TEORÍA Y PRAXIS No.42 Vol. 1 Enero-Junio 2023 45
Revista de Ciencias Sociales
y Humanidades.
No.
42 ISSN 1994-733X, Editorial Universidad Don Bosco, year 21,
No.42, Vol. 1, January-June 2023, p. 45-73
ISSN 1994-733X, Editorial Universidad Don Bosco, año 21,
No.42, Vol. 1, Enero-Junio de 2023, p.45-73
La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
The convergence between sociology and natural
sciences in the study of the family
Luis Armando González1
Resumen
En este ensayo, se continúa una línea de reflexión sobre el estudio científico
de la familia, cuyos resultados se han publicado en el portal de Insurgencia
Magisterial (México). Aquí se ofrecen argumentos que complementan lo tratado
en esas otras publicaciones. Y el punto de partida para lo que sigue es asumir que,
desde la sociología, se fue perfilando, a lo largo del siglo XX, un abordaje de la
familia como un micro grupo social con sus propias dinámicas y características.
Ese acercamiento específicamente sociológico hizo parte de un esfuerzo de
investigación de mayor alcance realizado por las distintas ciencias sociales
(economía, historia, ciencia política, antropología y psicología) que también
han aportado (y siguen aportando) al conocimiento científico de la familia. Al
finalizar el siglo XX la sociología se integró al Modelo Estándar de las Ciencias
Sociales, con lo cual compartió la visión que desde las ciencias sociales se tiene
de lo social-cultural como una realidad autónoma de lo natural-biológico.
Palabras clave: familia, ciencias sociales, ciencias naturales, sociología,
evolución
1Profesor universitario y Jefe del Observatorio de Derechos Humanos y
Realidad Nacional de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos
(PDDH) de El Salvador.
46 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
Abstract
In this essay, a line of reflection on the scientific study of the family is continued,
the results of which have been published in the Insurgencia Magisterial Portal
(Mexico). Arguments are offered here to complement what has been discussed
in other publications. The starting point for what follows is to assume that,
from sociology, an approach to the family as a micro-social group with its own
dynamics and characteristics was taking shape throughout the 20th century. This
specific sociological approach was part of a larger research effort carried out by
the different social sciences (economics, history, political science, anthropology,
and psychology) that have also contributed (and continue to contribute) to the
scientific knowledge of the family. At the end of the 20th century, sociology was
integrated into the Standard Model of the Social Sciences, with which it shared
the vision that the social sciences have of the social-cultural as an autonomous
reality from the natural-biological.
Keywords: family, social sciences, natural sciences, sociology, evolution
1. Explicar lo humano-social: los límites del Modelo
Estándar
Cabe decir, para comenzar, que el Modelo Estándar de las
Ciencias Sociales, pese a dar la espalda a lo natural-biológico,
pudo explicar un amplio conjunto de fenómenos y dinámicas
humanas (sociales y culturales), con lo cual se avanzó, sin duda,
en el conocimiento científico. Las ciencias sociales —y no sólo la
sociología— se afianzaron como saberes confiables en lo teórico y
con una capacidad notable de incidencia práctica en problemas
sociales de distinta envergadura. Fue tanto el éxito del modelo que
lo natural-biológico quedó como un “ruido de fondo” del cual se
podía prescindir en las explicaciones de lo humano social, incluso
aunque en algunas de las mismas se notara el “vacío” creado por
no incluir, o incluir mal, lo natural biológico.
1.2. La presencia incómoda de lo natural-biológico
No es que se desconociera el peso de lo natural-biológico,
especialmente en campos en los cuales — como la psicología en sus
vertientes experimentales y psicoanalíticas—, pero se solían asumir
cuatro caminos ante esa presencia a veces incómoda: a) lo natural-
biológico no influye en las dinámicas mentales (psicológicas)
propiamente humanas, que son moldeadas exclusivamente por lo
cultural-social; b) lo natural-biológico puede ser y es moldeado
TEORÍA Y PRAXIS No.42 Vol. 1 Enero-Junio 2023 47
por lo social-cultural humano que es “superior”; c) lo natural-
biológico puede irrumpir (irracionalmente) en lo humano-social,
pero tiene que ser controlado por lo consciente-civilizado; y d) lo
natural biológico es un ámbito de realidad que sólo se hace sentir
en dimensiones de lo humano social que están en el límites de lo
humano-animal, por lo que su estudio no compete a las ciencias
sociales, que deben atender a lo “propiamente humano”, o sea, a
lo menos “contaminado” de animalidad.
A partir de esos supuestos — que a ratos adquirieron un
carácter de dogmas— las ciencias sociales se atrincheraron en
lo que consideraron su terreno (su ámbito de realidad) exclusivo
(y bien delimitado) de investigación (la realidad socio-natural) y
dejaron el resto —lo natural no humano— en manos de los científicos
naturales. Estos últimos, por su lado, se hicieron cargo de la porción
de realidad que les correspondía (y en la que venían trabajando
desde 1500), cosechando no sólo éxitos explicativos de enorme
trascendencia (que se expresan en las más elaboradas teorías
científico-naturales del presente), sino, además, estableciendo
estrategias metodológicas de investigación acompañadas de
técnicas e instrumentos de recolección y procesamiento de datos
rigurosas y potentes.
Esta separación-alejamiento de las ciencias naturales
y las ciencias sociales dio lugar a situaciones paradójicas, e
incluso preocupantes, al menos en ciertos ambientes académicos
de uno y otro lado: en algunas comunidades científico sociales
y humanistas, se cultivó la visión de que lo suyo se trataba de
un trabajo “científico” distinto del de las ciencias naturales, un
trabajo interpretativo, no explicativo, en el que lo determinante
era lo simbólico-cualitativo, no lo cuantitativo, que se vio con
recelo e incluso con desprecio.
De aquí surgió la suposición ciertamente perniciosa —
que lamentablemente ha arraigado en ciertos ambientes de las
ciencias sociales— de que hay una metodología cualitativa que
es exclusiva (y que define) a las ciencias sociales, a diferencia
de la metodología cuantitativa, que es propia de las ciencias
“cuantitativistas” (como a veces se dice con desdén), o sea de las
ciencias naturales. Esta oposición parte de otra más fuerte: la de
48 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
las llamadas “ciencias duras” y las llamadas “ciencias blandas”,
oposición que hizo las delicias de algunos científicos naturales
que decidieron mirar por encima del hombro a quienes —los
científicos” sociales— estaban lejos de ser como ellos en cuanto
rigor, precisión y logros explicativos. Esta oposición, asimismo,
se terminó clasificando en “paradigmas” que, presuntamente,
aclaran los procederes investigativos en los distintos campos del
conocimiento. El siguiente texto ilustra el panorama descrito:
Múltiples han sido los diferentes enfoques adjudicados a la
función de los paradigmas y su importancia en el desarrollo
de las ciencias y específicamente en el modo de obtención
del conocimiento: la investigación científica… En general, se
han planteado los siguientes paradigmas de investigación:
[1] Positivista (racionalista, cuantitativo), que pretende
explicar y predecir hechos a partir de relaciones causa-efecto
(se busca descubrir el conocimiento). El investigador busca
la neutralidad, debe reinar la objetividad. [2] Interpretativo
o hermenéutico (naturalista, cualitativo), que pretende
comprender e interpretar la realidad, los significados y
las intenciones de las personas (se busca construir nuevo
conocimiento). El investigador se implica. [3] Sociocrítico,
que pretende ser motor de cambio y transformación
social, emancipador de las personas, utilizando a menudo
estrategias de reflexión sobre la práctica por parte de los
propios actores (se busca el cambio social). El investigador
es un sujeto más, comprometido en el cambio. (Coello
Valdés et al., 2012, párr. 22)
1.3. Los dilemas de la sociología
En el texto citado el numeral [1] está bien delimitado de
los numerales [2] y [3], con lo que se hace palmaria la diferencia
entre los dos campos de acción del conocimiento científico a los
que se ha hecho alusión. Por supuesto que hubo (y hay) científicos
sociales que trataron (y tratan) de abordar los fenómenos sociales
según criterios y procedimientos compatibles con el quehacer de
las ciencias naturales, a partir de las cuales se originó —de algunas
de ellas, para ser precisos— el llamado paradigma “positivista
(racionalista, cuantitativo), que pretende explicar y predecir
TEORÍA Y PRAXIS No.42 Vol. 1 Enero-Junio 2023 49
hechos a partir de relaciones causa-efecto (se busca descubrir el
conocimiento)”. Cabe señalar que este bautizo no fue obra de los
científicos involucrados en física, la astronomía, la química o la
biología, sino de filósofos de la ciencia que, siguiendo los pasos
de Francis Bacon) dieron cuerpo a un relato en el cual las ciencias
naturales eran de carácter positivista (empirista-inductivista)
(González, 2022a).
