Historia de las mujeres en El
Salvador: afluente de una corriente
del siglo XX
History of Women in El Salvador:
Affluent Of A 20th Century Current
Recibido: 11 de enero de 2024
Aceptado: 07 de agosto de 2024
María Santacruz Giralt1
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas,
El Salvador.
Correo electrónico: msantacruz@uca.edu.sv
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8943-0776
Olga Vásquez Monzón2
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas,
El Salvador
Correo electrónico: ovasquez@uca.edu.sv
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6175-4311
Artículo 1
N.o
45
Revista de Ciencias Sociales y Humanidades
Vol. 22, N.o 45 septiembre-febrero 2024 pp. 19-67
ISSN 1994-733X
e-ISSN 2707-7411
Editorial Universidad Don Bosco - El Salvador
1 Doctora en Investigación en Ciencias Sociales. Profesora-investigadora del Departamento de
Sociología y Ciencias Políticas de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas.
2Doctora en Filosofía Iberoamericana. Profesora-investigadora del Departamento de Ciencias de
la Educación de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas.
Los artículos de la Revista Teoría y Praxis de la Universidad Don Bosco,
El Salvador, se publican bajo los términos de la Licencia Creative
Commons: Reconocimiento, No Comercial, Compartir Igual 4.0
https://doi.org/10.61604/typ.v22i45.383
http://hdl.handle.net/11715/2723
Para citar este artículo : Santacruz Giralt, M., & Vásquez Monzón, O. (2024). Historia de las
mujeres en El Salvador: afluente de una corriente del siglo XX. Teoría y Praxis, 22(45), 19–67.
https://doi.org/10.61604/typ.v22i45.383
Resumen
La historia de las mujeres es un campo de investigación y producción de conocimiento histórico
institucionalizado y consolidado desde la década de los setenta del siglo XX, en latitudes
latinoamericanas, anglosajonas y europeas. En El Salvador, la estabilización de este campo
historiográfico es un trabajo en proceso. A partir de la revisión documental de textos de otras
coordenadas geográficas, y del análisis hemerográfico de estudios que abordan la experiencia de las
mujeres salvadoreñas desde una perspectiva historiográfica, este artículo muestra que la producción
local en este campo ha crecido en los últimos años. Esto a pesar del desafío que la categoría de
género ha implicado para los campos salvadoreños de la historia y de las ciencias sociales. La
producción local sobre y desde las mujeres aborda temáticas diversas, orientadas al rescate de
figuras notables, al análisis de su participación en movimientos y movilizaciones sociopolíticas, y al
estudio de sus contribuciones en áreas como la participación política, la guerra civil, la educación, el
trabajo, las violencias. Sin embargo, la problematización de sus circunstancias vitales, enmarcadas
en el campo de la historia de las mujeres, es una cuestión reciente. Este artículo aspira a contribuir
a la consolidación del campo de la historia de las mujeres en El Salvador, y a enfatizar sobre su
importancia para la escritura de la historia nacional. La innovación de las preguntas de investigación
sobre las vidas y circunstancias de las mujeres implica analizar las relaciones de poder y de
género que nos construyen, para producir historiografías que ofrezcan lecturas del pasado como
herramientas para comprender el presente.
Palabras clave: historia de las mujeres, mujeres, género, historia, El Salvador.
Abstract
History of Women is a field of research and production of historical knowledge that has been institutio-
nalized and consolidated since the 1970s in Latin American, Anglo-Saxon and European latitudes. In
El Salvador, the stabilization of this historiographic field is a work in progress. Based on a documen-
tary review of texts from other geographic coordinates, and on the hemerographic analysis of studies
that address the experience of Salvadoran women from a historiographic perspective, this article
shows that local production in this field has grown in recent years. This is despite the challenge that
the category of gender has implied for the Salvadoran fields of History and Social Sciences. Local
production on and from women addresses diverse topics, oriented to the rescue of notable figures,
to the analysis of their participation in sociopolitical movements and mobilizations, and to the study
of their contributions in areas such as political participation, civil war, education, work, and violence.
However, the problematization of their life circumstances, framed within the field of women’s history,
is a recent issue. This article aims to contribute to the consolidation of the field of women’s history
in El Salvador, and to emphasize its importance for the writing of national history. The innovation of
research questions on the lives and circumstances of women implies analyzing the power and gen-
der relations that construct us, to produce historiographies that offer readings of the past as tools to
understand the present.
Keywords: History of Women, Women, Gender, History, El Salvador.
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Intenciones de partida y mapa de lectura
Pero ¿y si —como yo sugiero — la precariedad es en realidad la condición de nuestro
tiempo? Anna Tsing (2021, p.41)
El Salvador es un país precario. Inestable, inseguro, vulnerable,
provisional. Su historia como Estado-nación ha estado atravesada por viejas y
brutales expresiones de violencia y autoritarismo; de pobreza, desigualdades y
exclusiones socioeconómicas; de migraciones y desplazamientos; de corrupción
política; de vulneraciones a los derechos humanos y depredación ambiental; de
guerra civil y pandillas; de debilidad institucional y de cultura política ciudadana
autoritaria. Pensar la realidad salvadoreña implica no sólo dar cuenta de
estas problemáticas sino escudriñar las circunstancias, las características, las
preocupaciones vitales, los desafíos y, también, las acciones e interacciones de
los hombres y las mujeres que han habitado estos paisajes en distintas épocas.
Hacer historia en un país como El Salvador —con una pobre cultura
científica e investigativa, con un escaso margen para los ejercicios de
memoria histórica, y con una decidida apuesta gubernamental por la amnesia
y la destrucción del patrimonio— es un reto. Las adversidades entre las que
se sobrevive en este país son tantas, tan antiguas y cotidianas, que su ruido
y estridencia atraen las miradas, los análisis y los recursos; dejando siempre
cosas, iniciativas y grupos de población en la sombra.
En este contexto, el presente artículo ofrece una aproximación a los
esfuerzos por pensar la historia salvadoreña desde las mujeres y sus preguntas.
A partir de una revisión documental sobre el campo de historia de las mujeres en
otras latitudes, el texto ofrece un adelanto de un trabajo actualmente en curso3:
una revisión hemerográfica y bibliográfica sobre la producción salvadoreña
orientada a rescatar, analizar y, en algunos casos, problematizar las vidas, las
obras y las circunstancias vitales de mujeres salvadoreñas que, de no ser por
estos esfuerzos, habrían quedado fuera de la mira del relato historiográfico.
3 Como parte de un programa de investigación más amplio que las autoras nos encontramos
ejecutando desde 2023, interesado en el estudio de diversas dimensiones de las vidas de
mujeres durante el siglo XX y el actual, y su vínculo con la producción de conocimiento en
áreas de las ciencias, la literatura, la vida cotidiana y la historia de las mujeres. Este texto
se enmarca dentro de dicho esfuerzo.
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Nuestra aspiración con este texto es contribuir a la comprensión del
campo de la historia de las mujeres en este país. En este sentido, pretendemos
también dejar registro de los nombres y apellidos de las autoras4 y autores que
han contribuido al nacimiento e incipiente desarrollo de la historia de las mujeres
en El Salvador. Desde un país donde prevalece la escasez o la inaccesibilidad de
fuentes, de recursos e infraestructuras, las preguntas de quienes han asumido
una perspectiva historiográfica han dado cuenta de las narraciones y narrativas
que también nos constituyen como nación.
El artículo está organizado en dos partes. La primera ofrece una
caracterización general del campo de la historia de las mujeres como corriente
de pensamiento que se consolida e institucionaliza durante la segunda mitad
del siglo XX, aun cuando hay registros de esfuerzos por preservar y estudiar
la producción literaria y la vida de las mujeres que datan del siglo XVIII en
coordenadas geográficas europeas y anglosajonas (Duby y Perrot, 2000; Offen,
2009). La segunda parte presenta avances de un rastreo hemerográfico del
que se derivan algunos datos sobre las producciones en el campo salvadoreño.
Finalmente, unas breves notas cierran un texto que pretende mostrar, entre otras
cuestiones, la necesidad de problematizar las miradas y de trabajar entre las
huellas de lo que nos circunda para investigar de forma interdisciplinaria sobre
nuestro pasado, aún en medio de las precariedades del contexto con las que
convivimos en el presente. Sobre todo porque si bien la precariedad, como señala
Anna Tsing, “implica no poder planificar, [...] también estimula la capacidad de
observación en la medida en que uno trabaja siempre con lo que está disponible”
(p. 378).
1. Historia de las mujeres: breve caracterización de la corriente
Se habla de las mujeres, pero de manera general (…) el silencio más profundo es
el del relato…
Michelle Perrot (2008, p. 20)
¿Qué entendemos por historia de las mujeres? y ¿por qué es necesaria?
son dos preguntas relacionadas, en primer lugar, con las particularidades
metodológicas y epistemológicas de este tipo de historiografía. Y, en segundo,
con su relevancia y valor para la construcción de todo relato historiográfico.
4Agradecemos al editor de Teoría y Praxis su anuencia a hacer una excepción en las
normas editoriales de la revista y permitir que queden consignados los nombres —y no
sólo los apellidos— de las autorías de las diversas obras en el apartado de referencias.
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La idea de la producción de la historia sin la presencia de las mujeres
pareciera, a primera vista, algo inverosímil. Sin embargo, esto no siempre fue
así. Hasta hace muy poco tiempo, tanto el relato, como el enfoque y las prácticas
historiográficas se habían elaborado sin referencia a las mujeres como agentes
en la producción del conocimiento histórico.
Tradicionalmente, la historia se ha centrado en mundos y espacios
públicos masculinizados (Duby y Perrot, 2018, 1993; Lavrin, 1974, 1985; Lerner,
1975; Offen, 2009; Perrot, 2008; Ramos Escandón, 1999, 2011; Rial García,
2008, 2005; Scott, 1996). Ha sido escrita, periodizada y narrada casi sólo por
hombres, a quienes se identificó como parámetros de lo humano: “el sujeto de la
moderna historiografía occidental suele encarnarse la mayoría de las veces en
un varón (...) el hombre-blanco-universal” (Scott, 1996, pp. 71-72). Esto a pesar
de que historiadoras de las mujeres como Gerda Lerner (1975) insistieran en
que éstas han representado la mitad o más de la población mundial a lo largo
del tiempo, por lo que siempre se refirió a ellas como the Majority (la mayoría).
Pero antes de avanzar sobre estas cuestiones, deseamos precisar la
concepción sobre Historiografía a la que nos adscribimos en este texto. Sobre
ello, retomamos los planteamientos de Carmen Ramos Escandón (1999), quien
la entiende no sólo como acervo de información o conjunto de escritos sobre
determinado tema o período “desde un punto de vista histórico”, sino como
“una perspectiva a partir de la cual se escribe”. Así, una posición historiográfica
implicaría “necesariamente, una concepción o una filosofía de la historia y, por
ende, una reflexión de lo que constituye y de cómo se constituye el conocimiento
histórico” (p.131; énfasis nuestro).
