15TEORÍA Y PRAXIS No.43 Vol. 2 Julio-Diciembre 2023

Recordar lo que no se vivió: jóvenes,
comunidad y memorias del conflicto armado

salvadoreño1

Remembering what was not experienced: Young
people, community, and memories of the Salvadoran

armed conflict
Fernando Chacón Serrano2

María José Reyes Andreani3

Resumen
Este artículo se interroga sobre cómo los(as) jóvenes de una comunidad
desplazada construyen las memorias del conflicto armado de El Salvador
(1980-1992), a pesar de no haberlo vivido. Desde una perspectiva cualitativa,
mediante relatos de vida y foto-elicitación, se trabajó con diez jóvenes,
quienes nacieron después del fin del conflicto armado en Nueva Trinidad,
una comunidad al norte de El Salvador, desplazada por operativos militares y
reconstruida por exrefugiados y excombatientes de la guerrilla. Se evidencia en
los(as) jóvenes la construcción de memorias propias a través de los mecanismos
de la imaginación y la empatía, siendo central en ello los relatos fragmentados
que familiares y vecinos les han transmitido en una cotidianidad comunitaria
que constantemente remite al conflicto armado.
Palabras clave: memorias sociales, conflicto armado, jóvenes, comunidad, El
Salvador

1 El presente artículo está basado en parte de los resultados del estudio
“Construcción de memorias sobre el conflicto armado de El Salvador en jóvenes
de una comunidad desplazada”, financiado por el Proyecto FONDECYT
n°1161026 “Memorias locales y transmisión intergeneracional: estudio de caso de
un barrio crítico en Santiago de Chile”.
2 Maestro en Psicología Comunitaria, Universidad de Chile; Profesor universitario,
investigador y psicoterapeuta radicado en El Salvador. Correo electrónico:
nfchacon@gmail.com. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8637-3403
3 Doctora en Psicología Social, Universidad Autónoma de Barcelona; Profesora
del Departamento de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de
Chile, y miembro del Núcleo de Investigación “Vidas cotidianas en emergencia:
territorio, habitantes y prácticas” de la misma Universidad. Correo electrónico:
mjrandreani@u.uchile.cl. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1874-9031

Revista de Ciencias Sociales
y Humanidades.

No.
43 ISSN 1994-733X e-ISSN 2707-7411, Editorial Universidad

Don Bosco, year 21, No.43, Vol. 2, July-December 2023,
pp.15-40

ISSN 1994-733X e-ISSN 2707-7411, Editorial Universidad
Don Bosco, año 21, No.43, Vol. 2, Julio-Diciembre de 2023,
pp.15-40

16 Recordar lo que no se vivió: jóvenes, comunidad y
memorias del conflicto armado salvadoreño

Abstract
This article explores how young people living in a displaced community
configure memories of the armed conflict in El Salvador (1980-1992), despite
never experiencing it. From a qualitative perspective, through life stories and
photo-elicitation, ten young people were recruited to participate, who were
born after the end of the conflict in Nueva Trinidad, a community in the north of
El Salvador, displaced by the military and reconstructed by ex-refugees and ex-
combatants of the guerrilla. It was observed that the participants constructed
memories of their own through imagination and empathy, grounded in the
fragmented narratives that relatives and neighbors convey to them during the
everyday life of their community, which constantly alludes to the armed conflict.
Keywords: social memories, armed conflict, young people, community, El
Salvador

En el marco de conflictos armados y dictaduras
latinoamericanas durante el siglo pasado, uno de los problemas
que las Ciencias Sociales ha debido enfrentar es la construcción
de memorias de pasados de violencia, siendo en la última década
acuciante su abordaje desde una mirada intergeneracional. Los
trabajos producidos en el Cono Sur se han vuelto pioneros para
la región al ofrecer nuevas formas de interrogar al pasado y su
herencia (Achugar et al., 2013; Cornejo et al., 2013; Faúndez
Abarca y Hatibovic Díaz, 2016; Jara, 2016; Jelin y Sempol, 2006;
Reyes et al., 2015; Reyes et al., 2016; Castillo-Gallardo et al.,
2018, entre otros). Sin embargo, escasamente cruzan en sus análisis
el nivel local, es decir, las prácticas, los discursos, los marcos
interpretativos, las relaciones de poder que se generan en un
particular territorio (Del Pino y Jelin, 2003), cuestión fundamental
si se asume que el “mundo próximo” (Heller, 1970) condiciona las
formas de hacer memoria. Y menos aún, profundizan respecto a
los procesos y mecanismos a través de los cuáles se generan los
sentidos del pasado potenciados por dicha conjunción.

En la región centroamericana, con una historia reciente
de conflictos armados, las investigaciones sobre la transmisión de
memorias y las nuevas generaciones han sido más bien escasas,
mientras que el análisis local ha estado completamente ausente.
Es más, para el caso salvadoreño, y en particular en el campo de la
Psicología Social, los estudios de memoria han ido disminuyendo
con el paso del tiempo (Gaborit, 2006a, 2006b; Montalvo, 2006;
Orellana, 2005; Portillo, 2005), posiblemente por la urgencia de
abordar otras problemáticas en posguerra, como los altos niveles
de violencia social vinculada al pasado de guerra (Hume, 2008), y
una marcada migración irregular hacia Estados Unidos, fenómenos
que afectan en mayor medida a la juventud (Gaborit et al., 2012).

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Hace más de 25 años se produjo el cese formal del conflicto
armado de El Salvador (1980-1992), uno de los más largos y
sangrientos de la historia reciente en Latinoamérica. Este fue
protagonizado por las Fuerzas Armadas en defensa del gobierno
y la oligarquía, y la guerrilla “Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional” (FMLN). De él sobresalen alrededor de 75
mil personas fallecidas y medio millón de desplazados, sumado a
secuelas económicas, políticas y psicosociales (Krämer, 2009).

El conflicto armado no afectó a todo el país por igual.
Los estragos fueron mayores en las comunidades rurales al sufrir
operativos de “tierra arrasada”, dirigidos a destruir y desarticular
el apoyo por parte de la población campesina a la guerrilla, lo
que significó numerosos desplazamientos forzados. Al término del
conflicto armado, estos espacios devastados fueron reconstruidos
por población proveniente de los campamentos de refugiados
establecidos en Honduras (Krämer, 2009). En la actualidad, estas
comunidades recuerdan el pasado de violencia vinculándolo
fuertemente a su identidad comunitaria (Lara Martínez, 2018;
Ospina, 2010).