Cuando pensadores como Auguste Comte pretendieron hacer
de la sociología una ciencia, creyeron que la misma debería ser
un “saber positivo”, semejante al que caracterizaba las ciencias
naturales, también “positivas” (o “positivistas”). Se inició, así,
en la sociología (y también en otras ciencias sociales, como la
economía, la psicología y la ciencia política) una preocupación
porque su quehacer se pareciera, en la mayor medida posible, a
lo que supuestamente hacían las ciencias naturales: en el caso
de la sociología recolectar evidencia empírica (datos positivos)
para llegar a conclusiones generales acerca de cómo se relacionan
(causalmente, correlativamente, asociativamente) los “hechos”
sociales. Este quehacer científico social, por tanto, también
recibió los calificativos de “cuantitativista”, “cientificista” y
“reduccionista” por parte de quienes no se consideraban imbuidos
del mismo propósito.
¿Cuál era (y es) el propósito de los críticos del “cientificismo
reduccionista” en la sociología (y en general en las ciencias
sociales)? Su propósito era (y es) la comprensión hermenéutica,
que se ha acompañado de componentes fenomenológicos, de lo
social-humano, en la cual la cuantificación carece de sentido,
dadas las propiedades cualitativas en juego. En esta posición se
atrincheraron los desafectos al paradigma positivista en las ciencias
sociales, y no sólo en la sociología: antropólogos, sociólogos de
la cultura, sociólogos críticos, etnometodólogos, fenomenólogos,
hermeneutas, filósofos críticos y psicoanalistas, entre otros. En
conjunto, abanderaron y abanderan estrategias de abordaje
de lo humano social que pretenden “comprender e interpretar
la realidad, los significados y las intenciones de las personas”
prescindiendo de hipótesis que conduzcan a la obtención de datos
cuantitativos que permitan respaldarlas. A lo sumo, admiten la
utilidad de formular problemas y preguntas de investigación,
pero en el paso siguiente introducen la necesidad de apoyarse en
50 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
“información cualitativa” amplia y diversa, misma que debe servir
para las “interpretaciones” realizadas por los investigadores.
La sociología no es ajena, obviamente, a esta doble
perspectiva. Quienes se han sentido y se sienten más cercanos a
las influencias científicas (de tipo cuantitativista, para usar esa fea
palabra) han contribuido al desarrollo de la investigación social,
no sólo con la acumulación de datos empíricos, sino con propues
tas explicativas de distintos fenómenos sociales respaldadas con
un andamiaje de datos relevantes.
Sin embargo, pese a sus logros investigativos, quienes se
han decantado y decantan por este modo de proceder suelen
estar (y han estado) a la defensiva, siempre buscando justificarse
ante quienes —a veces desde dentro de la sociología, a veces
desde fuera— han considerado (y consideran) que la investigación
científica de lo social —al buscar respaldar sus hipótesis con
datos cuantitativos (o lo más parecido a ellos)— deja de lado algo
importante, irreductible a la cuantificación, en su estudio de lo
humano social. Como señalan Navarro y Asún:
El estigma en torno a la investigación cuantitativa lo hemos
experimentado más de una vez quienes nos dedicamos a la
sociología cuantitativa. Parte de la culpa de este estigma
es nuestro porque no solemos responder a las críticas que
se nos hacen ni poner por escrito nuestras reflexiones
epistemológicas. Esto genera que las descripciones
existentes de nuestra labor o de nuestras supuestas posturas
epistemológicas provengan de personas que conocen sólo
superficialmente nuestro quehacer… La leyenda negra sobre
la investigación social cuantitativa suele ser criticada por
su aparente incapacidad para dar cuenta de la complejidad
de las relaciones interpersonales. Se habla que nuestra
perspectiva de investigación es atomista (…), en el
sentido que entenderíamos a las personas como entidades
equivalentes y aisladas. Nada más lejos de la realidad”
(Navarro y Asún, 2022, P. 8).
Desde la visión hermenéutica-interpretativa la visión
“cientificista-atomista” no sólo es limitada a la hora de explicar
la “complejidad de las relaciones interpersonales”, sino también
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a la hora de dar cuenta de la conciencia humana, lo cual, al
decir de Daniel Dennett, es un bastión para quienes consideran
que es un terreno vedado para las ciencias explicativas, pues la
“comprensión de la conciencia excede el entendimiento humano…
Según esta línea de pensamiento, carecemos de los medios…
para comprender cómo las ‘piezas que trabajan unas sobre otras’
conforman la conciencia” (Dennett, 2006, p. 19). Incluso quienes
son menos pesimistas, y creen que el “misterio de la conciencia”
puede ser “comprendido”, concluyen que “no es posible resolverlo
con explicaciones mecanicistas” (Dennett, 2006, p. 19).
Según refiere Dennett, la conciencia ha sido vista por muchos
como el terreno en el cual dominan los “qualia”, es decir, “los
aspectos fenoménicos de nuestra vida mental, sólo accesibles por
medio de la introspección” (Dennett, 2006, p. 97). La conciencia
humana, pues, sería un territorio dominado por lo cualitativo; y
si es desde ella que se erige lo propiamente social-humano, la
investigación que se haga de esto último no puede provenir de
ciencias que se centran en lo “relacional” o “funcional” (Dennett,
2006), sino de unas que sean capaces comprender e interpretar —
con tremendas limitaciones, pues la conciencia sólo es accesible,
y no siempre, a la persona que experimenta su vida consciente— el
significado y sentido que los sujetos dan a su conciencia, a su vida
mental y sus productos. En este enfoque,
la versión tradicional —anota Denett— es que ‘sólo yo
tengo acceso a esas experiencias [conscientes]’… Pero esta
afirmación obvia tiene que defenderse ante la hipótesis en
apariencia inconcebible de que ni siquiera yo ‘tengo acceso
a las cualidades intrínsecas de mi propia experiencia. ¿Qué
puede querer decir esto? Que podría haber cualidades
intrínsecas de mi experiencia cuyas ideas y vueltas, como las
propiedades espaciales de la comprensión y la producción
lingüísticas, estuvieran más allá de mi comprensión.
(Dennett, 2006, p. 99).