Esta reflexión sobre la producción de conocimiento histórico se vincula,
también, con las formas de producción de su escritura, como señala Iván Jablonka
(2014, p.11): “la escritura de la historia no es una mera técnica (anuncio del plan,
citas, notas a pie de página), sino una elección. El investigador se encuentra
frente a una posibilidad de escritura”. Entendemos la historiografía entonces no
sólo como campo de estudio ni como perspectiva, sino como elección reflexiva
sobre el trabajo de la historia.
Esta precisión puntual sobre el concepto de historiografía es importante,
porque expresa nuestra apuesta por la reflexividad y la problematización de la
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historia que es, a su vez, elemento consustancial al campo de la historia de las
mujeres. Veamos ahora qué elementos caracterizan dicho campo, sus etapas,
temas, fuentes y metodologías para, en un segundo momento, explorar cómo
han cobrado forma en este país.
1.1. ¿De qué hablamos cuando hablamos de historia de las mujeres?
Hay géneros que se admiten: la escritura privada, especialmente
la epistolar (...); la escritura religiosa, que nos permite oír a santas,
místicas, abadesas de renombre (...). Por el contrario, hay dominios
casi vedados: la ciencia, cada vez más la historia, y sobre todo, la
filosofía (...) El uso del anónimo y los seudónimos enturbian las pistas…
Georges Duby y Michelle Perrot (2018, pp. 25-26).
Los procesos de disciplinarización y profesionalización del campo
y de la escritura de la historia desembocaron en la institucionalización de su
formación en diversas universidades de Occidente en el siglo XIX (Wallerstein,
1996). Desde una tradición moderna y positivista, la producción historiográfica
se centró en relatos inspirados en las dinámicas de los proyectos imperiales y
en la construcción simbólica de los nuevos Estado-nación, con la pretensión de
consignar con rigor científico “lo ocurrido en realidad” (Wallerstein, 1996, p. 18).
Para ello, se privilegió la construcción de objetos de estudio histórico
enfocados en lo político, lo militar, la diplomacia y la historia económica desde
“los tres santuarios masculinos (...) el religioso, el militar y el político” (Duby y
Perrot, 2018, p. 32; Offen, 2009). Escenarios públicos que, por otra parte, eran
cercanos a los centros de poder formal y de autoridad institucional. Por lo que las
periodizaciones, las efemérides, los personajes y la perspectiva androcéntrica se
constituyeron en los mimbres de las historias nacionales.
Esto representó una exclusión doble para las mujeres: del campo
de observación, pues los escenarios y objetos de estudio e interés histórico
eran espacios de los que no participaban; y de la agencia en la observación
y la producción histórica, pues la escritura profesional del relato era oficio de
hombres. En consecuencia, las vidas de las mujeres se dejaron al margen
o, en todo caso, se incluyeron breves alusiones a su presencia, perceptibles
sólo a los ojos atentos a lo minoritario, a las lecturas entre-líneas, a los pies de
página de las crónicas. Pues a pesar de que “los criterios de construcción de
los hechos históricos, centrados en la vida pública se refieren a una humanidad
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genéricamente neutra (...) en realidad aluden a la parte masculina de la misma”
(García-Peña, 2016, p. 3).
Intentos iniciales de visibilización de las mujeres se dieron de la mano
de cronistas, observadores hombres en su mayoría, que producían biografías de
mujeres “piadosas o escandalosas” (Duby y Perrot, 2018, p. 28), cuando no de
aquellas destacadas como parte de la historia pero en un plano más anecdótico
(Lau Jaiven, 2015; Offen, 2009). Como señala la cita del epígrafe al inicio de
este apartado, los géneros en los que pueden rastrearse huellas de la escritura
femenina son el epistolar y la escritura religiosa, a manos de mujeres notables
como abadesas, místicas y santas (Duby y Perrot, 2018).
Situada en Europa, Karen Offen (2009) señala que ya hacia el siglo
XVI empezaron a proliferar diccionarios de mujeres famosas y cultas; y que en
el siglo XVIII, Marie Louise Dupin (1706-1799), una rica mujer francesa, había
organizado un proyecto de escritura de una historia de las mujeres que no llegó
a buen puerto. Menciona también a una serie de hombres y mujeres que, en
el contexto de la Ilustración en Francia, Inglaterra y Alemania, comenzaron a
observar y a documentar la condición de las mujeres como parte de sus teorías
sobre el cambio social y político, a registrar su presencia en eventos históricos
notables dentro de los países y, como era usual, a consignar las acciones de
aquellas en posiciones de poder y regencia (Offen, 2009; Perrot, 2008).
La progresiva profesionalización del campo de la historia y las ya
señaladas pretensiones de cientificidad en esa parte del mundo occidental
(Europa entre los siglos XVIII y XIX) contribuyeron a esos intentos por registrar
las acciones de estas mujeres notables. Sin embargo, ni la Revolución Científica
ni los ideales de la Ilustración europea fueron suficientes para cambiar la mirada
ni las representaciones sobre las mujeres. Precisamente, fueron desarrollos
científicos ulteriores (específicamente en los campos de las ciencias bio-
psico-médicas) los que “confirmaban” los antiguos supuestos filosóficos sobre
cualidades propias de uno u otro género (Gómez, 204). Específicamente, sobre
la supuesta inferioridad de las capacidades y habilidades cognitivas femeninas,
misma que era atribuida a su naturaleza: “numerosos filósofos encuentran en
las ciencias naturales y la medicina argumentos suplementarios para demostrar
la inferioridad de las mujeres, de Rousseau a Augusto Comte” (Perrot, 2008, p.
28-29).
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Por tanto, si bien históricamente las mujeres han aparecido desde
siempre en relatos, en mitos y leyendas, en textos religiosos y en cartas y
diarios personales, si bien han sido objeto de diversas representaciones
pictóricas, escultóricas, literarias y, posteriormente, cinematográficas, al punto
de considerar la existencia de una “sobreabundancia de discursos y avalancha
de imágenes sobre ellas” (Perrot, 2008, pp. 27-31), éstas casi nunca habían sido
sus productoras. Históricamente han sido más un objeto de interés o de estudio
que sujetos en la producción de sus propias representaciones.
1.2. Una ruptura epistemológica: breve paseo por el nacimiento del campo
Las luchas por la consecución de derechos civiles y sociales de los
movimientos de mujeres y feministas de finales del siglo XIX, y todas las nuevas
interrogantes que éstos comenzaron a plantear, dieron un impulso importante
a temas poco abordados hasta entonces, como la pobreza femenina, las
necesidades y las condiciones de vida de mujeres de clase baja (Bock, 1993). A
pesar de la rigidez en las representaciones y la normatividad sobre los roles de
las mujeres hacia finales del siglo XIX e inicios del XX, Karen Offen (2009) señala,
por ejemplo, que académicas de la London School of Economics se dieron a la
tarea de publicar estudios importantes sobre las mujeres trabajadoras de inicios
del siglo XX, en los que registraban sus prácticas cotidianas.
Esta autora rescata también otros hitos importantes en términos de
recopilación y preservación del patrimonio cultural de algunas mujeres para un
campo que empezaba a tomar forma: la fundación de la Biblioteca Schlesinger
para la historia de las mujeres en la Universidad de Harvard en la década de los
treinta; la conformación del Archivo Internacional del Movimiento de las mujeres
en Ámsterdam para poner a disposición su documentación para su estudio; y la
Biblioteca Marguerite Durand en París sobre historia de las mujeres y feminismos.
Así, la historia de las mujeres se materializaba a pasos cortos pero de
forma progresiva de la mano de otras mujeres, como parte de su movilización
política, o como producto de la preservación y/o producción de escritos dispersos
y de diversas fuentes que, por otra parte, “pasaron desapercibidas por la
Academia” (Offen, 2009, p. 3). Muchos de estos esfuerzos de preservación,
rescate, búsqueda o escritura quedaron detenidos, se debilitaron o, incluso, se
perdieron en el marco sobre todo de la Segunda Guerra Mundial y el posterior
período de la Guerra Fría.
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Hacia la década de los sesenta del siglo XX, las nuevas inquietudes por el
estudio de la historia de las “mentalidades comunes5”, y una mayor interlocución
y alianzas disciplinarias con la historia social, la historia cultural y con las ciencias
sociales6 contribuyeron al interés por la comprensión de otro tipo de espacios
como los de la vida cotidiana, de la vida privada, o de los conflictos sociales (Duby
y Perrot, 1993, 2008; Lau Jaiven, 2015; Lavrin, 1974; Perrot, 2008; Roda, 1995).
Por ejemplo, de la mano de la Antropología y de la Sociología se “redescubre”
la diversidad de configuraciones de familias como espacio para el análisis del
parentesco y de la sexualidad en el caso de la primera, y como célula importante
para el análisis de las sociedades industriales en el caso de la segunda. Por su
parte, la Demografía y la Economía se unieron al esfuerzo de medición de las
diversas dimensiones de “la cuestión social” para alimentar las estadísticas de
los nuevos estados. Estas ciencias ofrecieron formas novedosas de producción y
análisis de diversa índole que, sin pretenderlo, contribuyeron a algo central para
el desarrollo del campo disciplinar de la historia de las mujeres: a visibilizar la
dimensión sexuada de las relaciones entre los géneros.
A su vez, la Nueva Historia7 posibilitó la diversificación metodológica y
epistemológica del campo de la ciencia histórica. Metodológicamente, al retomar
muchas de las técnicas de las Ciencias Sociales. Y a nivel epistemológico, al
fortalecer ese giro en los intereses y en la atención a otros espacios y agentes
de la historia: “[interesaban] los procesos sociales de las masas —más que en
la élite— y [...] la experiencia histórica de los grupos subalternos (campesinos,
obreros, maestros, mujeres, etc.)” (García-Peña, 2016, p. 4). Estos cambios en
las escalas de observación histórica implicaron ya no sólo un enfoque en los
grandes procesos político-económicos a escala nacional o regional, sino también
en el impacto en las vidas de esa diversidad de colectivos sociales. Había un
clima propicio para escribir la historia desde otras perspectivas.
5 Este ensanchamiento en los intereses en el campo histórico tuvo un decisivo impulso de
la Escuela de los Annales francesa, con un “vértigo de profusión” en los objetos y líneas
de estudio (Corbin en Perrot, 2008, p. 23).
6 A mediados de la década de los setenta del siglo XX, Asunción Lavrin, precursora del
campo de la historia de las mujeres en América Latina, invitó a las personas historiadoras
a formularse nuevas preguntas y buscar las huellas de las mujeres en diversos ámbitos,
para lo que consideraba imprescindible estrechar “una alianza entre la Historia y las
Ciencias Sociales” (1974, p. 13).
7 Nombre que se le otorgó a la tercera generación de la Escuela de los Annales, que
promulgaba un enfoque interdisciplinar de la historia (Burke, 2024).