Las nuevas generaciones que habitan estos territorios
han venido interactuando en lo cotidiano con personas que
vivieron de manera directa el conflicto armado, con instituciones
transgredidas como la familia, escuela o iglesia, y con espacios
que fueron escenarios de violencia como la plaza central de la
comunidad. Se vuelve pertinente, entonces, interrogarse sobre los
mecanismos a través de los cuales construyen las memorias de
dicho conflicto desde su experiencia de habitar una comunidad que
fue gravemente afectada, principalmente, por el desplazamiento
forzado. Dicha interrogación es relevante, pues centrarse en la
construcción de memorias de los(as) jóvenes permite comprender
a quienes suelen invisibilizarse por no haber vivido en primera
persona el conflicto armado, pero que, a su vez, están llamados a
dar continuidad, interrogar y/o transformar a su propia comunidad.
También, porque recordar comunitariamente promueve una
recuperación socioafectiva de personas y comunidades afectadas
por la guerra, lo que favorece la reparación del tejido social. Y,
por último, porque promueve nuevos proyectos colectivos, junto
con el reconocimiento de la dignidad de los(as) sobrevivientes y su
sufrimiento (Gaborit, 2006b).

18 Recordar lo que no se vivió: jóvenes, comunidad y
memorias del conflicto armado salvadoreño

Memorias sociales y comunidad
Desde la propuesta de Vázquez (2001), se considera a la

memoria como proceso y producto histórico, social y contextual,
que construye narrativamente acontecimientos pasados
otorgándoles sentido. De este modo, la acción de hacer memoria
posibilita una articulación del pasado y el presente a partir de
construir y resignificar los acontecimientos, lo que confiere
continuidad a la realidad social. A esto se suma una proyección
a futuro, es decir, expectativas configuradas en el presente que
también condicionan las experiencias y la memoria misma (Jelin,
2012). En resumidas cuentas, el presente, a partir del orden social
vigente con sus normas y valores, ofrece condiciones de posibilidad
para la emergencia de ciertas memorias, silencios y olvidos, lo
que a su vez contribuye a la reproducción, interrogación e incluso
resistencia de un determinado orden social (Vázquez, 2001).

En este proceso de construcción de memoria, el lenguaje
juega un rol clave. Según Vázquez (2001), este es constitutivo
de la memoria y la dota de su dimensión social, pues permite
la articulación de las relaciones sociales. Así, la memoria se
volvería una narración construida en el presente que propiciaría la
experiencia de continuidad de los acontecimientos, precisamente,
mediante la conexión de estos de forma discursiva y argumentativa.
En esa línea, Dobles (2009) expone que “en el centro de este aspecto
narrativo de las memorias estará la configuración de la trama” (p.
136), la que permite que la memoria sea un relato comunicable,
con cierto grado de coherencia (Jelin, 2012). En ese sentido, la
trama implicaría un conjunto de combinaciones a través de las
cuales lo que aconteció se vuelve historia (Ricoeur, 2000). De allí
que dicha combinación incluya escenarios, personajes, actos e
intrigas que posibilitan la constitución de una narración (Cornejo
et al., 2013).

Ahora bien, la construcción narrativa de la memoria está
íntimamente relacionada al espacio desde el cual se realiza. Para
el caso salvadoreño, las comunidades rurales se constituyen en
espacios privilegiados para indagar en las memorias del conflicto
armado, en la medida que fueron escenarios protagónicos para
su despliegue. Dichas comunidades hacen propio el espacio,
definiendo con ello límites físicos y simbólicos guiados por los
objetivos de la colectividad. Además, “los límites de ese nosotros

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están materializados desde un momento originario, a partir de un
acontecimiento que hace las veces de mito fundacional” (Silva,
2014, p. 26). Para el caso de las comunidades salvadoreñas, este
remite al conflicto armado.

La narrativa identitaria de la comunidad está basada en un
proceso de memoria, pues lo que es la comunidad está ligado a las
experiencias del pasado, a las cuales recurre para legitimarse en el
presente. De allí que surja también la necesidad de tradiciones y
conmemoraciones, acciones de las que se valen para experimentar
la idea de continuidad en el transcurrir del tiempo (Raposo, 2012).
Al respecto, se ha observado que, en espacios atravesados por
acontecimientos violentos, existen esfuerzos por organizar el
tiempo a través de la conmemoración de fechas especiales, y la
marcación de lugares significativos como los murales, pretendiendo
que el pasado esté “siempre presente” (Raposo, 2012). Asimismo,
Silva (2014) identifica que en las comunidades campesinas hay una
obligación ética de recordar a sus antepasados y su legado.

Lo anterior pone de manifiesto particularidades en el proceso
de hacer memoria en comunidades ancladas a un territorio, donde
se teje una narrativa del pasado que da sentido a lo acontecido
allí. Con esto no se descarta una puesta en tensión con narrativas
hegemónicas, vinculadas a un discurso oficial con tendencias
homogeneizadoras. De allí que la construcción de memoria sea un
elemento de resistencia enfocado “en la reconstitución de un pasado
social y políticamente necesario para el presente” (Silva, 2014, p.
28). Y no solo eso, según Jelin (2012), tiene un rol significativo en
el fortalecimiento del sentido de pertenencia, pues la referencia a
un pasado común crea sentimientos de autovaloración y confianza
individual y colectiva.
Construcción de memorias en las nuevas generaciones

Ahora es preciso preguntarse por la participación, en la
construcción de memoria, de aquellos que no vivieron el pasado
que se recuerda. Al respecto, la noción de experiencia, propuesta
por van Alphen (1999), permite comprender el hacer memoria
de lo no vivido, ya que se estipula que la experiencia depende
del discurso, es decir, tiene una mediación lingüística, y no una
subordinación directa al acontecimiento; a partir del discurso se
configura lo que se piensa y se conceptualiza del evento, se le da

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memorias del conflicto armado salvadoreño

un sentido. En relación con lo anterior, la experiencia de trauma
consistiría en la imposibilidad de darle sentido al acontecimiento,
esto es, construirlo discursivamente, lo que llevaría a la dificultad
de hacer memoria del mismo (Aranguren, 2008; van Alphen, 1999).