En fin, si se asume que ni siquiera los propios sujetos
pueden comprender a cabalidad el “misterio” de sus experiencias
conscientes —su vida mental, su subjetividad— mucho menos lo
podrán hacer quienes investigan “desde fuera” esas dinámicas
subjetivas e intersubjetivas. Los que mejor se acercan en su
52 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
exploración son los investigadores capaces “interpretar” los
“qualia” (las cualidades, los datos cualitativos) que se vierten
desde, principalmente, la “producción lingüística” de los sujetos;
aunque también son importantes los “qualia” que se ponen de
manifiesto en gestos, actitudes, posturas corporales, silencios y
ruidos que en su efervescencia cualitativa permiten al investigador
“comprender” e “interpretar” mejor, aunque siempre con
limitaciones, el fenómeno humano-social de su interés.
¿Y qué decir de quienes pretenden investigar los fenómenos
humano-sociales siguiendo criterios relacionales y funcionales,
planteando hipótesis de trabajo que conduzcan a la obtención
de datos empíricos cuantificables (cuantitativos), recurriendo
al mínimo —y sólo en caso de extrema necesidad—a datos
cualitativos? Pues bien, desde la óptica de los “comprensivos”
(“cualitativistas”), investigaciones empírico-cuantitativas de lo
humano social sólo son posibles cuando se abordan (describen,
caracterizan) fenómenos humano-sociales en sus dimensiones más
simples y superficiales (lo cuantificable), quedando lo más propio
de lo humano-social fuera del alcance de esas investigaciones.
Hay un “algo” de lo humano social —dicen los cualitativistas—
al que no se puede acceder, de ninguna manera, por la vía
explicativa empírica; un “algo” a lo cual sólo es viable acercarse
—sólo acercarse un poco— por vías comprensivas e interpretativas.
Quienes siguen esta última vía se remiten a la conciencia como
principal dimensión y expresión de lo humano social; y, como
se ha visto, la conciencia, según ellos, es un “algo” misterioso,
inexplicable, a lo que sólo se puede acceder a partir de los
“qualia” (las cualidades) que trasluce desde la voz de los sujetos
los experimentan. Se han seguido hasta acá algunas ideas de
Richard Dennett, pero quizás sea oportuno señalar —por si hubiera
alguna confusión—que este autor no comparte la perspectiva de
los cualitativistas. En sus palabras:
Muchas personas opinan que la conciencia es un misterio, el
espectáculo de magia más maravilloso que se pueda imaginar,
una serie interminable de efectos especiales que desafían
toda explicación racional. Para mí, están equivocadas: la
conciencia es un fenómeno físico, biológico, como el
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metabolismo, la reproducción o la autorreparación,
de un ingenio exquisito en su funcionamiento, pero no
milagroso, ni siquiera misterioso. Parte de la dificultad para
explicar la conciencia radica en la existencia de fuerzas
poderosas que nos hacen creer que es más maravillosa de lo
que en realidad es. (Dennett, 2006, p. 75)
1.4. El reto lanzado desde las ciencias naturales
Dennett sitúa el debate que se ha narrado hasta acá en
una perspectiva en la cual lo humano-social puede y tiene que ser
explicado siguiendo criterios científicos empíricos cuantitativos,
es decir, según los modos en los que la investigación científica
aborda los distintos fenómenos (hechos, sucesos) de la realidad
natural. Se trata de una perspectiva relativamente reciente, que
no está resultando fácil aceptar en algunas ciencias sociales —por
ejemplo, en la antropología— y, en particular, en algunas ramas de
la sociología, como la sociología de la cultura o la sociología de la
religión.
No está resultado fácil principalmente porque en las ciencias
sociales se ha aceptado casi de forma dogmática la existencia unos
paradigmas —positivista, interpretativo y socio-crítico— en los que
cada grupo académico ha encontrado un acomodo, a gusto o a
disgusto. Con esporádicos momentos de paz, lo usual ha sido (y)
es la descalificación recíproca y la defensa de las bondades del
paradigma al que se está adscrito. Así, el debate entre sociólogos
positivistas sociológicos y sociólogos interpretativos —hay hombres
y mujeres en ambos bandos— se ha decantado más hacia el debate
filosófico (no exento de connotaciones morales y políticas) y menos
hacia la investigación científica propiamente dicha.
Si esta opción fuera la privilegiada, lo más seguro es que,
en primer lugar, no habría problemas en acercarse a las ciencias
naturales (en su diversidad) para hacerse cargo de lo que ellas van
logrando (teórica y empíricamente); en segundo lugar, los científicos
e investigadores sociales se darían cuenta de que su visión de las
ciencias naturales quizás no sea la más certera; en tercer lugar,
ese acercamiento les ayudaría salirse de un improductivo debate
54 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
por paradigmas que a los científicos naturales les tiene sin cuidado;
y en cuarto lugar, una acercamiento a las ciencias naturales les
ayudaría a abandonar, de una vez, las visiones simplificadas,
tomadas de manuales, del quehacer científico, en especial
las posturas dicotómicas entre “metodologías cuantitativas” y
“metodologías cualitativas”.
Las distintas ciencias naturales lanzan desafíos —teóricos y
metodológicos— a las ciencias sociales, desafíos que no pueden ser
obviados si estas últimas quieren en verdad ser ciencias con pleno
derecho. Hay dos ciencias naturales que destacan por su fortaleza
explicativa para lo humano-social y a los que la sociología (no
positivista, sino científica) no puede dar la espalda: la biología
evolutiva y la paleontología humana o paleoantropología. La
primera, sobre la base teórica forjada por Charles Darwin (1809-
1882) y ampliada con los aportes de biólogos evolutivos posteriores,
explica, entre otras cosas, los vínculos biológicos que hay entre
todas las especies (y organismos vivos) de la tierra.
Hay un ancestro común universal del cual descienden todos
los seres vivientes del planeta, y la biología evolutiva ofrece una
explicación de cómo se ha dado la “descendencia con modificación”
(en palabras de Darwin) entre especies (y entre los individuos que
las forman) a lo largo del tiempo evolutivo. Para efectos de los
seres humanos actuales, son resultado de procesos evolutivos
que afectan a todos los organismos vivientes, procesos evolutivos
que han dejado su huella en las estructuras corporales (células,
nervios, huesos, tejidos, órganos, cerebro y comportamientos)
de cada persona. No se trata de un ensamble perfecto de piezas
evolutivas, pues no hubo un “diseñador” que, siguiendo un “plan”,
hiciera el trabajo. La evolución es, como dijo Richard Dawkins en
un célebre libro que lleva el mismo título, un “relojero ciego”
(Dawkins, 2015).
La trayectoria evolutiva de la especie Homo sapiens —a la
que pertenecen todos los seres humanos actuales, que los formó
como primates— ha dejado su marca en lo que los individuos
humanos sienten, hacen o imaginan. También ha dejado su huella
en las formas de agruparse y relacionarse, esto último un asunto
crucial para la sociología. Y es que sin entender el gregarismo
evolutivo (natural, pues) de los seres humanos no es posible
TEORÍA Y PRAXIS No.42 Vol. 1 Enero-Junio 2023 55
entender ni explicar las dinámicas que conducen a acuerdos,
pactos, alianzas, mutualismo, en definitiva, la cooperación y el
altruismo, que sostienen a micro grupos sociales como la familia.
En biología evolutiva, “la cooperación es una modalidad de las
relaciones intraespecíficas que incluye a la colonia, la sociedad,
las asociaciones gregarias y familiares; se caracterizan por la
ayuda mutua entre los organismos de la misma especie que forman
la población” (Portal Académico CCH, 2017, párr. 7). Respecto de
la colonia de organismos:
Consiste en la unión permanente y estrecha entre organismos
de la misma especie que colaboran funcionalmente, en la que
los individuos están unidos físicamente. Presentan división
del trabajo, por lo que los organismos se especializan en
determinadas funciones como la reproducción, defensa,
conseguir alimento, etc. Un buen ejemplo de este tipo de
relación son los corales (formados por la unión de miles de
pequeños individuos), las plantas inferiores, entre otros.