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No obstante, aunque el nacimiento de la historia de las mujeres tuvo un
impulso decisivo como producto de estas alianzas disciplinares durante el siglo
XX, esos diversos campos historiográficos (sobre todo, el de la historia social
y la cultural) tenían como objetos de estudio la vida cotidiana, la vida privada,
las mentalidades, las familias, el parentesco, la educación, la cuestión social, la
cultura, las sociedades, las clases bajas. Esto es, como partían de otro marco
conceptual (Lerner, 1975), no tenían a las mujeres como objeto o grupo social
único de estudio, como tampoco se formulaban preguntas referidas en específico
a ellas (García-Peña, 2016). Preguntarse por el significado de sus experiencias,
por sus trayectorias vitales, por la continuidad o los cambios en sus urgencias a
lo largo de la historia, problematizar las diferencias entre y dentro de los géneros
no se constituía en sus énfasis centrales. Más bien, estas pasaron a ser las
preguntas y el foco de una nueva y distinta forma de historiografía: la historia
de las mujeres, cuyo énfasis es el estudio y la comprensión de estos colectivos
como sujetos históricos (Scott, 2008).
Este giro reflexivo sobre la importancia del campo de historia de las
mujeres se potenció de forma decisiva con las movilizaciones y movimientos de
mujeres y feministas durante la segunda mitad del siglo XX; específicamente, a
partir de la década de los sesenta y en coordenadas europeas y estadounidenses.
Estos movimientos crearon e impulsaron redes de colaboración e investigación
que reforzaron el nuevo campo histórico: “una disciplina de conocimiento que
pretendió indagar el antecedente que explicase la situación actual de la mujer”
(Lau Jaiven, 2015; Ramos Escandón, 2005, p. 1; Scott, 1996).
En este marco, un factor importante fue la presencia creciente de las
mujeres en las universidades (Burke, 2024), lo que posibilitó su formación
profesional, entre otras, como investigadoras e historiadoras. Ya formadas,
seguían enfrentando la misma dificultad: la ausencia de mujeres dentro del
discurso histórico. “Hacerlas aparecer” (Lau Jaiven, 2015, p. 28) era una tarea que
implicaba experimentar, hacer renovaciones y replanteamientos epistemológicos
y metodológicos.
La segunda mitad de la década de los setenta —sobre todo, a partir
de la declaración de la Década de la Mujer entre 1975 y 1985 por parte de
Naciones Unidas— se sitúa como un parteaguas a partir del cual la investigación
y reflexión historiográfica sobre mujeres eclosiona, como efecto del respaldo
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político obtenido a partir de este evento y de las conferencias y convenciones
que le sucedieron8 (Lavrin, 2019, 1985; Offen, 2009; Ramos Escandón, 2005).
No obstante, esta proliferación no fue generalizada.
Asunción Lavrin exhortaba, a mediados de la década de los ochenta,
a historiadores/as latinoamericanos/as a emprender “el estudio de las mujeres
(...) de individuos normales, dedicados a sus actividades diarias y que sean
representativos de sus épocas y sus sociedades” (1985, pp. 9-10). Esta misma
autora señalaba que, para esas fechas, sólo unos pocos libros se habían publicado
(y en inglés) sobre la historia de las mujeres en América Latina, y que muy pocas
investigaciones seguían el método histórico o abordaban los fenómenos desde
esta perspectiva. Por tanto, su invitación era a seguir el ejemplo de otras latitudes
y “trazar un plan” para la configuración del campo (Lavrin, 1985, p. 347).
La Figura 1 y la Tabla 1 muestran, respectivamente, los desarrollos de
diversas redes de investigación en este campo desde mediados de la década de
los ochenta, y una pequeña muestra de publicaciones periódicas especializadas
en temáticas vinculadas con las mujeres como sujetos de estudio histórico.
Figura 1. Desarrollo de redes de investigación en Historia de las mujeres
Fuente: Elaboración propia con base en la información disponible en los sitios web de
las organizaciones9.
8 Desde el contexto mexicano, Ana Lau Jaiven (2015) señala que entre las décadas de
los setenta y los noventa del siglo pasado, mucho del modelo de comprensión histórica
en general, y sobre las mujeres en particular, se benefició de los intensos intercambios
historiográficos entre diversos campos de estudio.
9https://www.ifrwh.com/; https://societadellestoriche.it/; https://aeihm.org/; https://www.
cemhal.org/cemhal.html; https://mnemosyne-asso.com/; http://etzakutarakua.colmich.
edu.mx/proyectos/redmugen/acercaRed.asp; https://riihma.wordpress.com/
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Vol. 22, N.o 45, semestral: septiembre-febrero, 2024, pp. 19-67
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ISSN 1994-733X e-ISSN 2707-7411
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Desde los últimos cuarenta años, estas redes posibilitaron intercambios
de conocimientos y la configuración de una comunidad de estudio internacional
con producción literaria e investigativa diversa. En el caso de Latinoamérica, el
Centro de Estudios de la Mujer en la Historia de América Latina (CEMHAL) se
fundó recién hacia finales de la década de los noventa del siglo pasado.
Tabla 1. Revistas especializadas en Historia de las mujeres
Nombres de las revistas Periodización Primera
publicación
Año de
publicación más
reciente
Lilith: A feminist history
journal (Australia) Anual 1984 2022
Journal of Women’s History
(John Hopkins University) Bianual 1989 2024
Women’s History Review
(United Kingdom) Anual 1992 2023
Arenal: Revista de historia
de las mujeres (España) Bianual 1994 2023
Clio: Femmes, Genre,
Histoire (France) Bianual 1995 2023
Revista Historia de las
Mujeres (Perú) Bimensual 1999 2023
Store delle donne. Rivista
Scientifica (Italia) Anual 2005 2021
Fuente: Elaboración propia con base en la información de los sitios web de las revistas10.
Es en este sentido que Michelle Perrot (2008, p. 24) plantea que los
movimientos feministas produjeron dos “efectos de saber”, importantes para
este campo de estudio. En primer lugar, una contribución al trabajo de memoria,
materializado en la búsqueda de huellas, en la preservación de archivos, en
la visibilización y reivindicación de personajes femeninos en la historia. Y, en
segundo lugar, una voluntad de ruptura epistemológica con estas labores e
iniciativas de crítica y deconstrucción de los saberes constituidos.
10 https://www.auswhn.com.au/lilith/; https://www.press.jhu.edu/journals/journal-womens-history;
https://www.tandfonline.com/journals/rwhr20; https://revistaseug.ugr.es/index.php/arenal/about;
https://journals.openedition.org/clio/; https://www.cemhal.org/; http://www.storiadelledonne.it/
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El desafío de producir un relato histórico distinto, que analice las
experiencias femeninas como parte de una misma trama en interacción constante
con las masculinas, y no subordinada a éstas, implicó plantear nuevas preguntas,
buscar en otros archivos, formular nuevas categorías, “perforar el silencio”
(Perrot, 2008, p. 32). Acortar distancias entre los espacios y fenómenos que las
mujeres protagonizan con respecto a los acontecimientos de orden sociopolítico
y económico ya consignados en el relato historiográfico hegemónico era —y es—
un ejercicio no sólo de imaginación sociológica, sino también histórica.
Sin embargo, estos planteamientos distan de ser una obviedad. Hay
posiciones que plantean que no se deberían “separar” los dominios de la Historia
en función del género de sus protagonistas, bajo el supuesto de que ésta se
compone de pautas y prácticas profesionales encaminadas a la producción de
discursos con aspiración de universalidad y/o totalidad (Scott, 1996). Sobre esta
cuestión, Ana García-Peña (2016) identifica dos posiciones en un debate que
sigue abierto. La primera, que entiende la historia de las mujeres como una
separada y autónoma de la “Historia oficial”; la segunda, que plantea que la
historia de las mujeres está vinculada y entreverada con procesos sociohistóricos
globales.
Sobre esta cuestión adelantamos nuestra postura: cuando hablamos
de historia de las mujeres no nos referimos a la construcción de otra historia,
separada de “la oficial”. En primer lugar, porque construir una historia de las
mujeres autónoma o paralela no obliga a replantear las interpretaciones, las
categorías, las fuentes, los temas ni los enfoques de la disciplina. En segundo
lugar, porque aislar a las mujeres como grupo no permite hacer visible ni
desmontar el carácter sexualizado de las relaciones entre los géneros. Escribir
una historia de las mujeres “separada” de la de los hombres/“la oficial” hace
énfasis en la diferencia (García-Peña, 2016), y puede contribuir a hacer de la
historia de las mujeres un suplemento de la hegemónica, como problematizó
Joan Scott (1996). Finalmente, porque no evidencia como problemáticos los
desbalances de poder implícitos en las jerarquías y las representaciones sobre
lo propio/lo apropiado para los diferentes géneros, que por naturalizadas no se
entienden como históricamente construidas.
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Apostamos entonces por una elección sobre la escritura de la historia
traducida en una perspectiva, no en una “historia aparte”. Que las mujeres nos
constituyamos en objeto de estudio de la historia es un buen y necesario primer
paso del proceso de construcción de una nueva historiografía en general, y una
posibilidad para la historia de las mujeres en particular. Pero ser protagonistas del
relato histórico implica también que las mujeres devengamos sujetos reflexivos,
que produzcamos conocimientos sobre nosotras mismas pero siempre en
interacción con nuestros entornos, donde encontramos las relaciones de poder
históricamente naturalizadas. Y esperamos, que esos conocimientos que
producimos se constituyan en las materias primas, en los nuevos mimbres que
puedan reconfigurar, problematizar y, eventualmente, innovar la historia (Lavrin,
1974; Offen, 2009; Scott, 1996). Innovaciones y ampliaciones en los campos de
visión que son aún tareas pendientes (Tovar, 2010), no sólo en la historia, sino
en el resto de Ciencias Sociales.
1.3. Sobre sus etapas: de la visibilización/reivindicación de la presencia a la
problematización de las relaciones
La configuración del campo de la historia de las mujeres ha sido un
proceso largo y, de hecho, poco lineal. Inició con esfuerzos por “hacer aparecer”
sus vidas, por describir sus actividades y costumbres, por rescatarlas de la
invisibilidad (Scott, 1996). Es un recorrido que continúa hasta nuestros días, y
que está mediado por la creciente y no siempre generalizada conciencia de la
importancia de que las mujeres sean, también, agentes sociales activos en la
constitución y escritura de la historia.
Diversas autoras e historiadoras de las mujeres11 plantean este proceso de
constitución y estabilización de este campo historiográfico en términos de etapas
o fases, algunas les llaman enfoques. En esta sección del artículo retomaremos
esta nomenclatura mainstream utilizada por dichas autoras, pero únicamente a
efectos ilustrativos. Pues la alusión a términos como “etapas” o “fases” connota
11 Entre ellas, muchas de las que hemos venido citando y a quienes remitimos para más información
y, sobre todo, detalles en relación con los contextos desde los que cada autora trabaja: Lau Jaiven
(2015); Lavrin (1974, 1985, 2019); Lerner (1975); García-Peña (2016); Gonzalbo Aizpuru (2016);
Morant (2016); Ramos Escandón (1987, 2005, 2006); Rial García (2008); Roda (1995); Rodríguez
Sáenz (2019); Offen (2009); Perrot (2008); Perrot y Duby (2000); Scott (1996, 2008); Tovar Núñez
(2010). Los planteamientos de este apartado descansan sobre sus aportes.