Vázquez (2001) respalda lo anterior cuando expresa que
la experiencia es “entendida (…) no solo como vivencia directa,
sino también como legado activamente transmitido e incorporado
a nuestras relaciones e interpretaciones de la sociedad” (pp.
29-30). Es decir, lo experimentado puede ser transmitido en las
relaciones sociales, porque no depende de la vivencia directa
del acontecimiento, y esa transmisión se produce gracias a la
intervención del lenguaje, el cual, a su vez, articula las relaciones
sociales mismas. Entendida así la dinámica de la memoria, los
sujetos que no vivieron el evento también pueden construir su propia
narrativa del pasado, potenciando o bien cuestionando memorias
oficiales, e incluso, instalando memorias contrahegemónicas
(Aguilar-Forero, 2017).

Estos planteamientos sintonizan con la noción de
postmemoria propuesta por Hirsch (2008), a propósito del
Holocausto. La postmemoria hace referencia a la relación de
transmisión de conocimiento y experiencias entre una generación
que atestiguó un acontecimiento violento (primera generación)
y aquella que no (segunda generación), donde esta última
recuerda experiencias transmitidas en historias, incluso imágenes
y comportamientos. Además, su memoria posee características
de imaginación, proyección y creación, lo que refleja, siguiendo
la lógica expuesta, un proceso de re-construcción propio. Hirsch
(2008) enfatiza la esfera familiar de la memoria, donde la conexión
entre generaciones es fuerte, afectiva e íntima.
Pero no descarta que “incluso el más íntimo conocimiento
familiar del pasado es mediado por imágenes y narrativas públicas
disponibles ampliamente” (p. 112).

Las dinámicas particulares de memoria en nuevas
generaciones también se evidencian en investigaciones
latinoamericanas. Para el caso de Chile y la memoria de la dictadura,
se identifica que estos sujetos resaltan la importancia de revisar
y aprender del pasado violento, además de sumarse a la condena
por las violaciones de derechos humanos, independientemente de
su ideología política (Arnoso et al., 2012; Cornejo et al., 2013).

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Asimismo, generan nuevos discursos y prácticas con la narración
del pasado como referente de acción del presente (Reyes et al.,
2015). Además, pueden experimentar un “estigma familiar” el
cual crea escenarios de vergüenza y miedo, y al mismo tiempo
de orgullo; no obstante, hay una necesidad de buscar huellas
de reconstrucción de su pasado, pero diferenciándose de sus
antecesores (Jara, 2016).

Para Castro (2007), la injerencia del evento violento en
la vida de las nuevas generaciones se da a partir de un proceso
de socialización por instituciones sociales (familia, escuela, etc.)
afectadas durante ese pasado. Estas transmiten actitudes, valores,
modos de comportarse que cada sujeto asume como propio y actúa
en consecuencia. El estudio de Voigtländer (2016) en El Salvador
refuerza la idea, al trabajar con jóvenes hijos(as) de exguerrilleros
y su memoria del conflicto armado. A la hora de hacer memoria,
los discursos de los(as) jóvenes están caracterizados por una fuerte
idealización de la guerrilla y su lucha armada, condicionados a
su contexto que les provee de relatos familiares y comunitarios
de manera abundante. Aunque el énfasis no está puesto en lo
territorial, deja al descubierto que no es lo mismo recordar desde
y sobre una comunidad que fue afectada, donde en lo cotidiano
hay una fuente constante de relatos y marcas que narran sobre lo
acontecido durante el conflicto, que hacerlo en contextos donde el
daño fue menor, y las marcas de ese pasado son menos evidentes.

Método
Diseño

Desde un enfoque cualitativo, y siguiendo una lógica
exploratoria y comprensiva (Canales, 2006), se buscó comprender
la manera que los(as) jóvenes de una comunidad desplazada hacen
memoria del conflicto armado, y cómo este atraviesa su vida.

Territorio y Participantes
El estudio se realizó en la comunidad Nueva Trinidad, al

norte de El Salvador, a finales de 2016 e inicios de 2017. Durante
1981 y 1982, este territorio sufrió operativos de “tierra arrasada”,
que lo devastaron y obligó a desplazamientos forzados. En 1991

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memorias del conflicto armado salvadoreño

este espacio se repobló y fue reconstruido por población refugiada
de los campamentos de Mesa Grande, Honduras (Audiovisuales
UCA, 2005). La mayoría de su población adulta actual tuvo alguna
vinculación directa y significativa con el conflicto armado.

En la actualidad, Nueva Trinidad se caracteriza por ser
una comunidad rural, en condiciones socioeconómicas precarias,
con un flujo significativo de migración irregular hacia Estados
Unidos, dinámica que caracteriza a varios de los municipios del
departamento de Chalatenango (Gaborit et al., 2012).

Los participantes fueron seleccionados mediante un
muestreo dirigido (Hernández et al., 2014), a partir de cuatro
criterios: edad (menores de 25 años, pues nacieron después del
fin formal de la guerra), sexo (mujeres y hombres), lugar de
pertenencia (originarios de Nueva Trinidad) y participación familiar
en la guerra (directa: familiar que perteneció a la guerrilla;
indirecta: familiar que no perteneció a la guerrilla, pero sufrió
desplazamiento y refugio). Se obtuvo una muestra de 10 jóvenes,
cinco mujeres y cinco hombres, con una edad promedio de 19
años, quienes nacieron en Nueva Trinidad entre 1993 y 2000. Para
la decisión del total de casos se consideró el criterio de saturación
del discurso (Canales, 2006).

Instrumento
Se utilizó la técnica de relatos de vida (Cornejo et al.,

2008), la que fue acompañada de foto-elicitación (Harper, 2012).
Los relatos de vida posibilitaron profundizar sobre el lugar
que ocupa el conflicto armado en la historia de vida de los(as)
jóvenes, a pesar de no haberlo vivido, y desarrollar un proceso
de construcción de su “historia del conflicto armado”. La foto-
elicitación favoreció la construcción de memorias que no hubiese
sido lograda con la entrevista narrativa al estimular una memoria
afectiva como anticipo a la narración del pasado (Hirsch, 2008).
Esto fue evidenciado en la investigación de Voigtländer (2016) en
El Salvador.