(Portal Académico CCH, 2017, párr. 8)
Y en lo que se refiere a la sociedad:
Son agrupaciones formadas por un gran número de
organismos de la misma especie, en la que todos viven
juntos, es permanente y mantienen relaciones de
dependencia entre ellos, presentan división del trabajo
y un alto grado de especialización que se manifiesta en
la diferenciación morfológica y la jerarquización social
de los integrantes del grupo. Otra característica es que
cuentan con un complejo sistema de comunicación que
mantiene la estructura social y dependencia entre los
organismos, por ejemplo, las hormigas, termitas y abejas…
Las sociedades son ejemplos de comportamiento altruista
extremo, debido a que todos los organismos estériles
trabajan en beneficio de los que se reproducen y no
de ellos mismos. (Portal Académico CCH, 2017, párr. 8)
También la evolución biológica ha dejado marcas de
competitividad, territorialidad, dominancia y jerarquía en los
seres humanos. Biológicamente, la competencia “se manifiesta
como un comportamiento social, ya que los individuos que
56 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
intervienen pertenecen a la misma especie, por lo tanto, se toleran
unos a otros, lo que limita el número de organismos que viven en
un determinado lugar, y compiten por los mismos recursos. Existen
dos tipos de competencia que son: Territorialidad y Jerarquía por
dominancia” (Portal Académico CCH, 2017, párr.2).
En cuanto a la territorialidad:
consiste en la delimitación y defensa de un territorio o área
exclusiva que no va a ser compartida con rivales, la llevan a
cabo los machos, hembras, parejas o grupos sociales, aunque
por lo general lo realizan los machos adultos por medio de
cantos, llamadas y exhibiciones de intimidación (extensión
de alas o cola, mostrar los dientes, ataque y persecución o
marcación con olores) para eludir a los rivales; todas estas
manifestaciones están relacionadas con la supervivencia,
el éxito reproductivo y la posibilidad de aparearse y
transmitir sus genes. La territorialidad se puede observar en
gusanos, artrópodos (insectos, arañas y crustáceos), peces,
aves y mamíferos (Portal Académico CCH, 2017, párr.3).
Y la jerarquía por dominancia:
se presenta en animales de la misma especie que viven
en grupos sociales y consiste en la estratificación de los
individuos de acuerdo con la dominación o influencia que
ejercen sobre el resto de los organismos. De acuerdo al rango
que tenga el individuo se determina el acceso a los recursos,
esto ocurre entre los buitres, lobos, babuinos, mandriles,
cabras, pollos, entre otros…Una vez que se establece el
orden jerárquico se disminuyen los conflictos, se suprimen las
agresiones y la confusión, así como, se promueve la eficiencia
del grupo. (Portal Académico CCH, 2017, párrs. 4-6).
Asumir esos conocimientos científicos ilumina un sinnúmero
de aspectos en la dinámica de las familias. La sociología no puede
darles la espalda. Tampoco a los que se están logrando desde la
disciplina llamada paleoantropología (y hasta hace poco, llamada
paleontología humana). La paleontología estudia restos fósiles; y
la paleontología humana se especializó en los restos fósiles
humanos. Gracias a sus esfuerzos, que en el siglo XX fueron
espectaculares, la evolución humana fue revelando los “misterios”
TEORÍA Y PRAXIS No.42 Vol. 1 Enero-Junio 2023 57
a los investigadores. La llegada de la biología molecular y la
genética, con los estudios de ADN, han permitido forjar una
explicación sumamente completa de esa evolución. Es firme,
desde criterios científicos sólidos, que la especie Homo sapiens
(a la que pertenecen todos los seres humanos actuales) es una
más —ni más especial ni superior— de un conjunto de especies, ya
desaparecidas, que conforman el género humano. Ha habido, pues,
otros seres humanos, siendo los humanos actuales los sobrevivientes
de un ramaje evolutivo diverso y antiguo. De las especies humanas
desaparecidas, hay pruebas firmes de la convivencia de la especie
Homo sapiens con una de ellas: Homo neanderthalensis. Con esta
especie se juntaron los ancestros de los humanos actuales hace
unos 40 mil años.
La investigación científica sobre los neandertales está
contribuyendo a profundizar en el conocimiento de su especie
hermana, la Homo sapiens. En 2022 se ha publicitado el “tema
neandertal” debido al otorgamiento del Premio Nobel de Medicina
a Svante Pääbo, uno de los principales especialistas mundiales en
ADN neandertal. Este investigador sueco fue invitado, a finales
de los años noventa del siglo XX, por la Max Plank Society de
Alemania, a fundar un Instituto de Antropología. Comenta que en
una presentación que le tocó hacer —cuando lo entrevistaban para
convertirse en director— abordó “aquellos aspectos de nuestro
trabajo que consideré que podrían ser apropiados para un instituto
de antropología, centrándome en el estudio de ADN antiguo, sobre
todo de los neandertales, y la reconstrucción de la historia humana
a partir de las relaciones genéticas, así como de las relaciones
lingüísticas entre las poblaciones humanas” (Pääbo, 2018, p.121).
Y lo que sigue ilustra bien la manera en que los científicos naturales
suelen abordar su trabajo (lo cual debería ser un ejemplo para los
científicos sociales empeñados en debates ajenos a la ciencia).
Insistí —dice Pääbo— en que en mi opinión cualquier nuevo
instituto dedicado a la antropología no debería ser un lugar
en el que filosofar sobre la historia humana. Debería hacer
ciencia empírica. Los científicos que tuvieran que trabajar
allí deberían recoger hechos concretos y reales sobre la
historia humana y comprobar sus ideas contra ellos… El
concepto que surgió durante nuestras conversaciones
fue el de un instituto no estructurado en función de las
disciplinas académicas, sino centrado en una cuestión:
58 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
¿qué es lo que nos hace únicos a los humanos? Sería un
instituto interdisciplinario donde paleontólogos, lingüistas,
primatólogos, psicólogos y genetistas trabajarían juntos
sobre esta cuestión (Pääbo, 2018, p. 122).
Y es que a quienes hacen ciencia real no les interesa
discutir quién pertenece a qué paradigma, o si se sigue un método
cualitativo, cuantitativo o mixto (cuali-cuanti, les gusta decir a
muchos). No hay recetas de manual en la ciencia real ni interesa si
alguien es “humanista”, “hermeneuta” o “positivista”. El Instituto
fundado por Pääbo “resultó ser un lugar único con óptimos
resultados donde los investigadores, al margen de si procedían
de lo que tradicionalmente se consideraba de ‘humanidades’ o
de ‘ciencias’, podían trabajar juntos… en los quince años desde
la fundación de nuestro instituto, grandes universidades de otros
lugares, como la de Cambridge del Reino Unido o la de Tubinga en
Alemania, han copiado nuestro concepto (Pääbo, 2018, p. 131).
Gracias al trabajo de científicos como Pääbo, el conocimiento
sobre la historia humana es, en la actualidad, de una envergadura
sin precedentes. También lo es el conocimiento sobre las raíces
biológicas de la cooperación, el altruismo, la competencia y
las jerarquías sociales. Para la sociología de la familia estos
conocimientos son invaluables, pues contribuyen a explicar, con
mayor rigor y profundidad, las dinámicas de ese micro grupo social
en particular.