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una trayectoria lineal y evolutiva, cuya superación de cada etapa conduce de
forma progresiva a un estadio superior/mejor que el anterior. Como la trayectoria
de este campo historiográfico se aleja de este tipo de recorrido, no compartimos
la noción implicada en el uso de dichos términos. No obstante, y sólo para ilustrar
las propuestas de periodización de muchas autoras, hemos representado este
proceso en tres períodos: 1) historia compensatoria (biografías y visibilización de
mujeres excepcionales); 2) historia contributiva (visibilización— reivindicación—
legitimación de contribuciones de mujeres en diversos campos) y 3) historia de
las mujeres (problematización de las relaciones de género).
La Figura 2 muestra esta representación. Cada uno de los paralelogramos
con cuatro fechas, cuyo interior contiene un número seguido de un nombre o
característica, representa cada período o etapa. Los bordes punteados de los
paralelogramos representan la porosidad de sus fronteras, y tienen formas de
flecha para indicar que cada una ha tenido sus propios desarrollos. Paralelo
al recorrido de estas etapas hemos situado palabras-énfasis, que mostrarían
las ideas centrales o propósitos (explícitos o no) en cada una: visibilización—
reivindicación— clasificación— problematización.
Cada una de estas etapas no suelen “engendrar” la siguiente de
forma automática, pues su desarrollo y fortalecimiento depende de numerosas
variables de contexto. Y no siempre están conectadas entre sí, de ahí que sus
palabras-énfasis estén comunicadas por flechitas sinuosas, algunas sólidas,
otras punteadas. Como no son, necesariamente, etapas lineales ni consecutivas,
algunas se superponen y desarrollan en forma paralela a lo largo del tiempo.
Pueden haber desarrollos teóricos e investigativos diferenciales según los
contextos. Incluso, puede que alguna de esas fases ni siquiera se desarrolle en
algunos lugares. Sobre todo en regiones y países como El Salvador donde —
como veremos más adelante— este proceso de institucionalización del campo
muestra evidencias de tener desarrollos diferenciales en etapas diversas, y de
forma simultánea. Pasaremos ahora a describir brevemente qué ha caracterizado
a cada una de ellas.
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Figura 2. Representación de las etapas/fases/enfoques/períodos del
proceso de constitución del campo de la Historia de las mujeres
Fuente: Elaboración propia con base en las fuentes revisadas.
La primera etapa de este proceso se centró en la visibilización de
biografías de mujeres célebres, en el rescate de las figuras notables y/o las
excepcionales, en un intento de reconocimiento y reivindicación del protagonismo
femenino. Gerda Lerner denominó estos esfuerzos de visibilización como historia
compensatoria; una etapa o período cuyas investigaciones y productos de
conocimiento intentan responder a la pregunta “¿quiénes son las mujeres que
faltan en la historia?” (1975, p. 5).
Las mujeres cuyas vidas se hacen visibles en los trabajos de la historia
compensatoria son aquellas cuya condición de excepcionalidad respecto a las
normas vigentes les confería la oportunidad de figurar en las historiografías
nacionales. Ya fuera esto por atributos personales, de pertenencia a estratos
sociales de élite o, muchas veces, porque sus acciones se desviaban de los
parámetros y estereotipos epocales sobre lo entendido como aceptable para su
género, su disrupción del orden establecido era condición para la notoriedad.
En esta línea y sobre la situación de las mujeres en América Latina,
Asunción Lavrin alertó hace 50 años sobre ese fenómeno, al que denominó
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“síndrome de la mujer célebre” (1974, p. 9) o “síndrome de la gran mujer”, como
le llamó una década más tarde (1985, p. 10). Se refería con ello a que las mujeres
incluidas como objeto de curiosidad histórica en Hispanoamérica eran aquellas
que destacaban ya sea desde un “ángulo heroico” o por ser, precisamente,
excepcionales con respecto a las normas establecidas en las diversas épocas.
Frente a este “síndrome”, Lavrin hizo énfasis en aquél momento en la necesidad
de historizar los procesos sociopolíticos y culturales en clave femenina,
poniendo el acento también en aquellas que habitan distintos contextos de forma
generalizada, en los espacios privados de la vida cotidiana pues, en palabras de
Pilar Gonzalbo Aizpuru (2016, p.9), “lo extraordinario no adquiere verdadero valor
sin confrontarlo con lo rutinario y cotidiano”.
A la segunda de estas etapas se le conoce como la de la historia
contributiva. Como plantea Gerda Lerner (1975, p. 5-6) “describe la contribución
de las mujeres, su estatus y la opresión en una sociedad definida por los
hombres12”. En tanto que tiene la pretensión de reivindicar las contribuciones de
las mujeres a la historia, se plantea numerosas preguntas en función de cada
una de esas esferas de interés: “¿qué contribución han hecho las mujeres a “X”
campo/ fenómeno/ movimiento/ período histórico?”. Esta contribución se estudia
o se juzga no sólo en términos del impacto en dicha dimensión, sino que, en
algunos casos, con respecto al estándar marcado por la producción masculina.
Los trabajos de investigación o estudios que pueden circunscribirse a
esta etapa no sólo ofrecen visibilización y reivindicación de las contribuciones de
las mujeres a una dimensión de la vida social, o posibilidades de clasificación de
estas contribuciones en diversos campos (estudios sobre el trabajo, la familia,
maternidad, educación femenina, etc.). Asimismo, las producciones realizadas
en este momento del proceso (historia contributiva) han posibilitado cuestionar
los enfoques de las temáticas de investigaciones tradicionales e introducir
innovaciones especializadas para el estudio de las mujeres como colectivo
(Tovar, 2010). También, muchos estudios sentaron las bases para la creación
de múltiples bancos de información para el análisis de las diversas experiencia
femeninas (Lau Jaiven, 2015); y contribuyeron al rescate del papel específico
de las mujeres en los campos de la historia y las ciencias sociales (Rodríguez
Sáenz, 2019).
12 Traducción nuestra.
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Todos estos esfuerzos de ampliación de ópticas tuvieron y tienen
un efecto de legitimación de la agencia de las mujeres. Siempre siguiendo a
Gerda Lerner en esto, “la verdadera historia de las mujeres es la historia de su
funcionamiento continuo en ese mundo definido por los hombres, en sus propios
términos13” (1975, p. 6). De hecho, esta autora plantea que esta es una fase
importante en la creación de una historia de las mujeres, pues sienta las bases
para el desarrollo de preguntas más complejas y sofisticadas.
En este sentido, otorgar énfasis a la contribución de las mujeres supone
legitimar sus logros y su visibilidad como agentes que aportan al desarrollo de la
cultura, de la política, de la historia, etc., y no sólo desde la visibilidad obtenida
a partir de su condición de víctimas de los ordenamientos patriarcales. Si bien
esto no quiere decir que las mujeres no lo hayan sido a lo largo de la historia,
un énfasis en la victimización suele anular la agencia y, por tanto, la contribución
de las mujeres sobre todo en contextos de precariedad, inequidad y violencias
históricas (Santacruz Giralt, 2019).
A medida que estas etapas o procesos se consolidaron a partir de diversas
investigaciones y publicaciones más especializadas, las y los historiadores de las
mujeres se plantearon nuevas interrogantes y métodos. En suma, se potenció
la problematización de las experiencias femeninas del pasado en términos más
amplios, en interacción con las masculinas y con las de otros grupos sociales
(Lau Jaiven, 2015; Lerner, 1975; Ramos Escandón, 2005; Scott, 1996). En esas
nuevas preguntas, encaminadas al estudio de las mujeres como colectivos
sociales diversos, el género deviene categoría central de análisis (Scott, 1986;
1996).
La tercera de estas etapas, denominada historia de las mujeres,
plantea una problematización de las experiencias múltiples y de la situación
de los diversos colectivos de sujetos-mujeres, así como de las relaciones
jerárquicas y de poder entre hombres y mujeres. Esto supone el análisis de las
condiciones de interacción-sujeción desde una perspectiva de género, que haga
visible las jerarquías implícitas en dichos ordenamientos, las representaciones
y los imaginarios sobre las feminidades y masculinidades, y las relaciones
y diferenciales de poder entre los géneros a lo largo de los diversos períodos
históricos.
13 Traducción nuestra.
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Vistos los énfasis que han estado presentes en los diversos períodos de
la historiografía sobre las mujeres, veamos qué tipo de temas son los que han
poblado sus producciones.
1.4. Sobre sus temas: la creatividad en las preguntas
La historia de las mujeres desafía las formas en las que se hace la historia
(Perrot, 2008). Desafía a los objetos de estudio que concitan el interés de los y
las sujetos que la producen (cronistas e historiadores hombres, en su mayoría);
problematiza los conceptos y las fuen tes en las que se apoyan para nombrar
dichos procesos, hitos y periodizaciones; cuestiona a los actores que devienen
“canon” porque hace visible que lo son por ser los registrados, los leídos, los
estudiados por los historiadores.
Asunción Lavrin (1974) dijo, hace 50 años, que la fuerza de la historia
de las mujeres se encontraba en sus preguntas. Y, de hecho, el repertorio de
preguntas y de temáticas abordadas ha sido y sigue siendo muy amplio. Sólo a
efectos de representar esta variedad, la Tabla 2 ofrece un recuento de algunos
de los temas, preguntas y áreas de interés, y las problematizaciones a las que
condujeron, enmarcados en las diversas etapas/ fases/ enfoques/ períodos que
ha tenido la historia de las mujeres (representada en la Figura 2).
De nuevo, aclaramos que no se trata de entender la propuesta de
clasificación y presentación de dichos temas como compartimentos estancos:
las preguntas y los temas no son propios o exclusivos sólo de una de las etapas,
pues la trayectoria histórica del campo tampoco ha sido lineal o la misma en
todos lados. Con estas precauciones, la siguiente tabla reúne algunos de los
aportes más importantes de las diversas autoras consultadas.
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Tabla 2. Temas, preguntas y áreas de interés, según etapa/período de la
Historia de las mujeres
Etapa /
período
Temas / preguntas /áreas de
interés
Problematizaciones
Historia
compensatoria
* Biografías de mujeres
célebres, excepcionales.
* Historias de “heroínas”,
mujeres notables, mujeres
“desviadas” de las normas
sociales.
* Rescate de las pioneras
en campos masculinizados
(ciencias, política, acceso a la
educación).
* La “historia por hacer”: conferir
nuevos sentidos al pasado, nuevas
formas de hacer historia.
* Visibilizar las biografías de
mujeres, sus nombres, sus aportes
en las ciencias.
* Trabajos de memoria de
ocupaciones de mujeres.
Historia
contributiva
* Experiencias de las mujeres
como colectividad en la vida
cotidiana / sentidos de “ser
mujer” en momentos distintos
de la historia / condición
de “la mujer”; espacios de
sociabilidad femenina.
* Temas: capacidad
reproductiva, papel de las
mujeres en la familia y el
matrimonio / historia de
la familia/ estructuras de
parentesco; cuidados; vida
monacal; religión; “espacios
propios”; educación de las
mujeres.