El proceso de construcción de los relatos de vida se basó
en el diseño metodológico de Cornejo et al. (2013), a partir de
dos sesiones de entrevista: en el primer encuentro, se les planteó

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la consigna inicial “Cuéntame tu historia del conflicto armado”,
la que fue acompañada de preguntas de profundización. Para la
siguiente sesión, se solicitó la selección de fotos con la consigna:
“Te pido el favor de traer de tres a cinco fotos, que te sirvan para
contar tu historia del conflicto armado a personas dentro y fuera
de tu comunidad”. Así, en el segundo encuentro se profundizaron
temas pendientes y se implementó la foto-elicitación. Todas las
fotografías utilizadas por los(as) jóvenes fueron de su propiedad.

Para garantizar la calidad de la producción de los datos, la
aplicación de los relatos de vida fue acompañada de otras estrategias
cualitativas, siguiendo un proceso de triangulación (Okuda y Gómez-
Restrepo, 2005). En primer lugar, antes de empezar el proceso de
producción de datos, se trabajó la subjetividad del investigador,
siguiendo las recomendaciones de Cornejo et al. (2008) para la
técnica de relatos de vida. Esto implicó una reflexión del vínculo
personal del investigador con el tema a investigar, a través de la
elaboración y reflexión de un auto-relato del conflicto armado con
fotografías. Esto tuvo la finalidad de identificar elementos de la
propia historia personal que podría condicionar los datos (historias
familiares, sesgos ideológicos, etc.).

En segundo lugar, apegados a otra recomendación de
Cornejo et al. (2008), se utilizó un cuaderno de campo durante
todo el proceso. Dicho cuaderno sirvió para registrar puntos
relevantes sobre las visitas a la comunidad en general, y sobre cada
participante en específico, como datos a ser corroborados, temas
a ser problematizados, y elementos sobre la relación establecida
entre participante e investigador.

Por último, se realizaron entrevistas a actores clave, entre
los que destacan líderes comunitarios, miembros de organizaciones
sociales vinculadas al tema del conflicto armado, e investigadores
del fenómeno de memoria social y nuevas generaciones. Esto
sirvió para contrastar y enriquecer los datos producidos desde los
relatos de los jóvenes entrevistados, procedimiento que garantiza
una mejor calidad de los mismos.

24 Recordar lo que no se vivió: jóvenes, comunidad y
memorias del conflicto armado salvadoreño

Procedimiento
A finales de 2016 e inicios de 2017 se realizó el trabajo

de campo en la comunidad Nueva Trinidad. La inmersión al
terreno y acercamiento a los(as) participantes se hizo a través del
contacto de un informante clave originario del lugar. Durante toda
la investigación, se respetaron las normas éticas de la American
Psychological Association (APA, 2017). De cada participante se
obtuvo la firma de un consentimiento y asentimiento informado. Se
garantizó la confidencialidad y el anonimato asignándoles nombres
ficticios. Además, se compartió una copia de la transcripción de
las entrevistas, la cual podían revisar y solicitar modificaciones al
contenido.

Las transcripciones de los relatos de vida fueron ingresadas
al software para análisis cualitativo ATLAS.ti. El análisis de los
datos se realizó mediante un Análisis narrativo, siguiendo una
perspectiva temática y estructural (Bernasconi, 2011). Con el
análisis narrativo temático se buscó identificar el contenido de los
relatos de vida, teniendo como guía la pregunta ¿qué se narra?,
y considerando la secuencia de lo narrado con sus referencias
temporales y espaciales. A partir del análisis narrativo estructural
se pretendió responder la pregunta ¿cómo se narra?, atendiendo
a los tonos narrativos, las posiciones adoptadas por el narrador, el
tipo de historia contada, entre otros elementos. Además, se siguió
una lógica singular (intra-caso), que permitió el abordaje de cada
relato de vida por separado; y transversal (inter-caso), con lo cual
se construyeron ejes analíticos temáticos emergentes propios de
la diversidad de los datos (Cornejo et al., 2008).

Resultados
Procesos e implicaciones de hacer memoria de lo que
no se vivió

En términos generales, los resultados evidencian que los(as)
jóvenes, pese a no haber vivido el conflicto armado, construyen
memorias propias de lo acontecido sin reproducir de modo literal
lo que les han contado. En ellas relatan sobre personajes, hechos,
disputas, espacios y temporalidades no solo del pasado de guerra,
sino también del período de posguerra.

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Así, en las narraciones sobre el pasado rompen con las
delimitaciones temporales de la historia formal de la guerra
ubicada entre 1980 y 1992, y junto a eso, se apropian del pasado,
más aún cuando la trama alude a los sobrevivientes de la guerra.
De este modo, relatan las dificultades durante la guerra, como
el sufrimiento familiar producto del desplazamiento forzado,
masacres, pérdidas familiares y participación guerrillera; pero
también narran las implicaciones de comenzar una nueva vida
luego del conflicto, con las secuelas del pasado vividas no solo por
sus familiares y vecinos, sino por ellos mismos, quienes llegan a
incluirse como personajes que sobreviven las dificultades también
en la posguerra.

A continuación, más que profundizar en los contenidos de las
narraciones de los(as) jóvenes, se reflexionará sobre los mecanismos
que entran en juego en la construcción de memorias propias, donde
la dinámica familiar y la comunidad anclada territorialmente se
constituyen como sus condiciones de posibilidad.