2. Las primeras agrupaciones familiares como espacio
de reproducción biológica y simbólica
Los conocimientos anteriores, de tipo evolutivo-biológico,
permiten lanzar la mirada hacia el pasado de la especie Homo
sapiens, datada con unos orígenes que se remontan hasta unos 200
o 250 mil años atrás en el tiempo. Visualizar el escenario en el que
se desenvolvían aquellos ancestros de los seres humanos actuales
no resultó fácil para los científicos que, siguiendo los pasos de
Darwin, dedicaron su vida a ese esfuerzo. Se tiene que ir por partes,
para que la película —escrita y dirigida por biólogos evolutivos,
paleontólogos, arqueólogos, antropólogos y genetistas— no pierda
detalles importantes.
TEORÍA Y PRAXIS No.42 Vol. 1 Enero-Junio 2023 59
2.1. La especie Homo sapiens y el nomadismo
Lo primero que cabe destacar es la pertenencia de la
especie Homo sapiens a un género humano mayor, formado por
otras especies humanas ya desaparecidas. La especie humana más
antigua probablemente sea Homo habilis, a la que siguen otras,
siendo la última en desaparecer —como ya se dijo— la Homo
neanderthalensis. González lo resume así:
Lo humano como algo puramente humano, incontaminado
por lo no humano, ha sido puesto en jaque por las
investigaciones genéticas que revelan las relaciones
sexuales y la descendencia fértil entre Homo sapiens y
Homo neanderthalensis. Y es que estos últimos también
eran seres humanos, lo mismo las principales especies del
género Homo: Homo habilis, de hace unos 2,3 millones de
años; Homo rudolfensis, de hace unos 1,9 millones de años;
Homo ergaster, de hace unos 1,8 millones de años; Homo
georgicus, de hace unos 1,8 millones de años; Homo erectus,
de hace unos 1,5 millones de años; y Homo antecessor, de
hace unos 900 mil años (…). Desaparecidos los neandertales,
hace unos 30 mil años (…), fue el tiempo —como anota Juan
Luis Arsuaga— de los primeros representantes europeos,
llegados de África, de la especie Homo sapiens: los
cromañones. ‘Desde entonces somos los únicos humanos y
los únicos homínidos sobre el planeta’. (González, 2022b,
p. 11)
Probablemente, el ancestro de hace unos 4.4 millones de
años de estas especies humanas sea Ardipithecus ramidus, cuyos
primeros restos fósiles se encontraron en África oriental, en 1992-
1993. Como quiera que sea, la evolución posterior de esta especie
u otra semejante dio lugar a las ramificaciones evolutivas que
desembocaron en las primeras especies del género Homo. Y ya
desde Ardipithecus África se convertirá en el escenario territorial
para las andanzas de los ancestros del Homo sapiens, así como
para sus propias andanzas, que comenzaron hace unos 200 o
250 mil años. Como anota el paleontólogo Juan Luis Arsuaga,
“la prueba paleontológica apunta hacia África como el lugar de
origen de nuestra especie y los datos que han obtenido los biólogos
moleculares estudiando poblaciones actuales no lo desmienten”
(Arsuaga, 2019, p. 105).
60 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
El escenario africano es, pues, el segundo asunto a destacar
en los primeros pasos de la especie Homo sapiens por el planeta.
Primeros pasos es un decir: en realidad fueron muchos pasos,
dados durante miles de años y a lo largo del inmenso territorio
africano, antes de la salida de África. La historia humana, en un
sentido profundo, no sólo comenzó en África, sino que tuvo en
este continente el escenario exclusivo de la vida humana durante
unos 100 mil años, ya que después de esa fecha se data la salida de
poblaciones humanas hacia fuera del continente africano; con esas
migraciones la especie Homo sapiens llegó a los otros continentes.
En resumen, como dice González:
la historia de la humanidad, tal como lo revelan ciencias
como la paleontología, paleantropología, biología
molecular, psicología evolucionista y genética, comenzó en
África. Es decir, la historia antigua de África es la historia
más antigua de todas (se le suele llamar prehistoria); más
que la de Europa, que la de Asia, que la de Australia y que la
de América, por la sencilla razón que es en África en donde
comienza la historia humana o lo que Robin Dunbar llamó la
‘odisea de la humanidad’. (González, 2022c, párr. 19)
Los humanos se movieron incansablemente por los distintos
rincones del continente que los vio nacer. Se trataba de una especie
migrante, con unas capacidades naturales extraordinarias para
andar erguida y poder recorrer enormes distancias en búsqueda
de nichos para la supervivencia. Hace unos 100 mil años, las
migraciones humanas se dieron hacia fuera de África, continente
que, sin embargo, no quedó despoblado. La vocación migrante de
la especie Homo sapiens es llamativa; y como anota González, en
África:
se origina la historia humana. Esta es la historia
verdaderamente antigua — más antigua— de los seres
humanos actuales, todos descendientes de unas poblaciones
Homo sapiens que iniciaron su recorrido biológico y cultural
en África hace unos 250 mil años. Esas poblaciones
cubrieron el continente y se expandieron en sucesivas
oleadas migratorias fuera de (y de regreso a) África
hasta que sus descendientes —todos los humanos de la
actualidad— ocuparon los distintos rincones del planeta.
TEORÍA Y PRAXIS No.42 Vol. 1 Enero-Junio 2023 61
Grupos de Homo sapiens se movieron, con el correr de los
siglos, en camino a Asia, a través del oriente medio, llegando
hasta China. Esto hace, aproximadamente, unos 100 mil
años. De Asia, hace unos 15-20 mil años, grupos migrantes
pasaron a América y poblaron el continente. Otros grupos
ocuparon Australia. Otros migraron hacia Europa, hace unos
60-40 mil años, en donde se encontraron con poblaciones
neandertales con las que coexistieron e incluso convivieron
sexualmente. (González, 2022, párr.30; Carbonell, 2008)
El nomadismo fue la característica de las poblaciones
humanas en esos tiempos remotos, una característica que estuvo
presente hasta el neolítico, hace unos 10 mil años, cuando se
inventó la agricultura y se puso en práctica la domesticación de
plantas y animales. El nomadismo tenía que ver directamente con
la búsqueda de recursos para la supervivencia, recursos que se
obtenían en lo fundamental del carroñeo, la caza, la recolección
y la pesca (ahí donde esto último era posible). Establecerse
permanentemente en determinados lugares era algo arriesgado,
pues con las tecnologías disponibles entonces era imposible no sólo
defenderse de los depredadores y de otros grupos humanos, sino
acceder a los recursos suficientes para asegurar la supervivencia
de los adultos, pero, especialmente, de quienes recién habían
nacido o no habían alcanzado la edad reproductiva.
2.2. Máquinas de supervivencia
El éxito de cualquier especie viene dado por asegurar —
es lo que quieren los genes, dice Richard Dawkins— no sólo la
supervivencia de sus miembros, sino que éstos dejen descendientes
que lleguen a la edad adulta, y que a su vez dejen descendientes…
Hasta que el proceso termine por las razones que sea y esa especie
llegue a su fin, lo cual no es absoluta tragedia, ya que en esa especie
pueden surgir individuos que, con las mutaciones precisas, sean el
germen de una nueva especie. La supervivencia, entendida como
se acaba de explicar, fue la gran meta —la más importante— de
los miembros de la especie Homo sapiens en sus largos y dilatados
desplazamientos por las sabanas, valles y montañas de África.