* Temas: Participación política;
feminismos; sufragismo;
movimientos sociales y
políticos; movilizaciones
políticas; comunidad y política.
Movimientos guerrilleros.
* Reparación de desequilibrios.
* Recuperación de memoria
histórica sobre la situación de la
mujer en diversas áreas.
* Contribuciones de mujeres en
diversos campos como agentes
colectivos.
* Cuestionamientos de enfoques
de investigaciones tradicionales.
* Legitimación del campo de
estudio.
* Problematización de mujeres
como agentes económicos dentro
de las economías familiares.
* Del énfasis en la victimización a
la historia de las mujeres activas,
movilizadas, organizadas.
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Etapa /
período
Temas / preguntas /áreas de
interés
Problematizaciones
Historia
contributiva
* Herederas; comerciantes;
empresarias.
* Situación laboral; trabajo
asalariado; comercio.
* Violencias; victimización
por violencias diversas en
espacios privados / públicos;
estrategias de resistencia a la
violencia sexual y doméstica.
* Sexualidad; historia del
cuerpo, de los roles.
* Prostitución y marginalidad.
Historia de las
mujeres
* ¿Cómo afecta la experiencia
de las mujeres a la definición
de sus intereses?
* Más que temas, preguntas
problemáticas: ¿pueden las
mujeres entenderse como
colectivo con una identidad y
una historia común?
¿Es generalizable la
experiencia femenina, o está
sujeta a las características
de los diversos colectivos de
mujeres?
* Formas en que el género
construye las relaciones sociales
(y la historia).
* Reivindicación de mujeres como
sujeto histórico.
* Nuevas periodizaciones,
semejanzas y diferencias entre
mujeres de diversos colectivos.
* Historia de las mujeres:
¿suplemento o reescritura de la
historia?
* Interseccionalidad: la historia de
los colectivos de mujeres a través
de variables como la clase social,
la etnia, identidad de género.
Fuente: Elaboración propia con base en autoras/es revisadas/os.
Como vemos, las temáticas y propósitos que la historia de las mujeres
ha abordado son amplios; aunque hay ausencias notables como la historización
de las contribuciones y participación de las mujeres en las ciencias, al menos
dentro del corpus revisado.
Si bien las distintas temáticas suelen vincularse con los períodos históricos
(Roda, 1995), también lo hacen con la factibilidad de acceso a las fuentes y a
los acervos sobre ciertos temas, así como con las diversas preguntas, urgencias
y preocupaciones de las mujeres en distintos espacios. En suma, las temáticas
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suelen estar estrechamente vinculadas al contexto inmediato de su producción,
y a las posibilidades que éste ha ofrecido y ofrece para plantear preguntas de
carácter más descriptivo en algunos casos, o más problemático en otros. En este
sentido, suscribimos con Ana García-Peña que
es importante entender cómo la diferencia sexual afecta la política y la
escritura de la ciencia en cuestión; conceptualizar y escribir historias
de las mujeres no termina con el problema de la invisibilidad, sino que
marca el inicio para una mayor reflexión teórica y metodológica (...)
la originalidad de la historia de las mujeres se encuentra en el tipo de
preguntas (...) que hacen visibles a las mujeres como sujetos históricos
inmersos en una circunstancia particular que las conforma, a la vez que
ellas actúan sobre la misma. (García-Peña, 2016, pp. 1-2)
Las preguntas de la historia de las mujeres nos ofrecen nuevos sentidos
de inteligibilidad del pasado, a través del rescate y renombre de todas aquellas
agentes que no habían sido recuperadas del silencio de los archivos, de la
opacidad de las fuentes o de la miopía de los cronistas. Y que, progresivamente,
ha producido conocimientos cada vez más detallados y profundos alrededor de
ciertas temáticas, vinculadas inicialmente a situaciones y espacios feminizados.
Con el transcurrir del tiempo ha habido innovación y complejización en los
temas, y se han incluido otras preguntas: ¿qué se ha definido como “lo femenino”
a lo largo del tiempo?, ¿Qué ha significado “ser mujer” en distintos períodos
históricos?, ¿Tienen las mujeres una identidad y una historia común?, ¿Podemos
hablar de una “experiencia femenina generalizada” que pueda historizarse, o
ésta se ve afectada precisamente por sus múltiples posiciones de etnia, clase y
género dentro de una sociedad específica? A lo que apuntan estas preguntas, en
la estela de aquellas que Joan Scott (1996) planteó a mediados de la década de
los noventa del siglo pasado en contexto estadounidense, es a las relaciones de
poder históricamente construidas, socialmente naturalizadas. Una década más
tarde, Carmen Ramos Escandón (2006), desde la realidad mexicana, señaló:
Al ver a las mujeres en un contexto de relaciones sociales,
necesariamente las encontramos inmersas en relaciones de poder, en
formas de relacionarse frente al poder, de ejercerlo, de sufrirlo. Se trata,
sin embargo, de un poder que va más allá del que se ejerce en la vida
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pública, se trata en suma de la relación de poder primaria que organiza
la vida social, que construye y reproduce las identidades sociales del
ser hombre y mujer en la vida social. Lo que la historia aporta a este
proceso es la descripción de las mecánicas del ejercicio de ese poder;
poder que se ejerce entre las instituciones y los individuos, entre las
mujeres y los hombres, entre las mujeres y las otras mujeres. (2006, p.
17; énfasis nuestro)
Estas preguntas problematizan la presencia del poder en la producción
de las representaciones y las relaciones sociales, en la organización social
misma cuyos agentes, procesos, sucesos, periodizaciones y efemérides
se estudian. Son preguntas distintas, de gran relevancia en la agenda de
investigación en el campo de la historia de las mujeres, pues nos ofrecen análisis
y problematizaciones relevantes para la comprensión de los ordenamientos, los
desequilibrios y jerarquías de poder entre los géneros en las diversas épocas,
que nos ayuda a entender cómo han pervivido hasta el presente.
No obstante, para que la historia de las mujeres no sea un añadido o un
suplemento de la historia general es necesario que, sumada a la creatividad de
las preguntas, fortalezcamos los bagajes metodológicos para la producción de
investigaciones historiográficas rigurosas y sustentadas en evidencia.
1.5. Sobre las fuentes y metodologías: en búsqueda de huellas
…errores, vagabundeos y cegueras forman una historia (...) místicos, científicos,
normativos, sabios o populares, estos flujos de discursos recurrentes hunden sus raíces
en una episteme común (...) Provienen de hombres que dicen “nosotros” y hablan de
“ellas”...
Georges Duby y Michelle Perrot (2018, p. 24).
Autoras como Serrana Rial García (2008) o Michelle Perrot (2008) desde
contextos europeos, o Ana Lau Jaiven (2015) desde el mexicano, muestran la
paradoja de que una de las fuentes centrales para la construcción de la historia
de las mujeres haya sido el silencio, lo no dicho. Las lagunas en los testimonios,
la ausencia de huellas directas, escritas y materiales dado su tardío acceso a
la escritura, o la portavocía que diversas instancias desde los poderes públicos
judiciales, religiosos o políticos ejercían sobre ellas, contribuyeron a que sus
voces, urgencias, preocupaciones y costumbres, fueran cuestiones consignadas,
si acaso, por hombres.
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de una corriente del siglo XX
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Vol. 22, N.o 45, semestral: septiembre-febrero, 2024, pp. 19-67
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Nunca sabremos cuánto de la producción intelectual o material de las
mujeres está perdida en el tiempo, como producto del consumo rápido que de
ella se ha hecho en el espacio doméstico, porque muchas no han considerado
que ésta tenga el “valor” suficiente para ser preservada (Perrot, 2008), o porque
muchos patrimonios, sobre todo de tipo material, se han perdido en el tiempo
al morir sus dueñas. Sin embargo, afortunadamente, muchas de estas pistas
pueden ser buscadas en otros espacios: en los mitos, el arte, la arqueología,
la historia oral, la reinterpretación de biografías, el análisis transcultural, el
análisis del discurso y de los objetos materiales (Offen, 2009). Podemos buscar
también en las tesis, en los coloquios, en las actas de diversas asociaciones de
mujeres; en las publicaciones colectivas, en archivos judiciales, en los sermones
religiosos, en padrones o censos, en la literatura normativa y prescriptiva, en
los testamentos, las revistas, los periódicos, las representaciones pictóricas, los
hábitos y las costumbres, en los diarios y en los objetos de uso personal (Lau
Jaiven, 2015; Perrot, 2008; Rial García, 2008).
Gerda Lerner (1975) nos invitaba desde hace décadas a buscar material
para el estudio de las mujeres y sus prácticas en fuentes como los sermones
religiosos, los tratados educativos o literatura prescriptiva, las revistas de o sobre
mujeres y los libros de texto médicos. Pero ya desde entonces, nos advierte de
ser cuidadosas con las interpretaciones, pues se tiende a “confundir la literatura
prescriptiva con el comportamiento real [de las mujeres] (...) lo que aprendemos de
estas monografías no es lo que las mujeres hicieron, sintieron o experimentaron,
sino lo que los hombres del pasado pensaron que ellas deberían hacer” (1975,
p. 7). Esto es: hay que tener precaución y no tomar las fuentes como recuentos
literales de “quiénes eran/qué hacían las mujeres”, sino tener siempre en cuenta
que son también representaciones, creaciones, construcciones marcadas por los
estereotipos, los prejuicios o los mandatos de cada época.
Entonces, aparece de nuevo la importancia de las preguntas, por encima
de las fuentes y de las metodologías. Hay un cierto consenso en las posturas en
esto: de nuevo, no se trata de desarrollar “un método/metodologías propias”. La
historia de las mujeres, al igual que todas las historiografías, debe cumplir con los
rigores de la disciplina (García-Peña, 2016). De hecho, esta autora destaca esta
idea al señalar que para escribir una historia de las mujeres se han retomado
métodos y enfoques de ciencias sociales como la biografía, la microhistoria,
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una corriente del siglo XX
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la historia cultural, la antropología, la economía, la política, la historia de las
mentalidades (de la familia, de las ideas), la tradición oral, los métodos de la
historia social, la demografía histórica, entre otros. La historia de las mujeres
acepta las distintas lecciones que le ofrecen sus múltiples relaciones con otros
campos del conocimiento; su originalidad no estriba en sus métodos únicos, sino
en las preguntas que plantea y en las relaciones de conjunto que establece.
(García-Peña, 2016, p. 3; énfasis nuestro)
Desde los inicios de la historia de las mujeres como campo, Asunción
Lavrin (1974) señaló que la imaginación histórica consistía, entre otros, en
buscar en las fuentes con nuevas preguntas. Y poco más de un cuarto de siglo
después, la historiadora Joan Scott (2008, 1996) invitó a hacer una historia de las
mujeres localizada, que se cuestione por el sentido mismo de la historia, y que
exponga las jerarquías de género implícitas en los diversos relatos históricos. Y
demandó escribir una historia que siempre pusiera en cuestión dos elementos:
a) la pretensión histórica de contar con suficiencia la totalidad de lo sucedido
(escribir una historia situada, si retomamos el concepto de Donna Haraway
(1995)); y b) la obviedad del sujeto de esa historia (poner atención a qué grupos
la protagonizan por encima de otros, en función del género, de la etnia, de la
posición socioeconómica).