Casi vivir el pasado: imaginación y empatía como
mecanismos en la construcción de memorias

Cuando se promovió en los(as) jóvenes un proceso de
construcción de memorias del conflicto armado, la mayoría se
abocó en primera instancia a las historias de sus familias para
narrar sobre ese pasado. Si bien relatan sobre otros hechos, son
las experiencias de sufrimiento de madres, abuelos, tías, lo más
significativo por transmitir.
mi abuela anduvo en guindas [desplazamientos forzados] cuando
empezaba la guerra. Incluso, se le murió una hija en los brazos
de ella, por una bala perdida.
(…) A como pudo hizo un hoyo, la

enterró a la hija y siguió ella, llorando… (Manuel, 21 años)
siempre sufrieron bastante [su familia], porque mi mamá

me cuenta historias de cuando salían que… los guerrilleros
llegaban a decirles: “los militares vienen para acá, tenemos
que movernos”. Entonces a ellos les tocaba andar en cerros,

potreros, quebradas. (Sergio, 20 años)
En este sentido, la trama sobre los sobrevivientes del pasado

de guerra se nutre, precisamente, por memorias de sufrimiento
familiar de carácter íntimo: el contenido es reservado, difícil de

26 Recordar lo que no se vivió: jóvenes, comunidad y
memorias del conflicto armado salvadoreño

hacerlo público en otros contextos; además, se caracteriza por
ser fragmentado, con vacíos. Su forma de narrar no sigue un
orden específico, los hechos van siendo contados al calor de la
conversación, con vacilaciones y sin tanta fluidez. Las emociones
en la narración son diversas y marcadas, desde tonos de alegría,
tristeza, preocupación hasta enojo, lo que refleja que su condición
de narradores se ve comprometida por ser hijos, nietas, sobrinos
relatando sobre un dolor familiar.

La combinación de estos elementos evidencia que el
conflicto armado les interpela pese a su condición de haber nacido
después. Esa condición les condena, según los(as) jóvenes, a
la vivencia inevitable de una brecha con respecto al pasado de
guerra: ellos saben de la misma, mas no la vivieron, y no pueden
discernir completamente lo que eso implica. Gisela, una joven
de 16 años, reflexiona que la guerra “no es lo mismo que te la
cuenten a como vivirla”, y de ello comparte su deseo de vencer
la brecha mediante la experiencia imposible de “un instante de
saber y vivir” la guerra.

En su intento de darle sentido a ese pasado, los(as) jóvenes
precisan de la relación con aquellos que sí lo vivieron. Tanto la
comunidad (personas y lugares) como la familia se caracterizan
por ser un puente que facilita el acercamiento al pasado de
guerra de los(as) jóvenes, a partir de un proceso de transmisión
caracterizado como una “dialogía intergeneracional” (Reyes et
al., 2015) que posibilita relaciones de aprendizaje (por ejemplo:
saber sobre masacres, estrategias guerrilleras) y la emergencia de
conflictos (por ejemplo: dudar de la honestidad de la guerrilla,
indagar lo que pasó) con quienes vivieron directamente el pasado.

En este sentido, a pesar de que en el territorio hay distintas
fuentes desde las cuales hacer memoria, la principal es la familia, y
en ella, determinados miembros que juegan roles tanto de fuentes
de relato, como de personajes protagónicos de las mismas historias
que cuentan. En sintonía con los trabajos de Hirsch (2008) y Jara
(2016), es evidente que el vínculo guerra-joven, que se manifiesta
en sus memorias, no puede comprenderse sin el contexto familiar,
pues su fuerza como fuente de relatos y espacio de transmisión
de memorias se nota por su transversalidad tanto en el pasado
de guerra y posguerra, como en el presente e incluso el futuro.
Verónica refleja lo anterior cuando dice:

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conocer sobre la historia de mi madre me hace como
transportarme también hacia lo que ella vivió… aunque no

había nacido, pero siento como que formé parte de esa historia
también.
(Verónica, 22 años)

Lo transmitido no se recibe de forma pasiva, los(as) jóvenes
participan activamente más allá de la mera repetición, lo que
desemboca en la construcción de memorias propias. Aquí entran
en juego distintos mecanismos que posibilitan dicha construcción,
y se ponen al servicio de la comprensión del pasado de sufrimiento
experimentado por sus familiares y demás personas en la
comunidad. Entre ellos destacan la imaginación y la empatía.

Respecto a la imaginación, esta implica un ejercicio
consciente de re-crear mentalmente el pasado de guerra, para el
caso, de dos maneras. Por un lado, es usada por los(as) jóvenes
para verse ellos mismos en ese pasado no vivido, y operar allí como
personajes, pues imaginan cómo pudo haber sido vivir la guerra,
qué decisiones pudieron haber tomado y bajo qué roles. Llama
la atención que ellos no se imaginan como simples espectadores,
sino desplegando acciones en función de proteger a la familia
o a la población civil. Puestos en el pasado como personajes,
sorpresivamente las decisiones que toman no siempre están en
sintonía con lo que hicieron sus familiares. Por ejemplo, Verónica
“hubiera luchado con el pueblo”, pero no siendo guerrillera como
su mamá lo fue. En el fondo, esto pone de manifiesto un trabajo de
su parte, de pensarse desde su presente a partir de sus inquietudes
y deseos, sin estar atados totalmente a las memorias de sus
familiares. Se puede observar en la narración de Roberto cómo
pone en juego este mecanismo, sumado a elementos empáticos:

hay ocasiones en que yo estoy hablando con ella [su mamá] y
cuando veo que se pone sentimental, yo… lo que hago es que

como que en mi mente me imagino las cosas, lo que ella ha
pasado. Me da un sentimiento también, muchas veces hasta

junto con ella a mí se me han rodado las lágrimas escuchando las
historias de ella.
(…) quizás si en aquel momento hubiera estado

yo no sé cómo hubiera reaccionado. (Roberto, 23 años)
La cita de Roberto también ilustra que la imaginación está

puesta en función de los otros, en este caso particular, en imaginar
cómo pudo haber sido para sus familiares vivir las experiencias
de guerra relatadas. Esto último guarda una relación estrecha

28 Recordar lo que no se vivió: jóvenes, comunidad y
memorias del conflicto armado salvadoreño

con la empatía, otro elemento que interviene en el proceso. Aquí
se considera la empatía como el imaginar y buscar comprender
la perspectiva de otras personas (Halpern y Weinstein, 2004),
por lo que “depende, en buena medida, de la capacidad de la
persona para ponerse en el lugar del otro e imaginar las vivencias
y consecuencias de lo que les pasa a los demás” (Martín-Baró,
1985, p. 347). Los(as) jóvenes conectan empáticamente tanto con
el presente como con el pasado de sus familiares. En el pasado,
porque imaginan las situaciones límites que tuvieron que sortear
para sobrevivir. Y en el presente, porque reconocen el malestar
que a veces les causa traer a la memoria un pasado doloroso, el
cual se comparte de manera vivencial, como si hubiese acontecido
recientemente.