Aquellos eran tiempos difíciles para conseguir los recursos que
dieran le energía para sostener esa supervivencia. Como anota
62 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
González:
Los individuos Homo sapiens, como máquinas de
supervivencia que somos, hemos batallado desde siempre
por obtener mayores recursos para vivir –reparar nuestro
cuerpo, sentirnos bien reproducirnos y dejar descendencia—
invirtiendo la menor energía y esfuerzos posibles, según han
sido (y son) las condiciones socio-naturales y las capacidades
culturales y tecnológicas disponibles. En la mayor parte de
la presencia del Homo sapiens en la tierra (y su ancestro
de hace unos 900 mil años, el Homo antecesor), lograr que
la ecuación fuera favorable para la vida y el bienestar ha
sido sumamente difícil, siendo en muchos momentos casi
imposible obtener recursos que superen, significativamente,
el esfuerzo y energías (trabajo) invertidos. (González, 2020,
pp. 97-98)
Añade González que:
en los lejanos tiempos de dificultades extremas para
sobrevivir, hunde sus raíces la ‘moral del trabajo’, que se
convirtió en el marco sancionador para aquellos en los que
el egoísmo era más fuerte que el altruismo y la cooperación.
Las personas enfermas o ancianas también eran un problema,
pese a lo cual nuestros ancestros se las ingeniaron, como
revelan los datos paleontológicos de Atapuerca, para cuidar
de aquellos que, por dolencias físicas severas, estaban
impedidos para trabajar. Sin embargo, no todo era primor
y cuido hacia los semejantes, pues el canibalismo —como
también revelan los datos de Atapuerca— no era ajeno a
aquellos humanos empeñados en sobrevivir en ambientes
precarios y hostiles. Para los humanos de hace unos 200
mil años fue extremadamente duro conseguir recursos para
su vida, lo mismo que lo fue para las otras especies del
género homo ya desaparecidas. Tuvieron que trabajar hasta
la extenuación, en ambientes extremos y hostiles (con
amenazas naturales de todo tipo: sequías, fríos o calores
extremos y depredadores, por ejemplo), para conseguir
aquello que era necesario para sobrevivir. Durante miles
de años, apenas superaron levemente, en la energía
TEORÍA Y PRAXIS No.42 Vol. 1 Enero-Junio 2023 63
obtenida, lo invertido en energía y esfuerzo. Cuando esa
balanza les fue desfavorable —cuando fue más el trabajo y
menos lo obtenido en recursos para vivir y tener bienestar—
el deterioro, la enfermedad y la muerte asolaron a las
comunidades humanas. (González, 2020, p. 98)
En estos tiempos remotos, establecerse permanentemente
era difícil, pero era necesario asegurar que la reproducción biológica
no se viera sometida a riesgos que impidieran el nacimiento y
crecimiento, hasta una edad en la que pudieran valerse por sí
mismos, de los nuevos miembros de la especie. Esa estabilidad
mínima se logró en torno a las madres dado, por una parte, el
fuerte vínculo biológico que existe entre ellas y sus crías; y por
otra, dada la fragilidad extrema de éstas, durante los primeros 7 u
8 años de vida, que las hace depender, para su supervivencia, del
cuido de otros. En las madres recayó, por razones biológicas, esta
importante función.
Pero no sólo se trató, y se trata, de una función biológica:
también se trata de una función simbólica, esto es, cultural, pues
las madres Homo sapiens, dotadas de las capacidades cerebrales
propias de la especie —y de las posibilidades de imaginar y
elaborar simbolismos acerca de las formas de vivir y de cómo vivir
que aquellas capacidades permiten— fueron la primera puerta de
entrada —y lo siguen siendo aún ahora— en el mundo de la cultura
que se creaba y recreaba cuando los seres humanos se desplazaban
por los territorios africanos —estableciéndose temporalmente en
determinadas zonas— o migraban hacia fuera del continente, para
poblar Asia, Europa, Australia y América. En suma, las primeras
dinámicas familiares —las más fundamentales— se fraguaron
justamente al calor de los procesos descritos.
La estabilidad básica para asegurar la reproducción de la
descendencia se consiguió creando “campamentos”, es decir, sitios
de resguardo en cuevas o en cabañas (tipo tiendas de campaña)
protegidas con pieles de animal o con ramas de árboles. El fuego
fue el acompañante de esa estabilidad mínima. Por cierto, estas
dinámicas no fueron exclusivas del Homo sapiens, pues su otra
especie humana (la de los neandertales) también habitó cuevas
o campamentos en las cuales los individuos neandertales “hacían
fuego y consumían. Devoraban la presa hasta la última caloría”
(Millás y Arsuaga, 2020, p. 24).
64 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
3. La familia como agrupamiento biológico, social e
histórico
La “odisea de la humanidad” hunde sus raíces, como se
ha visto, en un pasado que se remonta a los milenios en lo que
la especie Homo sapiens, una vez surgida en África, hace unos
250 mil años, se desplazó a lo largo del continente, poblándolo y
repoblándolo en sucesivos movimientos migratorios. Hace unos 100
mil años, como ya se ha visto, poblaciones Homo sapiens salieron
de África y comenzaron a poblar los otros continentes, no de una
sola vez, sino en distintas oleadas migratorias. Los asentamientos
humanos permanentes sólo se dieron a partir del neolítico, es
decir, a partir de hace unos 12-10 mil años. Como se ha visto, es a
partir de entonces que el micro grupo social “familia” se arraiga
en un lugar específico que, cuando se invente el lenguaje escrito
(hace unos 4 mil años), se fijará en palabras que significan “hogar”
o “casa”.
3.1. Paleoantropología e historia
Un cálculo rápido permite darse cuenta de que 12-10 mil
años hasta el presente es una fracción de tiempo sumamente
pequeña comparada con la que marca el origen más probable
de la especie (por los menos, tal como lo avalan los estudios
científicos más firmes), hace unos 250 mil años. Restados los 12-
10 mil citados, quedan unos 240 mil años en los cuales tanto las
poblaciones humanas (Homo sapiens) que se quedaron en África
como las que salieron fuera de ese continente, y se instalaron en
Asia, Australia, Europa y América, no se establecieron de manera
definitiva (aunque si lo hicieran por periodos variables de tiempo)
en ningún lugar, o no lo hicieron al grado de construir una estructura
económica, política y social de la que quedara una huella y que,
además, fuera la base para proyectos semejantes posteriores. Esto
sólo se logró con la llamada “revolución neolítica”, a la que ya se
le ha dedicado alguna atención.
Ahora bien, para llegar al neolítico, y poder ser los gestores
de la “revolución neolítica”, los seres humanos (Homo sapiens)
tuvieron que recorrer con éxito los 240 mil años previos. ¿Cuál es
TEORÍA Y PRAXIS No.42 Vol. 1 Enero-Junio 2023 65
la ciencia que ha aportado al conocimiento de lo sucedido con los
seres humanos en ese largo periodo de tiempo? Pues ha sido la
paleontología humana, también conocida como paleoantropología,
que a partir del estudio de fósiles humanos ha podido reconstruir
no sólo la evolución biológica de la especie Homo sapiens, sino
también —y aquí ha sido clave el aporte de la arqueología— brindar
pistas sobre las formas de vida, la tecnología y la cultura de los
humanos antes del neolítico.
¿Y después del neolítico? Aquí ha sido crucial el aporte
de la ciencia histórica, en la cual se creó una disciplina llamada
“prehistoria” que se ocupaba (o se ha venido ocupando) del
estudio lo sucedido con los seres humanos antes de la invención
de la escritura. Por una convención, se consideró que la historia
humana comenzaba, precisamente, después de la invención de la
escritura, es decir, que este era el terreno de la filosofía de la
historia y de la ciencia histórica.