La pregunta por la metodología (el cómo se hace la investigación)
siempre está marcada por las preguntas de carácter ontológico y epistemológico
que sustentan la investigación (Blaikie y Priest, 2017). En otras palabras: cómo
proceder a hacer la investigación está (o debería estar) supeditado a nuestras
preguntas, derivadas de nuestras concepciones sobre la realidad y de los marcos
teóricos-analíticos-bibliográficos de los que nos serviremos para conceptualizarlas
y observarlas (Alonso, 1998; Blaikie y Priest, 2017; Santacruz Giralt y Rosales,
2021). Esto puede implicar la creación de categorías conceptuales propias, o de
periodizaciones alternativas a las propuestas por la historiografía tradicional, que
conduzcan a la búsqueda de información en fuentes diversas.
A veces se recurre a los archivos con el afán de que éstos “nos hablen”,
nos digan “qué pasó”. Sin embargo, la insistencia en partir de preguntas sobre
quiénes somos no va en la línea de hacer un sobre-énfasis en procedimientos
eminentemente deductivos. Más bien, en la necesidad de empezar por
plantearnos preguntas que conduzcan la mirada sobre qué buscar. En otras
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palabras, renovar las preguntas de partida, al rastrear la presencia femenina
como elemento central y en interacción constante con los diversos contextos
históricos, nos conducirá a proceder de forma renovada: a buscar en fuentes y
archivos con ojos creativos y una mirada distinta.
Las cuestiones sobre la especificidad y la relevancia del campo de
la historia de las mujeres no son triviales. Si hacer historia supone producir
“inteligibilidad sobre las huellas del pasado” (Lau Jaiven, 2015, p. 21), esta escritura
del pasado está enmarcada en términos espacio-temporales y protagonizada por
agentes con características visibilizadas por y encarnadas en sus productores
(Scott, 1996). “Ver hacia atrás” es un trabajo que ocupa a la ciencia histórica.
Pero hacerlo con una mirada situada en el presente es una posibilidad que ofrece
el vínculo con las Ciencias Sociales, con quienes comparte la apuesta por la
rigurosidad procedimental y la necesaria relevancia social de las preguntas. El
aporte metodológico no es sólo centrarse en el procedimiento o en las técnicas,
pues los datos nunca “hablan por sí mismos”. Son hablados, esto es, son
interpretados por quienes escribimos; y, al hacerlo, hacemos imputaciones sobre
las realidades, pasadas y presentes. En el caso de la historia de las mujeres,
la apuesta es ver hacia atrás para entender nuestro presente. Ir a los archivos
a revisar y buscar en las huellas del pasado claves históricas que nos permitan
entendernos hoy.
De ahí la importancia de que este panorama general sobre el campo de
la historia de las mujeres en otras latitudes dé paso a la mirada sobre nuestra
propia realidad: cómo se ha configurado esta corriente historiográfica en El
Salvador.
2. Configuración del afluente salvadoreño
2.1 La categoría de género como desafío a la historiografía salvadoreña
Para qué, cómo y qué constituye la historia salvadoreña son preguntas
presentes entre los profesionales de la historia al menos desde mediados del
siglo pasado. En 1979, frente a la iniciativa del Ministerio de Educación de
elaborar una historia nacional salvadoreña, un editorial de la revista ECA expuso
algunas ideas sobre una posible historia nacional:
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Si esta historia quiere ser auténticamente nacional debe insistir en el
carácter social de lo histórico evitando a toda costa el desfile folklórico
de personalidades, presidentes, jefes militares y el inventario de fechas,
lugares, batallas y hechos importantes. Lo primario es el acontecer del
pueblo insistiendo en su dimensión social. No se trata de marginar a las
personas, sino de ubicarlas en el lugar que les corresponde, en relación.
dialéctica con lo social (E.C., 1979, p. 345)
En esta relación dialéctica con lo social “la historia no siempre es
grande” (E.C., 1979, p. 345), señala el editorial. La historia del pueblo no debería
destacar solamente grandes hazañas sino también registrar y dar cuenta de las
contradicciones de la realidad. Y para cultivar la historia con la metodología y rigor
propios de las ciencias sociales, era necesario establecer escuelas profesionales
y formar historiadores capaces de explicar el pasado al pueblo salvadoreño.
Según Olivier Prud’homme (2011) y Josefa Viegas (2016), la
profesionalización de la historiografía salvadoreña ha sido un proceso largo y
desafiante. Al menos desde mediados del siglo XX, esta disciplina ha tenido que
lidiar con:
- La falta de un acervo nacional que ya se hacía sentir entre 1950 y 1960
(Prud’homme, 2011). A esta carencia respondió el proyecto historiográfico
de finales de 1950: “Microfilmación, Recopilación y Publicación de
documentos históricos”, que apuntaba a la construcción de un edificio
de Biblioteca y Archivo Nacional, la microfilmación de documentos
y el rescate de fuentes documentales históricas salvadoreñas que se
encontraban fuera del país. (Viegas, 2016)
- El amateurismo de la historiografía nacional, señalado por Alejandro
Dagoberto Marroquín en su Teoría de la historia (1960) y que se
evidenciaba en una falta de análisis crítico de las fuentes; en un modelo
historiográfico basado en las narraciones de los grandes hombres que
contribuyeron a la construcción del Estado-Nación; en una fijación en lo
político; y en una tendencia al dogmatismo y manejo inadecuado de las
fuentes (Prud’homme, 2011).
- La formación de una historia nacional que, entre 1960 y 1970, hizo
uso de las clases sociales como categoría prioritaria para interpretar
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la sociedad salvadoreña como una alternativa a la historia nacional
heredada (Viegas, 2016). Según Viegas, este pensamiento histórico de
izquierdas es rastreable en trabajos como los de Rafael Menjívar, Jorge
Arias, Alejandro Dagoberto Marroquín, Juan Mario Castellanos, Roque
Dalton, Ítalo López Vallecillos, Rafael Cáceres Prendes y Rafael Guidos
Véjar (2016).
A estos desafíos habría que agregar el de la ausencia de la perspectiva
de género: los escenarios, temas y acontecimientos predominantes en el modelo
de historia nacional han sido masculinos. Sus énfasis en elementos de carácter
político, macroeconómico y militar dejaron fuera otros aspectos presentes en las
interacciones sociales, que ya varias autoras habían comenzado a discutir en
América Latina y el mundo anglosajón al menos desde 1970. En el mismo período
en que Alejandro Marroquín intentó profesionalizar la historia en El Salvador, las
movilizaciones feministas en Estados Unidos ya habían comenzado a plantear la
pregunta sobre la función de las mujeres en la historia y a cuestionar los términos
unitarios y universales utilizados en ella (Scott, 1996).
En la región de Chiapas y Centroamérica, los estudios de mujeres y
de género experimentaron un desarrollo a partir de 1995. Este impulso se
evidencia no solo en la producción académica sino también en la progresiva
institucionalización del tema en programas de estudios de género en las
universidades y en espacios académicos como el Congreso Centroamericano
de Historia que, desde su tercera edición en 1996, incluyó una mesa de género
(Rodríguez, 2019).
Los datos recopilados por Eugenia Rodríguez muestran un rezago en las
investigaciones historiográficas salvadoreñas comparado con las generadas en
Costa Rica y Guatemala. De un total de 840 textos revisados, la autora muestra
que Costa Rica encabeza la producción de publicaciones con el 50.1%, seguido
por Guatemala, con el 14.3% y Nicaragua, con el 8.1%. El Salvador aparece
con el 4.5% de publicaciones (Rodríguez, 2019). Este rezago podría explicarse
por dos razones: la primera es que la única carrera de historia que hay en El
Salvador nació apenas en el año 2002 (Cal, 2010); la segunda, es que el fomento
de estudios históricos con perspectiva de género a través de seminarios de
investigación dedicados a la historia de las mujeres se realizó en la UES desde
2010 (Viegas, 2013).
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En 2006, Carlos Gregorio López identificó algunos estudios sobre género
y mujeres en una aproximación al campo de la historia cultural salvadoreña. Los
trabajos referidos abordan temas como movimientos sufragistas y organizaciones
femeninas, participación de las mujeres en la guerra civil, proyectos de reinserción
y desarrollo de mujeres en los nuevos espacios abiertos en el contexto de la
democratización (López, 2006). López identifica también la vertiente explorada
por Patricia Alvarenga sobre mujeres de los colectivos marginados y otros
trabajos sobre mujeres del mundo académico en el siglo XIX (López, 2006).
En un ejercicio similar sobre la historia cultural en Guatemala, Luis Pedro
Taracena identificó el tema de mujeres en los estudios sobre amas de leche,
colegios de niñas y comadronas en el período colonial; y en otros sobre biografías
de mujeres y asociaciones femeninas en el período republicano (Taracena, 2006).
Si bien Taracena no hace mención del campo de historia de las mujeres, sí deja
constancia de que el tema de las mujeres era uno de los vacíos de la historia
cultural hasta ese momento:
Estudiamos el poder a costa de la cotidianidad. Estudiamos a los de
“abajo” ahora olvidando a los de arriba. Estudiamos a los hombres
obviando a las mujeres. La cultura la subsumimos en la etnicidad. El
presente nos tienta al anacronismo. Estudiamos los hechos sin reflexión
metodológica. Historiamos hechos sin problemas… (Taracena, 2006, p.
82)
Es comprensible que López Bernal y Taracena ubiquen los estudios
sobre mujeres como un subcampo de la historia cultural porque, al igual que la
historia social, estos campos tienen como objeto de estudio la vida cotidiana, las
familias, el parentesco, la educación y la vida privada, como ya se mencionó en
el apartado 1.2. Sin embargo, ya en 1999 Víctor Hugo Acuña había identificado la
historia de las mujeres como uno de los enfoques emergentes en Centroamérica
junto a la historia política, la historia cultural, la historia intelectual, la historia del
delito y la marginalidad, y la historia de la salud pública (Acuña, citado en Cal,
2010, p.99).
La disputa sobre la pertenencia de los estudios históricos de mujeres
a uno u otro campo historiográfico es relevante porque está en juego la
intencionalidad de posicionar a las mujeres como sujetos sociales y no sólo como
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objetos de estudio. Por ello, este campo de investigación “ha reflexionado teórica
y metodológicamente acerca de la ciencia del pasado, proponiendo el concepto
de género como principal articulador teórico en las relaciones sociales” (Viegas,
2013, p. 17).
No cabe duda de que el largo y desafiante proceso de profesionalización
de la historiografía salvadoreña implica también una apuesta sistemática por la
incorporación de la categoría de género en la formación de las y los historiadores
salvadoreños. Más que de una decisión metodológica, se trata de una opción
ética y política que permita a la historia dar cuenta “de la relación de poder
primaria que organiza la vida social, que construye y reproduce las identidades
sociales del ser hombre y mujer en la vida social” (Ramos Escandón, 2006, p.