Landsberg (2009), al relacionar memoria y empatía,
caracteriza a esta última con las propiedades de diferencia,
distancia y contemplación, las cuales se identifican en el proceso
de memoria aquí discutido. La propiedad de diferencia está
presente entre familiares y jóvenes, ambos pertenecientes a
generaciones distintas, sumado a que los primeros experimentaron
situaciones límite, y los segundos solo pueden imaginarlas. Con
relación al elemento de distancia, los(as) jóvenes se proyectan
hacia el pasado de sus familiares con el ejercicio de recrear lo
vivido y sentido en esos momentos. Ya Verónica lo caracterizaba
al decir: “la historia de mi madre me hace como transportarme
(…) hacia lo que ella vivió”, donde la idea de transportarse
implica una distancia que busca ser cubierta. Precisamente,
Hirsch (2008) identifica las memorias de la generación “pos” con
características de proyección, imaginación y creación. Por último,
la contemplación se observa en el interés y atención que los(as)
jóvenes, como receptores de relatos, manifiestan hacia el pasado
de familiares y vecinos.

Lo anterior es respaldo para interpretar que el proceso
de colocarse intelectual y emocionalmente en la perspectiva de
los familiares en el pasado y presente se vuelve un vehículo que
promueve un acercamiento al pasado. A esto se suman también
otros elementos como ciertas prácticas de indagación, entre las
que destacan la visita a lugares donde sus familiares vivieron la
guerra, y que ahora han sido transformados en “sitios de memoria”.
Roberto, por ejemplo, comparte su experiencia al visitar un ex
campamento guerrillero, donde juega a imaginarse con un fusil
entre las manos:

29TEORÍA Y PRAXIS No.43 Vol. 2 Julio-Diciembre 2023

[estaba] como imaginándome, como que si yo estaba en ese
momento
[de guerra]. Comparando lo que mi mamá me había
comentado, (…) me lo estaba imaginando como que yo andaba

allí en ese momento junto con ella… ¿Te sentiste como un
guerrillero? (entrevistador)
Sí… llegué a sentirme así. Yo

cuando llegué… no sé, pero eso es lo primero que se me cruzó
en la mente (ríe). Cualquiera diría “este está loco”, pero en mi
imaginación me ponía como que yo andaba un fusil...
(Roberto,

23 años)
La cita también refleja la relevancia del vínculo familiar,

pues el joven no se imagina solo, sino “junto” a su madre en
ese espacio como escenario del pasado, lo que refuerza la idea
del puente que acerca al joven a lo no vivido (como también lo
promueve el territorio, como se verá a continuación). Con todo,
tiene sentido hablar aquí de una “conexión profunda” entre la
primera y segunda generación (Hirsch 2008), sostenida por la
imaginación y la empatía como mecanismos presentes en la
construcción de memorias de los(as) jóvenes que les posibilita
“casi vivir” el conflicto armado.

Cotidianidad comunitaria y recurrencia del pasado de
guerra en los(as)
jóvenes

La comunidad no se queda atrás como una fuente que facilita
la conexión con el pasado de guerra para los(as) jóvenes, y con
eso la construcción propia de memorias. Se establece una relación
importante entre la comunidad como territorio marcado por el
conflicto armado y los(as) jóvenes en su condición de miembros
de esta, y también como sujetos que han vivido las secuelas. Esa
relación emerge en el relato de los sobrevivientes en el período
de posguerra y la reconstrucción de Nueva Trinidad. Tal es el peso
de este pasado que, en este punto, las memorias de posguerra de
los(as) jóvenes se traslapan con el relato de su nacimiento y sus
primeras vivencias en este periodo.

Por los relatos de los(as) jóvenes, no es difícil darse cuenta
que parte constitutiva de la identidad de Nueva Trinidad es la
vivencia del conflicto armado. Esto se manifiesta en la manera
que sus habitantes se ven a sí mismos: como “gente sufrida” por
la violencia, pero luchadora, sobreviviente. De igual manera, en
sus formas de organizar el tiempo en conmemoraciones (fecha
de repoblación, de masacres) y el espacio con sitios de memoria

30 Recordar lo que no se vivió: jóvenes, comunidad y
memorias del conflicto armado salvadoreño

(murales, letreros). Por lo mismo, desde instituciones como
la iglesia católica, se tiene la tendencia explícita a “mantener
viva la memoria” del conflicto armado, a través de actividades
recurrentes a lo largo del año. Así lo hace saber Adriana:

hacen actividades [en la comunidad] de eso que cuentan toda la
historia
[de la guerra] cada año. Hacen una misa, después

cuentan todos los testimonios las personas … Ellas cuentan
cómo fue la historia. Entonces yo las escucho y se me queda un

poquito de todo lo que dicen… (Adriana, 16 años)
Se puede decir, entonces, que en Nueva Trinidad se han

configurado “marcos sociales” (Halbwachs, 2004) con una
peculiaridad propia que condiciona la forma que sus habitantes, y
en concreto los(as) jóvenes, hacen memoria. Así, la cotidianidad
comunitaria remite al pasado de guerra, el cual está presente en
su forma de habitar el territorio, en las relaciones sociales y las
instituciones, lo que concuerda con los estudios antropológicos de
Das (2008) sobre cómo un acontecimiento violento permea una
comunidad posteriormente.