Cuando se pusieron en boga por primera vez (siglo XIX),
los estudios “prehistóricos” (esto es, los estudios referidos a
lo sucedido con los seres humanos antes de la invención de la
escritura) no tenían un límite claro acerca de cuán atrás en el
tiempo dirigían su mirada. De hecho, en el siglo XIX se sabía poco
del neolítico y se sabía menos de la evolución humana previa a la
invención de la agricultura. Por eso, la palabra “prehistoria” era
un cajón de sastre en donde cabía todo lo que se no se conocía
del pasado humano. A lo largo del siglo XX todo lo misterioso y
desconocido asociado con la “prehistoria” se fue desvaneciendo,
con investigaciones científicas que, desde la biología evolutiva y la
paleontología general y humana, fueron esclareciendo los orígenes
y evolución de la especie Homo sapiens.
Asimismo, los estudiosos de la historia —con el apoyo de
arqueólogos, lingüistas, demógrafos, economistas y sociólogos—
se aproximaron mejor al periodo que arranca de hace 12-10 años
(revolución neolítica) hasta la invención de la agricultura, hace unos
4 mil años. La noción de “prehistoria” comenzó a perder sentido,
pues no es razonable considerar como “prehistórico” un suceso de
tanta envergadura para el devenir de la humanidad moderna como
lo fue la invención de la agricultura y la domesticación de plantas
y animales (Francis, 2019). Al calor de este suceso nacieron las
grandes civilizaciones que marcarían, en adelante, las tradiciones
66 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
culturales, estatales e institucionales de las distintas sociedades,
hasta el presente (Quijano Ramos, 2011).
El escritor Juan José Millás describe así su experiencia
al hacerse cargo de la continuidad entre la “prehistoria” y la
“historia” al escuchar al paleontólogo Juan Luis Arsuaga:
Lo escuchaba literalmente embobado porque cada dos o
tres frases perpetraba un acierto expresivo admirable.
Deseé adueñarme de su discurso… Observé además que
para hablar de la Prehistoria mencionaba el presente del
mismo modo que para referirse al presente departía sobre
la Prehistoria. Borraba, en fin, las fronteras abusivas que
la educación tradicional ha instalado en nuestras cabezas
respecto a esos dos períodos y reforzaba, sin saberlo, mi
sentimiento de proximidad con nuestros antepasados.
(Millás y Arsuaga, 2020, p. 10)
Por su parte, Arsuaga le dice a Millás, cuando éste le pide visitar
una cueva neandertal:
Lo que no has pillado todavía… es que la Prehistoria no está
en los yacimientos; eso es lo que creen los ignorantes. La
Prehistoria no se ha ido, mira a tu alrededor, está aquí, por
todas partes. La llevamos tú y yo dentro. En los yacimientos
sólo hay huesos. La Prehistoria está en el animal que pasa
como una sombra. (Millás y Arsuaga, 2020, p. 26)
3.2. Cruce de caminos investigativos
Así como se afinó la mirada para comprender el neolítico,
también se profundizó en el conocimiento de lo sucedido con los
humanos antes del neolítico, llegando hasta la exploración de los
orígenes mismos de la especie Homo sapiens en África. Como se
ha dicho, la paleontología humana ha sido y es un pilar decisivo
en estas conquistas intelectuales. Gracias a estas conquistas, los
estudiosos de la historia han podido ir más atrás, en su comprensión
del ser humano, respecto del neolítico. Al hacerlo, los historiadores
se han encontrado con los paleontólogos — además de con biólogos
evolutivos, antropólogos y genetistas— y, al encontrarse, han
sumado y articulado sus visiones y conocimientos sobre la “odisea
de la humanidad” desde hace 250 mil años hasta el presente.
TEORÍA Y PRAXIS No.42 Vol. 1 Enero-Junio 2023 67
Este cruce de caminos investigativos ha permitido compren-
der mejor al micro grupo social familia como un agrupamiento
biológico, es decir, un agrupamiento en el que en la “odisea de la
humanidad” se jugó la reproducción biológica y la permanencia
en el tiempo —desde hace 250 mil años hasta el presente— de los
seres humanos. Y es que esa reproducción biológica, una vez que
se aseguró en el micro grupo familiar, se tradujo en el cuido de
los descendientes biológicos que, a su vez, hicieron lo mismo con
los suyos, hasta el presente, en el que hay indudables cambios en
las estructuras familiares, pero sin que desaparezca el peso de lo
biológico reproductivo.
Ahora bien, el micro grupo familiar no sólo ha sido ni
es un espacio para la reproducción biológica. Es también un
agrupamiento social en el que se generan simbolismos y prácticas
culturales, al igual que es un agrupamiento que ha cambiado en
el tiempo, es decir, que ha tenido un devenir histórico. Como
agrupamiento social, ha sido (y es) el espacio de relaciones e
interacciones variadas y cambiantes entre sus integrantes. Como
agrupamiento histórico, las relaciones e interacciones entre sus
miembros han sido distintas en cada época o periodo histórico.
Las dinámicas reproductivas en su seno han cambiado, siendo a
veces más intensas y dominantes, y, en otros momentos, menos
fuertes o incluso menos exclusivas. Y es que la sexualidad de la
especie Homo sapiens, además de la variabilidad biológica que la
caracteriza, se ha entretejido y entreteje con visiones culturales
(religiones, mitos, filosofía, arte o ciencia) que le han dado (y le
dan) su propio colorido simbólico.
Como sostiene Xabier Lizárraga Cruchaga:
La sexualidad sapiens-demens [racional-emocional] se
caracteriza por su tendencia a desbordar los límites de
la reproducción e incluso del establecimiento de vínculos
más o menos estables y permanentes entre individuos, lo
que deriva en un universo caleidoscópico de experiencias y
propuestas que mucho tienen de juego y riesgo. Y en tanto
que el animal humano es altamente altricial, gran parte
de esa sexualidad que expresa hunde sus raíces en los
prolongados y definitorios momentos que ha vivido como
miembro de un grupo familiar, en el que las diversas edades,
68 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
gracias a la neotenia consiguen tener intereses comunes y
compartir aficiones, hábitos, gustos y expectativas... todo
ello, impensable en términos de instintividad. (Lizárraga
Cruchaga, 2007, p. 1121)
4. Una reflexión final sobre los factores de cambio en
la familia
No se debe perder de vista que un agrupamiento familiar
(un micro grupo social familiar), en los diferentes momentos de
la historia humana (o de la “Prehistoria” y la “Historia”) es un el
teatro de interacciones biológicas (reproductivas o no), pero, a la
vez, de interacciones culturales (simbólicas), económicas y, cuando
la política aparece, también políticas. Lo biológico no es anulado
por lo cultural-simbólico, sino que es modulado, interpretado,
se le dota de sentido y de valoraciones a lo largo de la historia
humana, según las épocas y las circunstancias, y según la propia
cultura va cambiando. Lo cultural simbólico no surge de la nada;
está íntimamente relacionado con la peculiar naturaleza biológica
del Homo sapiens (como les sucedió también a los neandertales),
la cual le permite ser un “inventor de símbolos”. Dice Arsuaga:
Cuando salen a relucir estas cuestiones, la gente tiende
a radicalizarse: para algunos todo es cultura y para otros
todo es biología. La cultura es una capa más… nosotros
disponemos de ojos y disponemos de microscopios que nos
permiten acceder a donde el ojo no llega. Los ojos son la
biología y el microscopio la cultura. (Millás y Arsuaga, 2020,
p. 40).