17). Sin duda, esta apuesta contribuirá a dar mayor robustez y complejidad a la
historiografía salvadoreña del siglo XXI. Ya hay camino hecho. De esto da cuenta
el siguiente apartado.
2.2 La historia de las mujeres en El Salvador
Una somera aproximación a los estudios sobre la historia de las mujeres
en El Salvador fue elaborada por Josefa Viegas en 2013. La autora propuso tres
grandes áreas a las que llamó pasos o avances comunes de la historiografía de
las mujeres en diferentes países, incluido El Salvador. Aunque no presenta una
revisión sistemática, ofrece una primera agrupación de ejercicios de historización
sobre figuras, movimientos y acciones femeninas que ella asocia al campo de la
historia de las mujeres (ver Tabla 3).
Tabla 3. Avances de la historia de las mujeres en El Salvador,
según Josefa Viegas
Áreas propuestas Ejemplos salvadoreños
a) Rescate de las mujeres
pioneras en campos
tradicionalmente masculinos
(educación, política, ciencias)
Antonia Navarro, Prudencia
Ayala, María Isabel Rodríguez
b) Mujeres en movimientos
sociales y políticos
Feminismos, luchas por la
participación política
c) Mujeres en la vida cotidiana Cultura femenina, trabajo, vida
doméstica, transgresiones,
sumisión
Fuente: Elaboración propia a partir de Viegas (2013).
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La propuesta de Viegas hizo visible el campo de la historia de las
mujeres en El Salvador hace ya diez años. Sin embargo, el incremento de la
producción de estudios históricos sobre mujeres en años recientes requiere una
actualización de aquel primer mapa.
El ejercicio de actualización que presentamos parte de la revisión de
un total de 58 textos procedentes de libros, capítulos de libros y publicaciones
periódicas, en su mayoría salvadoreñas14. La selección de los textos se realizó
según tres criterios: el primero, que tuvieran a las mujeres como sujeto15 u objeto16
de estudio; el segundo, que tuvieran perspectiva histórica aunque no fueran
trabajos estrictamente historiográficos; el tercero, que tuvieran como escenario
geográfico El Salvador. Aunque no podemos asegurar que las autorías entienden
su producción académica desde los parámetros del campo de la historia de las
mujeres, sí hay una intención de historizar sus vidas. En un análisis de contenido
básico a partir de los resúmenes de los textos se identifican diez tendencias
temáticas, mismas que comparamos con las tres grandes áreas propuestas por
Viegas (ver Tabla 4).
14 Esta pequeña base de datos forma parte de una revisión bibliográfica más amplia que las
autoras estamos desarrollando como parte del programa de investigación sobre Género y
producción de conocimiento, desde la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas.
15 Mujeres que se piensan a sí mismas a partir de la producción de relatos, narrativas,
prácticas, usos y costumbres.
16 Representaciones y discursos sobre las mujeres.
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Tabla 4. Clasificaciones temáticas en el campo de historia de las mujeres
en El Salvador (hasta 2023)
Áreas
propuestas
por Viegas en
2013
Tendencias temáticas identificadas
hasta 2023
Cantidad
de textos
identificados
hasta 2023
a) Rescate de
las mujeres
pioneras
1. Mujeres notables 10
2. Representaciones femeninas 5
b) Mujeres en
movimientos
sociales y
políticos
3. Participación política, sufragismo,
movimientos y organizaciones de
mujeres, feminismos
14
4. Testimonios de mujeres sobre la
guerra 6
5. Participación de mujeres en la guerra 6
c) Mujeres
en la vida
cotidiana
6. Educación de mujeres 7
7. Violencia hacia las mujeres 4
8. Trabajo de mujeres 1
9. Prostitución femenina 2
10. Historia de las mujeres 3
Total de publicaciones 58
Fuente: Elaboración propia a partir de textos revisados y de Viegas (2013).
Las tendencias temáticas son un intento de agrupar de manera más
precisa una gran heterogeneidad de textos que intersectan diversas áreas e
intencionalidades. Tan necesario es visibilizar figuras notables como reivindicar
las contribuciones de las mujeres, como señalan los énfasis de las historias
compensatoria y contributiva (ver Figura 2). Ambos enfoques son puntos de
partida para el proceso de problematización y construcción del campo de la
historia de las mujeres en El Salvador.
Para efectos de este estudio, hemos agrupado los trabajos según el
énfasis más fuerte. Así, al área de rescate de mujeres pioneras hemos asociado
las tendencias temáticas sobre mujeres notables y representaciones femeninas.
En el área de participación en movimientos sociales y políticos hemos agrupado los
temas relacionados al sufragismo, los movimientos y organizaciones de mujeres,
los feminismos, los testimonios de mujeres sobre la guerra y la participación de las
mujeres en ella. Por último, en el área de vida cotidiana, ubicamos las temáticas
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de trabajo, educación de mujeres, prostitución y violencia hacia mujeres. Los
textos cuya temática aborda la historia de las mujeres constituye un área añadida
a la clasificación de Viegas. La presentación de los textos a continuación se hace
en orden cronológico, tomando como base el año de publicación.
a) Rescate de mujeres pioneras
La tendencia temática de mujeres notables se vincula con los estudios
que hacen notar la presencia, participación o aportes de mujeres en distintos
ámbitos y momentos de la historia nacional. No se trata sólo de mujeres célebres
o excepcionales, sino de mujeres ordinarias que reflejan las condiciones o la
situación de las mujeres en ese contexto. Esta área coincide con la de biografías
o rescate de figuras excepcionales propuesta como una de las primeras fases,
etapas o enfoques del proceso de constitución del campo de la historia de las
mujeres (historia compensatoria).
Carlos Cañas Dinarte (2010) rescata casi 50 mujeres protagonistas en los
procesos de independencia a mediados del siglo XIX. Su trabajo recoge historias
de las hermanas María Feliciana de los Ángeles y Manuela Miranda, quienes
propagaron las ideas de independencia en Sensuntepeque y contribuyeron así
a la insurrección de esa localidad el 29 de diciembre de 1811. Olga Vásquez
Monzón (2010) hace visibles varios nombres de mujeres asociadas al trabajo
del arzobispado de San Salvador en los convulsos años entre 1977 y 1980. El
texto reconstruye la colaboración desarrollada entre estas mujeres y Monseñor
Romero en medio de una institución jerárquica y masculinizada como la iglesia
católica.
Otto Mejía Burgos (2016) explora parte de la vida y obra de la
etnomusicóloga María de Baratta. El autor hace un análisis de Cuzcatlán Típico
como fuente de información de la cultura popular e indígena. Sandra Portillo
Chicas (2017) presenta el caso de la mulata esclava María de la O, acusada de
brujería en el siglo XVIII. A través del estudio de este caso, la autora muestra las
relaciones de poder entre los grupos de afrodescendientes y el orden colonial.
En años más recientes, Olga Vásquez Monzón (2017), Ingrid Bustillo
(2018), Otto Mejía Burgos (2019) y Elena Salamanca (2022, 2023) han explorado
algunos aspectos de la figura de Prudencia Ayala a partir del archivo ubicado en
el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI). Elena Salamanca ha hecho trabajo
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de divulgación de mujeres salvadoreñas célebres a través de un ensayo sobre
Amparo Casamalhuapa (2018) y de un libro de cuentos biográficos de 14 mujeres
salvadoreñas que han contribuido en áreas de ciencia, política, educación,
literatura y medio ambiente (2022).
Con respecto a mujeres notables anónimas17, autores como Sonia Ticas
(2005), René Aguiluz (2013), Olga Vásquez Monzón (2013b, 2015) y Luis Roberto
Huezo (2019) han recogido representaciones difundidas en publicaciones
periódicas salvadoreñas tanto del siglo XIX como del siglo XX. Como elemento
común, los textos muestran la brecha y las paradojas existentes entre los ideales
femeninos reflejados en los textos y las incipientes prácticas de autonomía que
se dieron en espacios cotidianos como la producción literaria, la instrucción
formal, las prácticas de juego, ocio y entretenimiento, y las tareas ministeriales
propias de las mujeres misioneras protestantes entre finales del siglo XIX y la
primera mitad del siglo XX.
b) Participación en movimientos sociales y políticos
Esta área agrupa la mayor cantidad de textos bajo cinco tendencias:
testimonios de mujeres sobre la guerra, participación de mujeres en la guerra,
sufragismo, movimientos y organizaciones de mujeres y feministas, y participación
política. Estos textos podrían constituir un intento de historia contributiva según
el esquema de fases, etapas o enfoques del proceso de constitución del campo
de la historia de las mujeres.
Las publicaciones sobre testimonios de mujeres en la guerra se ubican
entre 1983 y 2016, y son las siguientes: La mujer en la revolución salvadoreña, de
Norma de Herrera (1983); No me agarran viva. La mujer salvadoreña en la lucha,
de Claribel Alegría y Darwin Flakol (1983); Nunca estuve sola, de Nidia Díaz
(1988); Las cárceles clandestinas de El Salvador, de Ana Guadalupe Martínez
(1992); De abuela a nieta. Historias de mujeres salvadoreñas, de Michael Gorkin,
Marta Pineda y Gloria Leal (2003); y Tomamos la palabra. Mujeres en la guerra
civil de El Salvador (1980-1992), de Margarita Drago y Juana M. Ramos (2016).
17 Son anónimas en tanto pertenecen a colectivos (escritoras, cuidadoras, misioneras) o
se alude a sus representaciones (“la mujer religiosa”) sin que sus nombres puedan ser
individualizados por no haber quedado consignados en las fuentes.
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https://doi.org/10.61604/typ.v22i45.383
http://hdl.handle.net/11715/2723
ISSN 1994-733X e-ISSN 2707-7411
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Aunque estos textos pueden asociarse a la categoría de literatura
testimonial, su inclusión en este recuento se debe a que hacen visible la
presencia de mujeres en la historia salvadoreña reciente. A partir de relatos,
entrevistas, fotografías y documentos dispersos, estas publicaciones recogen las
vivencias personales de mujeres que participaron de forma activa en el conflicto
armado, muchas de ellas desaparecidas, encarceladas, torturadas, asesinadas
o condenadas al exilio. En la medida en que proveen una mirada de la guerra
desde el punto de vista de las mujeres, estos libros constituyen fuente primaria
—quizá junto a los diarios o a las cartas personales— para problematizar su rol
en el conflicto armado salvadoreño.
Los textos agrupados en la tendencia temática de participación de
mujeres en la guerra tienen en común el objetivo de hacer visibles los aportes
de las salvadoreñas a la guerra civil y durante los años de la desmovilización
posterior al conflicto armado. Más que un mero recuento de las funciones
desempeñadas por las mujeres por más de diez años en los grupos armados,
estos estudios exploran las tensiones y los conflictos asociados a la noción
de feminidad y a la construcción de narrativas de mujeres que, como agentes
activos, se integraron a una lucha en bandos opuestos y por razones diversas.
Norma Vázquez, Cristina Ibáñez y Clara Murguialday (1996, 2020), Ryan
Hightower (2011), Josselyn Viterna (2014), Jessica Price (2018), Juana Ramos
(2018) y Herard Von Santos (2019) problematizan la mirada masculina sobre la
guerra y cuestionan la idea de que la sola participación de las mujeres como
combatientes genera igualdad de género.
