulador y otros desórdenes.
Estos esfuerzos están más desarrollados en Guatemala y Costa Rica, y más
recientemente en El Salvador. Como ejemplo, desde 2020, a partir de la pandemia,
el sitio Chequeado —que sistematiza contenido sometido a verificación— registra
70 noticias originadas en Costa Rica, de las cuales 67 eran falsas o no había
certeza sobre lo expuesto; y 65 en Guatemala, de las cuales 36 tenían algún tipo
de desorden informativo (Chequeado, 2023).
La otra gran apuesta es alfabetizar mediática e informacionalmente a
las audiencias. En este punto, El Salvador, Guatemala, Honduras y Costa Rica
llevan terreno ganado, a través de procesos lúdicos y talleres, que no siempre
son sistematizados7. Estos, aunque importantes, tienen un alcance de población
limitado y, en la mayoría de las veces, dependen de la cooperación internacional.
Sin embargo, ni en estos países ni en el resto existe una política estatal que
incluya el tema en los sistemas educativos formales. Y si la hay, está limitada
a una visión meramente tecnicista, es decir, que el estudiantado sepa usar
las herramientas (Camarero et al., 2022; Marroquín et al., 2019). Así, falta el
elemento crítico, muy valioso, según los expertos.
21Garro-Rojas (2020) así lo afirma, para el caso de Costa Rica.
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Conclusiones y recomendaciones: hacia una estrategia con-fabulada
regionalmente
Los resultados obtenidos apuntan a que el ecosistema regional —aunque
con matices de país a país— es, en general, propicio para la propagación de
carroña (des)informativa. Estudiantes, jóvenes en comunidades indígenas,
comunicadores o pobladores en general aseguran estar expuestos a contenido
desinformativo en cantidades que no bajan del 50 por ciento y pueden llegar
incluso a superar el 90 por ciento. Además, cerca del 20 por ciento difunde esa
desinformación, incluso conscientes, en algunos casos, de que están propagando
material podrido, tal como fue expuesto en el apartado de resultados.
Dichos datos tienen importantes implicaciones. En una realidad de
creciente acceso a internet y a redes socio-digitales, los medios, páginas,
portales de contenido, personas particulares, partidos políticos o instituciones que
difunden información para desprestigiar o confundir pueden seguir encontrando
en Centroamérica un nido desde donde abalanzarse sobre la carroña (des)
informativa para atiborrarse de clics o promover falsas narrativas. Esa es buena
noticia para políticos que practican propaganda basada es desplumar opositores.
También lo es para medios que privilegian lo económico sobre la calidad
noticiosa y para empresas interesadas en dañar a rivales. Sin embargo, es mal
augurio para la democracia, la libre competencia y el avance cultural y científico
centroamericano.
Los esfuerzos para luchar contra este fenómeno son una manera de
deshacernos como región de esta información putrefacta. Sin embargo, hay
todavía mucho por hacer. Por un lado, que la región en general le apueste
al fact-checking es positivo; pero esto es como solo poner alcohol a la zona
afectada, un paliativo pasajero, pues en lugar de enseñar a la ciudadanía a
consumir críticamente, el trabajo se deja a medios chequeadores. La otra opción
es castigar la propagación de noticias falsas; pero acá se corre el riesgo de
coartar la libertad de expresión o usar las leyes para acallar opositores políticos
y censurar medios. La solución más viable, entonces, es fomentar competencias
mediáticas, es decir: AMI. Sin embargo, se debe pensar en una estrategia que se
confabule −hablando de fábulas− regionalmente, que sobrepase los esfuerzos
aislados. Cuatro ejes se proponen:
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1. La AMI debe formar parte importante de la agenda de trabajo de organismos
regionales como la Secretaría General del Sistema de la Integración
Centroamericana (SG-SICA), la Secretaría de Integración Económica
Centroamericana (SIECA) y el Banco Centroamericano de Integración
Económica (BCIE), como una forma de construir ciudadanía más crítica y
mejor informada en estos países.
2. Dichas instituciones deben realizar lobby con los diferentes Estados del área
para que la AMI se incluya en los planes de estudio formales. Es importante
que las personas jóvenes y la niñez puedan usar una tablet y una cámara;
pero también que sepan procesar de forma crítica los contenidos. Se debe
pasar de un enfoque tecnicista (enseñar a usar) a uno crítico (enseñar a
pensar).
3. Este artículo ha dado unas primeras luces sobre el tema en Centroamérica.
Sin embargo, se debe inyectar recursos económicos para generar más datos
empíricos e incentivar a que universidades realicen investigación comparada
bajo una misma metodología y marco muestral. Los resultados serán
evidencia para el trabajo posterior.
4. Finalmente, es necesario fomentar un trabajo en red que unifique esfuerzos
aislados hasta hoy. Las experiencias de instituciones como DW Akademie
en algunos países pueden ser útiles en otro. Pero antes hay que saber que
existen y conectarlas.
En conclusión —sin obviar las diferencias culturales—, las similitudes
de los países en términos de exposición y propagación de desórdenes
informativos obligan a pensar en estrategias conjuntas para promover un
consumo descontaminado. A la fecha, como lo metaforizó el bulo avícola inicial,
la desinformación vuela libre por una Centroamérica conectada. El reto es que
organismos internacionales, universidades, oenegés, medios y Estados se
conecten también para luchar contra ella. Si esto no ocurre, la próxima pandemia
nos hallará otra vez vulnerables ante las llamadas fake news y la siguiente
elección nos sorprenderá con datos manipulados. O, como en 2019, el próximo
diciembre nos encontrará de nuevo en el mercado con miedo a que nos intenten
dar gato por liebre. O lo que es igual: zopilote por gallina.
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