Y Arsuaga, con la mirada fría de un paleoantropólogo, se
pregunta: “¿Qué es lo que hace atractivo a un hombre para una
mujer y a una mujer para un hombre?” Responde: “la posibilidad
de reproducirse… el atractivo sexual está muy relacionado con la
fertilidad. Eliges y te eligen, más allá de las modas culturales,
en función de esa cuestión de orden biológico” (Millás y Arsuaga,
2020, p.40). Y al analizar la proporción cintura/cadera de La maja
desnuda (de Francisco de Goya), señala Arsuaga:
TEORÍA Y PRAXIS No.42 Vol. 1 Enero-Junio 2023 69
Esa proporción transmite una idea de fertilidad y esa
constante se ha mantenido desde las representaciones de
la Prehistoria hasta nuestros días. Esa mujer es una mujer
fértil. Ovula. Puede cambiar todo lo demás con las modas,
pero eso no. En los hombres predomina el músculo, y en
las mujeres la grasa. Pueden cambiar las cantidades de
grasa y músculo, pero no su distribución. Las curvas de las
mujeres que tanto nos atraen a los hombres se deben a esa
distribución… Diformismo sexual… Cada especie tiene sus
diferencias sexuales. (Millás y Arsuaga, 2020, p. 41)
Ahora bien, la posibilidad de reproducirse y el peso que tiene
la fertilidad en el atractivo sexual, no supone que la reproducción
biológica siempre se realice cuando un hombre se relaciona
sexualmente con una mujer. O sea, la sexualidad reproductiva,
aún y con toda la fuerza instintiva que tiene (de ella depende la
continuidad de las especies que se reproducen sexualmente) no se
impone mecánicamente, como la única forma de sexualidad, en la
vida de los Homo sapiens, pues esta es una especie que cuenta con
otras posibilidades, que incluyen una sexualidad no reproductiva.
Asimismo, tanto una opción como la otra —u otras opciones de
sexualidad—están tamizadas por simbolismos culturales (míticos,
religiosos, artísticos, filosóficos) que les dan su coloración
particular en cada época histórica y en cada contexto social. Las
interacciones que se desarrollan en el seno de un agrupamiento
familiar hacen del mismo algo vivo, algo dinámico, no algo estático.
Esas interacciones tienen que ver con las relaciones de convivencia
entre la pareja de adultos que se vinculan afectivamente
(amorosamente, sexualmente) para dar inicio al micro grupo,
relaciones que se hacen más diversas cuando se integran al micro
grupo los descendientes biológicos de la pareja, u otros miembros
con los que no tiene que haber, necesariamente, una relación de
parentesco.
Al calor de la convivencia en la familia (como micro grupo
social) se intercambian no sólo afectos y cuido, sino recursos
(por ejemplo, bienes materiales, espacios de convivencia y
tiempo) que no son infinitos. Esto quiere decir que no todos los
integrantes del micro grupo familiar pueden recibir cantidades
iguales e ilimitadas, de parte de los otros miembros del grupo
70 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
—especialmente de la pareja fundadora—, de tiempo, recursos y
afectos. Aquí se abre una posibilidad de tensiones y conflictos que,
al llegar más allá de ciertos límites, pueden trastocar el equilibrio
del micro grupo, dando lugar a cambios drásticos en el mismo. Es
decir, la cooperación y los acuerdos requeridos para la estabilidad
del micro grupo familiar pueden verse debilitados por las disputas
por recursos, tiempo y afectos que son inevitables en cualquier
agrupamiento social. Es decir,
el conflicto es un hecho cotidiano al que todos nos
enfrentamos en nuestro trabajo, en nuestras relaciones
de vecindad, en nuestra familia... Se produce de muchas
formas, con distinta intensidad y en todos los niveles del
comportamiento. Se origina en situaciones propias de la
convivencia y de las relaciones humanas, y por ello se ha
afirmado que el conflicto es connatural a la vida misma.
(Consejería de familia y asuntos sociales, s.f., p. 11)
En los micro grupos familiares, las interacciones sociales
pueden dar a lugar a conflictos insuperables, que sólo concluyan
con la disolución del grupo. No necesariamente tiene que ser así,
pero lo importante aquí es no perder de vista que las dinámicas
internas de una familia generan procesos de cambio permanente
en su seno, lo cual hace que la familia sea un grupo social siempre
en movimiento interno, en el que el conflicto y la cooperación se
dan la mano en el tiempo que dura el grupo como tal. En fin,
el vínculo que se crea entre los miembros de la familia
permite tener herramientas suficientes para establecer
relaciones positivas o destructivas, es decir, para generar
espacios donde las personas nos sintamos queridas y
valoradas o, por el contrario, nos sintamos incomprendidas
o no reconocidas. Nadie como las personas más próximas
a nosotros son capaces de hacernos sentir bien o hacernos
sentir mal... La cercanía y la continuidad de las relaciones
familiares hacen más intensos los conflictos que se generan
en la familia. Un dato a tener muy en cuenta es que el
contexto familiar es el que más perdura a lo largo del tiempo
aunque se transforme en su estructura, pero las personas
que lo componen cambian y los ciclos que atraviesa la
familia también, por ello, no es de extrañar que conflictos
que se creían resueltos en una época anterior cobren nueva
TEORÍA Y PRAXIS No.42 Vol. 1 Enero-Junio 2023 71
vida en otra etapa. Por otro lado, no hay que olvidar que
las confrontaciones familiares afectan, como ningún otro
conflicto, además de a la identidad de sus miembros, a la de
la familia como sistema interpersonal, económico y social,
de ahí su importancia y complejidad. (Consejería de familia
y asuntos sociales, s.f., p. 11)
Y a esas dinámicas internas familiares se añaden dinámicas
provenientes de cada contexto social, económico, político
y ecológico que incide —a veces con más fuerza, a veces con
menos— lo que le sucede a los micro grupos familiares. Conviene
no perder de vista que las familias no son micro grupos aislados
unos de otros, sino que se articulan en redes (en colonias, barrios,
cantones, caseríos, etc.), que se permiten un flujo y reflujo de las
relaciones entre los miembros de los distintos grupos familiares. La
base de la sociedad no es “la familia” en abstracto, sino las redes
de grupos familiares que, en la medida que se van constituyendo
a lo largo y ancho de un territorio, van dando vida a los colectivos
sociales, que interactúan de maneras diversas y complejas (Herrera
Gómez y Alemán Bracho, 2007).
Contextos sociales cambiantes, debido a cambios políticos
abruptos, o a crisis económicas, sanitarias (pandemias o epidemias)
o ambientales (terremotos, inundaciones, sequías), impactan a los
micro grupos familiares y a las redes creados entre ellos, siendo
las migraciones masivas, por ejemplo, un resultado de ese tipo de
impactos. Aquí se trata de circunstancias críticas que pueden llevar
a que las estructuras familiares y comunitarias se transformen de
manera rápida y profunda. La reestructuración de las familias no
siempre se debe situaciones adversas ni dramáticas; puede darse
debido a cambios positivos en la educación, en la economía o en
la cultura, como es el caso del acceso de las mujeres a esferas
laborales tradicionalmente ocupadas por los hombres y la cultura
de derechos humanos (Piedra Guillén, 2007).
Lo que cabe recalcar, en definitiva, es que los micro grupos
familiares están dinamizados siempre por interacciones que, en su
seno, generan cambios en ellos; y también por dinámicas externas
que también impulsan cambios en su estructura interna y en las
relaciones que unos micro grupos familiares establecen con otros.
Un terremoto —como el de 1986, en El Salvador—desarticuló las
redes comunitarias en distintas colonias de San Salvador, al forzar
72 La convergencia entre sociología y las ciencias
naturales en el estudio de la familia
la migración de distintas familias, desde sus lugares de origen,
hasta otras colonias, o incluso fuera de San Salvador. En otro
ejemplo, la guerra civil salvadoreña tuvo un impacto más dramático
—pues supuso la muerte de padres, madres, hijos e hijas— en las
redes comunitarias (y en las familias) de Chalatenango, Morazán,
Guazapa y San Vicente, sólo por mencionar tres zonas en las que
esto es evidente.
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