Con relación a los movimientos y organizaciones de mujeres y feministas,
Ilja Luciack (2001) y María Candelaria Navas (2007, 2011, 2018, 2022) analizan
la transición desde la insurgencia hacia los movimientos de mujeres y las
organizaciones feministas en la década de 1990. El autor y la autora destacan
cómo este tránsito favoreció el paso de las demandas de clase a las demandas
de género.
Desde principios del año 2000, organizaciones como la Concertación
Feminista Prudencia Ayala y el Movimiento para la Autodeterminación y el
desarrollo de la Mujer (AMS) asumieron la figura de Prudencia Ayala —primera
candidata a la presidencia salvadoreña en 1930— para impulsar la participación
de mujeres en candidaturas electorales (Vásquez Monzón, 2020, p. 151). En
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medio de este contexto aparecen las primeras aproximaciones históricas sobre
el sufragio femenino en El Salvador. María Candelaria Navas (2012) ofrece una
periodización de la participación sociopolítica de las mujeres salvadoreñas
que abarca desde 1841 hasta 2008. La autora hace énfasis en el ejercicio de
construcción de ciudadanía expresado en algunas mujeres destacadas en la
política —entre ellas, doña Prudencia—, movimientos populares revolucionarios
y organizaciones feministas de la posguerra.
Sonia Ticas y Héctor Lindo se enfocan en las primeras décadas del
siglo XX. Ticas (2018) resalta las acciones de sufragistas, legisladores y
organizaciones femeninas tanto en el ámbito nacional como internacional. Lindo
(2018, 2020a, 2020b) explora el entorno social de principios del siglo XX para
mostrar no sólo los discursos sino también las redes e iniciativas de grupos
de mujeres salvadoreñas que buscaban incidir en la vida política nacional.
Lindo enfatiza que las figuras icónicas como Prudencia Ayala no trabajaban de
forma aislada sino en grupos colaborativos heterogéneos, formados tanto por
costureras, vendedoras de mercado, maestras como por mujeres de élite. Según
el autor, la causa del Unionismo fue un vehículo para que numerosos grupos
de mujeres participaran en la vida política y promovieran lo que fue su logro
más importante: ser las pioneras del voto femenino en Latinoamérica al haber
incorporado el sufragio de mujeres a la Constitución Federal de 1921.
Cristina García Castro (2019) brinda un acercamiento a la historia de la
Liga Femenina Salvadoreña surgida en 1948. Su trabajo muestra los discursos,
actividades y trayectorias de las mujeres que presentaron la iniciativa de ley para
conceder los derechos ciudadanos a la mujer salvadoreña en 1950.
Claudia Iraheta, Diana Carolina Becerra y Héctor Lindo muestran que la
participación política de mujeres no se ha limitado a la lucha por el sufragio. Lindo
(2021) expone una muestra del liderazgo y activismo femenino en la participación
de las mujeres del mercado en la revuelta de marzo de 1921 ante la nueva política
monetaria. Claudia Iraheta (2013) reconstruye el proceso histórico que hizo
posible la llegada de las primeras mujeres a la Asamblea Legislativa en 1956.
Diana Becerra (2018) muestra iniciativas como la que desarrolló la Asociación de
Mujeres de El Salvador (AMES) en 1980 donde se ubica el nacimiento de lo que
la autora llama “feminismo revolucionario” (párr. 15). Los aportes de estos tres
autores contribuyen a desmontar la idea de que el surgimiento del feminismo y
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de las organizaciones de mujeres se ubica en la década de 1990, al momento de
la desmovilización de las excombatientes.
c) Vida cotidiana
En el proceso de constitución del campo de la historia de las mujeres,
esta tercera área podría asociarse a la etapa/fase/enfoque de problematización
de las relaciones de género. Viegas ubica en esta categoría una diversidad de
temáticas vinculadas a cultura femenina, trabajo, vida doméstica y estrategias de
sobrevivencia de las mujeres que van desde la sumisión hasta la transgresión
(Viegas, 2013, p. 18). En esta actualización de tendencias temáticas hemos
incorporado a esta área la educación de mujeres.
En las tendencias temáticas sobre vida doméstica, los trabajos de
Isabel Villalta (2011), Oscar Meléndez (2011) y Diana Durán (2013) ofrecen una
aproximación a las tensiones y las violencias presentes en las interacciones
cotidianas de la provincia de Sonsonate entre finales del siglo XVIII y el siglo
XIX. A partir de la revisión de los expedientes criminales de la Alcaldía Mayor
de Sonsonate, estos autores muestran una realidad vecinal y familiar marcada
por episodios de violencia, donde las mujeres fueron víctimas de agresión física
y sexual. En sus análisis constatan una tendencia a la criminalización de las
mujeres con base en estereotipos y roles de género.
Claudia Ponce (2011) trabaja un tema similar cuando identifica la
vulnerabilidad femenina y la violencia masculina en la clase popular salvadoreña
entre 1950 y 1990. A partir de entrevistas valoradas como fuentes orales para
la historia, la autora sostiene que entre los factores que hacen vulnerables a
las mujeres al maltrato físico están la diferencia de edades con sus parejas, el
desconocimiento de la sexualidad y del propio cuerpo, el alcoholismo de los
varones y el aislamiento de las mujeres de sus redes de apoyo.
En torno al fenómeno de la prostitución femenina en El Salvador se
identifican las investigaciones realizadas por Rosa Vianney Juárez (2011) y
Lourdes Tejada (2019). Las autoras analizan la dinámica violenta de control
social de las mujeres dedicadas a este oficio a través de reglamentos, cuerpos
médicos y policiales. Ambas autoras exponen las condiciones de precarización
de la vida cotidiana de las mujeres dedicadas a esta actividad económica en dos
momentos: 1880 y 1950.
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En el campo del trabajo de las mujeres, Claudia Ponce (2008) reconstruye
el perfil social de las vendedoras de los mercados y de las calles en San Salvador,
a partir de representaciones seleccionadas entre 1944 y 1948 del periódico
La Tribuna, publicado en San Salvador. La autora problematiza categorías
macroscópicas como “masas populares”, “proletariado” o “trabajadores”
utilizadas por los investigadores que estudiaron la primera mitad del siglo XX,
puesto que invisibilizan a las mujeres. Ponce propone pensar el trabajo femenino
desde la historia de las mujeres, pero vista como parte de la historia social.
Las primeras publicaciones sobre las mujeres como sujetos de la
educación nacional aparecen en el siglo XXI. A partir del caso de la Escuela de
Niñas de José María Cáceres, María Tenorio (2002) reflexiona sobre la educación
privada salvadoreña de mediados del siglo XIX. Tenorio identifica un modelo que
pretendía perpetuar las diferencias genéricas: las niñas eran educadas para ser
madres en el ámbito privado y los varones para ir a la universidad y poder optar
a cargos públicos.
Olga Vásquez Monzón (2011, 2013a, 2014) explora el último tercio
del siglo XIX y muestra cómo el tema de la educación de mujeres se convirtió
en un debate de trascendencia durante el proceso de laicización del Estado
Salvadoreño. A partir de la revisión de periódicos, reconstruye la discusión entre
intelectuales, clérigos, funcionarios, escritoras, madres de familia, estudiantes y
maestras. La autora sostiene que en ese debate se estaba definiendo no solo un
tema educativo sino una nueva manera de entender a las mujeres y su rol social.
María Julia Flores (2013) aborda la educación de las mujeres en la transición
de 1894 a 1924. Su estudio muestra los enfoques de los planes de estudio, la
cobertura y los espacios de especialización académica para las mujeres.
d) Historia de las mujeres
Tres textos posicionan la historia de las mujeres como campo
historiográfico en El Salvador. Josefa Viegas (2013) ofrece un panorama general
sobre las características de este campo e introduce trabajos pioneros de
estudiantes de la carrera de historia de la Universidad Nacional de El Salvador
(UES), que son fruto de los primeros seminarios sobre historia de las mujeres y
género. En una columna digital, Diana Sierra (2013) afirma que la participación
de las mujeres en la historia nacional ha sido sistemáticamente invisibilizada a
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pesar de que ellas han participado en el proceso de democratización a través
de movimientos, sindicatos, grupos estudiantiles y organizaciones de derechos
humanos. A la pregunta sobre por qué escribir una historia de las mujeres en El
Salvador, la autora responde con la invitación a seguir con la tarea de escribir
una historia fuera de los grandes personajes para dar otra cara a los procesos
de cambio revolucionarios. Esmeralda Mejía (2019) presenta una descripción
de fuentes resguardadas en el Archivo Central de la UES que pueden utilizarse
para investigaciones en el campo de historia de las mujeres: expedientes de
graduación, documentos del área administrativa y archivo histórico.
3. Notas para la discusión
¿Qué es en la actualidad hacer historia? Posiblemente sea, primero,
una manera de leer y, segundo, un modo de darle sentido a la realidad
pasada y presente.
Sonia Corcuera De Mancera (2014, pp. 10-11).
Coincidimos con las palabras de Sonia Corcuera y añadimos que hacer
historia con perspectiva de género es una manera de leer y de darle sentido
a la realidad pasada y presente. La existencia del campo de historia de las
mujeres permite problematizar las vidas, los imaginarios, las representaciones
y las construcciones jerárquicas y de poder que atraviesan las vidas de las y los
protagonistas de paisajes del pasado.
Si consideramos los avances que en este campo se han hecho en otros
países latinoamericanos, anglosajones o europeos, se podría deducir que el
campo salvadoreño de la historia de las mujeres es aún un pequeño afluente
de una corriente más grande y consolidada. Sin embargo, ha sido central para
pensar entre los intersticios de las fronteras disciplinares y diversificar los
imaginarios y las narrativas sobre nuestro pasado reciente.
En los países de los que provienen y/o sobre los que piensan las autoras
revisadas en la primera parte del texto, la historia de las mujeres es un campo
ya estabilizado. En el contexto salvadoreño, si aspiramos a dicha estabilización,
requerimos encauzar recursos para producir transformaciones de orden teórico
y metodológico que no sólo rescaten, sino que también aspiren a problematizar
las experiencias femeninas, y las sitúen como parte de la historiografía nacional.
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Continuar con esta tarea de historización de las mujeres salvadoreñas
—tanto de las ilustres como de aquellas que han poblado y habitado diversos
espacios de la vida cotidiana de este país— requiere de una mirada interdisciplinar
y de una praxis de investigación que reúna tanto los recursos de la investigación
historiográfica como de otras técnicas de las Ciencias Sociales. La historia de
las mujeres es también historia de El Salvador, desde una perspectiva distinta y
con preguntas renovadas.
Esperamos con este pequeño texto sumarnos al esfuerzo colectivo
de seguir alimentando dicho afluente pero, sobre todo, deseamos celebrar el
trabazzjo de todas aquellas personas que se siguen sumando al esfuerzo de
registro, de resguardo, del estudio, de la escritura y de la investigación, a fin de
tener un pequeño campo en el cual poder reconocernos en el presente y en el
futuro.
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