El sentido de pertenencia experimentado por los(as)
jóvenes no entra en conflicto con dicha identidad comunitaria. Al
contrario, a través de sus memorias, ellos quieren resaltar todo el
proceso de superación de sus familiares y vecinos, que se ha vuelto
un modelaje sobre cómo afrontar las situaciones adversas en la
vida. Llama la atención que esta historia de supervivencia no está
delimitada por la fecha formal de finalización del conflicto armado
en 1992. En realidad, las memorias de los(as) jóvenes también están
compuestas por una narración del periodo de posconflicto, durante
el cual aconteció el proceso de reconstrucción de la comunidad.
En buena medida, esto es impulsado por lo significativo que es
para ellos dar a conocer que su nacimiento tuvo lugar en dicho
periodo de posconflicto, lo que implicó vivenciar experiencias
adversas, así como las experimentaron sus familiares y vecinos en
el pasado. Ellos se colocan también como personajes en esta parte
de la trama, caracterizada por un período de “calamidad” por la
crisis económica experimentada en las familias de Nueva Trinidad.
Sergio lo describe:

no solo a nosotros [su familia], a toda la gente le ha
tocado como volver a nacer, a salir de cero. Creo que la

guerra fue como el centro de todo eso, que nos afectó
a todos en general…
(…) Estábamos en una calamidad

terrible. (Sergio, 20 años)

31TEORÍA Y PRAXIS No.43 Vol. 2 Julio-Diciembre 2023

Lo anterior refuerza la idea del vínculo joven-comunidad: una
especie de enlace entre el sufrimiento de sus familiares y vecinos
en el pasado de guerra y posguerra, y el de los(as) jóvenes en
posguerra. Dan cuenta que la idea de ser “gente sufrida”, pero
luchadora, aunque con algunas diferencias, les remite a sus vidas
igualmente. Así, la inclusión como personajes de la trama de
sobrevivientes se sustenta no solo en ser parte de las familias que
vivieron la guerra en primera persona, sino también en su sentido
de pertenencia a la comunidad; a su vez, dicha inclusión como
personajes del relato es una forma de ser parte de la comunidad, de
ese gran relato que versa sobre sus miembros como sobrevivientes
(en su caso, personajes sobrevivientes de la “calamidad” del
después). Alejandro cuenta lo que implica para él ser espectador
de las marcas del pasado en sus vecinos, y la relevancia de conocer
sus relatos:

a mí me inspiran [vecinos y amigos], porque los considero que
fueron bien valientes… Y que hoy yo vea esa realidad de que

ellos pasaron… fue un sufrimiento que te hace reflexionar… esa
reflexión le ayuda [a uno] para actuar en forma positiva, para

salir adelante y saber si hay otro hecho así… saber cuál es la
mejor decisión… te da la certeza si podés pertenecer y luchar o
no hacerlo… porque ves a tus amistades cómo están marcadas.

(Alejandro, 21 años)

El peso del pasado: conflictos y condicionamientos
La construcción de memorias de los(as) jóvenes no está

exenta de conflictos, pues existen factores que tensionan la
convivencia familiar y comunitaria. Para los(as) jóvenes no es fácil
lidiar con su condición de haber nacido “después” y convivir con la
interpelación del pasado de guerra a nivel familiar y comunitario.
Sobre todo, si se reconoce la complejidad de las memorias familiares
con sus vacíos, escasa fluidez, y marcada emocionalidad.

Aunque los(as) jóvenes estén expuestos constantemente
a los relatos de familiares y vecinos, también perciben en estos
ciertos malestares, renuencias y silencios a la hora de relatar. De
ahí que intuyan que “no cuentan toda la historia”; una tendencia
a callar el recuerdo que Pollak (2006) observó en sobrevivientes
del Holocausto. La interpretación de los(as) jóvenes sobre esta
situación se centra en que el recuerdo de ese pasado violento les
duele, y hasta el día de hoy todavía “hay traumas”. Además, creen
que sus familiares no quieren afectar la “calma” del presente, al

32 Recordar lo que no se vivió: jóvenes, comunidad y
memorias del conflicto armado salvadoreño

poner sobre la mesa recuerdos incómodos (por ejemplo, el haber
asesinado mientras se era combatiente de la guerrilla). En todo caso,
aunque existan contenidos de memoria que no se narran, aparece
una especie de “silencios comunicativos”: también se cuenta a
partir de las marcas en la gente (cicatrices, comportamientos) y
los espacios (murales), que para ellos son símbolos que algo pasó.

Por esta dinámica compleja, en algunos casos, las memorias
familiares entran en tensión con la dinámica comunitaria-
institucional que insta a siempre recordar de manera abierta. Para
los(as) jóvenes es más complejo trabajar las memorias familiares
que les comprometen más, comparado con la tendencia a “mantener
viva la memoria” de su comunidad. Como efecto, estas memorias
íntimas, paradójicamente, posibilitan dos aspectos contradictorios
entre sí: para algunos, los relatos de sufrimiento familiar funcionan
como un impulso a seguir haciendo memoria de la guerra, ya que
asumen este ejercicio como forma de validación y dignificación de
lo sufrido; pero, para otros, este sufrimiento se vuelve un inhibidor
a seguir recordando, pues hablar del tema implica reavivar heridas
no sanadas y eso incomoda, a propósito de la vinculación empática
con sus antecesores. Las citas siguientes de Gisela demuestran esta
dinámica. Ella ve como “bueno” conmemorar, de manera general,
el pasado de guerra y transmitirlo a las nuevas generaciones; sin
embargo, más adelante en la entrevista, cuando se ahonda en la
memoria de sus abuelos, paradójicamente, prefiere olvidar dicho
pasado por el sufrimiento que conlleva rememorarlo.

es bueno celebrar todavía eso [hacer conmemoraciones],
para que no se borre esa memoria histórica, y tenerlos presentes
a las personas. ¿Y por qué sería necesario tenerlos presentes?

(entrevistador) Para que no se olvide, y que las nuevas
generaciones lo vayan recordando, que siempre las nuevas

generaciones lo vayan celebrando… ¿Y esos relatos [de los
abuelos] los tratarías de seguir recordando? (entrevistador)

No… no quisiera recordarlos. ¿Por qué? (entrevistador) Tal
vez, [por] lo mucho que sufrían [sus abuelos], o lo mucho que
sufrieron las personas. Tal vez olvidarlo ya.
(Gisela, 16 años)

Lo anterior es un indicador para pensar en posibles conflictos
dentro de la familia, promovidos por los dilemas de contar o guardar
silencio. La mayoría de jóvenes presenta un interés genuino por
el pasado de guerra, sumado a una actitud indagatoria que les ha
movido a preguntar o querer hacerlo en el futuro. Es comprensible,
pues su intención es conocer las causas de la pérdida de familiares,

33TEORÍA Y PRAXIS No.43 Vol. 2 Julio-Diciembre 2023

las razones de incorporarse a la guerrilla, y demás hechos contados
a medias, para llenar esos vacíos pendientes. Ante este panorama,
dos puntos de tensión se vuelven evidentes: uno, el choque entre
los deseos de los(as) jóvenes por saber más del pasado familiar y la
imposibilidad de sus parientes en ofrecer sus memorias; otro, las
diferencias entre las dinámicas del contexto comunitario y familiar,
ya que en el primero la tendencia está puesta a mirar el pasado sin
vacilación, y en el segundo no. En ambos casos, la manera en que
se afronten estos conflictos puede repercutir inevitablemente en
las heridas que ya se cargan.

Con todo, pese a la configuración de estas tensiones, en
varios de los(as) jóvenes la idea del conflicto armado en el futuro
es caracterizada por una aceptación y apropiación del pasado,
que se sostiene al comprender que este acontecimiento es y será
también parte de ellos. Laura expresa con claridad la forma en
que ella está tratando de encarar y conciliarse con la guerra que
no le tocó vivir:

¿y creés que el conflicto armado va a estar en tu futuro?
(entrevistador)
Yo creo que es algo que siempre va a estar
en mí… Aunque ya de diferente forma, con otro sentido. ¿Y

quisieras, si pudieras, quitártelo? (entrevistador) Yo creo que no,
porque es parte de mi origen, es parte de mí, de mi historia…

más bien modificarlo, tomarlo como una experiencia, como la…
historia de mi familia, de mi comunidad. Y tenerlo siempre

presente y sentirme orgullosa de todo el proceso que ha vivido
mi familia y cuánto nos hemos superado. Pero no olvidarlo, ni

sacarlo de mí, porque es parte de mi identidad. (Laura, 19 años)

Conclusiones
La investigación evidencia que los(as) jóvenes, pese a no

haber vivido el conflicto armado salvadoreño, construyen memorias
propias de este, las cuales están en función de reducir la brecha
entre saber y vivir el pasado, y con ello satisfacer la necesidad de
darle sentido a la historia que atraviesa la vida de su territorio,
su familia y la propia. El recorrido por la trama de memoria de
los sobrevivientes da cuenta de ese carácter activo, donde su
construcción es posible por el enlace de los(as) jóvenes con la
comunidad que habitan, y también la conexión con sus familiares
que sufrieron directamente la guerra.

34 Recordar lo que no se vivió: jóvenes, comunidad y
memorias del conflicto armado salvadoreño

Aquí entran en juego mecanismos dinámicos (imaginación,
empatía, etc.) con los que se acercan al pasado y llenan vacíos.
No reproducen los relatos que circula en la familia y comunidad:
interrogan, disienten, rompen el tiempo formal, no siguen una
linealidad, etc. Por lo mismo, hacen una lectura del pasado
desde su posición de jóvenes de posguerra en circunstancias
diferentes, lo que refleja un rol activo en el espacio relacional
con otras generaciones. Dicho espacio relacional no se da en el
vacío, al contrario, el territorio donde ellos se han socializado
es indispensable como condición de posibilidad: la cotidianidad
comunitaria remite al pasado de guerra, presente en la forma
de habitar dicho territorio, en las relaciones sociales y las
instituciones. Además de la palabra, hay marcas en las personas
(cicatrices, comportamientos) y los espacios (murales, letreros)
como escenarios del pasado.

Asimismo, las memorias tienen implicaciones en la
convivencia familiar, donde favorecen una conexión afectiva e
intelectual, facilitada por la empatía y validación del sufrimiento.
No obstante, también puede haber tensión por la indagación del
pasado por los(as) jóvenes y la dificultad de contar en la familia.
De igual manera, las memorias conllevan implicaciones en la
convivencia comunitaria, donde recordar el pasado se vuelve
punto de encuentro en lo público (conmemoraciones), fortalece
la identidad, y ofrece formas de operar comunitariamente para
sobrevivir (relaciones colaborativas). Sin embargo, puede tensionar
la insistencia de recordar en contraposición a la dinámica familiar
donde no siempre es fácil evocar el recuerdo. De acuerdo con estos
hallazgos, las formas de abordar estas tensiones desde iniciativas
públicas y privadas tendrán repercusiones en las familias, la
comunidad y el país.

Para futuras investigaciones, si se continúa con la
metodología de relatos de vida, se recomienda hacer una sesión
más de entrevista, ya que en este estudio se identificó que las
entrevistas provocaron el interés por indagar sobre la guerra a
partir de preguntas a sus familiares. De igual forma, se recomienda
el uso de metodologías grupales, donde se explore la construcción
colectiva de memorias entre sujetos de la misma generación, y
también de otras. Esto posibilitará identificar más a fondo mandatos
culturales instaurados en su comunidad, más allá de los elementos
personales y familiares; además, daría cuenta de la dinámica entre
generaciones, con puntos en tensión y concordancias.

35TEORÍA Y PRAXIS No.43 Vol. 2 Julio-Diciembre 2023

Asimismo, se insta a realizar estudios comparativos entre
distintos contextos comunitarios, con el fin de caracterizar de
qué manera dicho contexto condiciona las memorias; es posible
que con ello se identifiquen otros elementos como el estigma, por
ejemplo. En esa misma línea, se recomienda investigar a jóvenes
pertenecientes a familias vinculadas a la Fuerza Armada, el otro
bando en contienda. Con ello se tendría un acercamiento a otras
memorias poco exploradas, lo que puede aportar elementos
importantes sobre cómo se interpreta el pasado en estos otros
actores, en función de una reconciliación social.

El presente estudio es una clara evidencia de la relevancia
de las nuevas generaciones en la construcción de memorias en
los territorios, como un actor social con voz propia y legítima.
En esa línea, los hallazgos aportan elementos importantes a la
hora de hacer investigaciones e intervenciones psicosociales sobre
la temática. Primero, se evidencia la necesidad de asumir en
clave intergeneracional la reparación psicosocial de las familias
y la comunidad, afectadas por acontecimientos violentos como el
conflicto armado salvadoreño. Segundo, los resultados sugieren
que se debe considerar las diferencias de las dinámicas familiares
y comunitarias al hacer memoria: un abordaje comunitario
debe acompañar las dificultades de recordar en las familias, sin
imposiciones. Por último, es importante promover un abordaje
que complemente los trabajos de conmemoración y testimonio con
espacios de reflexión sobre el origen, desarrollo y consecuencias
del conflicto armado, en función de acciones políticas desde las
nuevas generaciones dentro y fuera de la comunidad.

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