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Enseñar en tiempos de Pandemia
Teaching in pandemic times
Y la pandemia llegó… y lo cambió todo. Con la pandemia del COVID-19 vino
la muerte, el miedo, la incertidumbre, la mascarilla, el encierro, las vacunas y
el cambio. Nos cambió la forma de vivir la vida… y significar la muerte. Nos
cambió la forma en que interactuamos con las personas y las tecnologías,
nos condicionó los viajes y limitó el entretenimiento, nos modificó la forma de
ganarnos la vida y hacer nuestro trabajo, hacer negocios y hacer educación.
La pandemia nos impuso una nueva normalidad que todavía no terminamos
de entender ni aceptar. Pero aun en ese contexto tan desolador y adverso que
fue y sigue siendo la pandemia para el mundo, la actividad humana no paró.
Pudo quedar en pausa por algún tiempo, volverse intermitente, o tomar nuevas
e inesperadas formas, pero no paró. Y ese fue el caso de la actividad educativa.
La pandemia logró en educación lo que otras presiones y circunstancias no habían
logrado: crear la necesidad real y masiva de mantener el distanciamiento físico
conciliada con la necesidad de continuar con la formación de las personas. Esto
impulsó a niveles sin precedentes una educación mediada por las tecnologías
donde los sujetos que enseñan y aprenden están completamente separados. La
educación no presencial y el uso de las tecnologías constituyó una especie de
tabla de salvación al dilema que nos planteó dicha pandemia al ofrecer, tanto a
las instituciones educativas como a las personas, el medio para dar continuidad
a los planes y programas de formación.
Sin embargo, esta forma no presencial-virtual de educar no estuvo exenta de
dificultades. No estuvo exenta de confusión, ansiedad, frustración y mucho más
trabajo para padres de familia, estudiantes y profesores. Tampoco ha estado
exenta de críticas debido, entre otras cosas, a las limitaciones de acceso y a la falta
de experticia en su uso. Además, se debate sobre la calidad de los aprendizajes
generados en las experiencias enseñanza-aprendizaje, argumentado sobre todo
una deficiencia en sus resultados. A pesar de todo esto, y con la atenuante de
reconocer el contexto de urgencia, riesgo y zozobra en el que se desarrolló, lo
cierto es que esta demostró que no es una alternativa contingente, sino una
forma viable per se de desarrollar este proceso de forma permanente.
Editorial
Para citar este editorial: Martínez, N. R. (2021). Enseñar en tiempos de pandemia [Editorial]. Diá-logos 23, 9-11.
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Editorial
Como consecuencia de este hecho sin precedentes, mucho se ha escrito
sobre la experiencia de la educación virtual en contexto de la pandemia. Sobre
todo, se ha escrito como el trabajo virtual ha afectado y contribuido al proceso
educativo, a las instituciones educativas, a las familias y a los estudiantes, pero
poco se ha debatido sobre cómo vivió el profesorado toda esta experiencia de
enseñanza en contexto de pandemia. Lo cierto es que, para el profesorado,
tomar la enseñanza virtual como única vía de enseñanza fue un completo
desafío que todavía no se ha logrado dimensionar ni dar el reconocimiento que
merece.
El primer desafío de los profesores fue protegerse ellos mismos y sus familias
de ser contagiados por el coronavirus. No debemos olvidar que el coronavirus
constituye una amenaza real para la vida de las personas, millones han muerto
en el mundo debido a él. De hecho, muchos maestros murieron y muchos
maestros resultaron contagiados, estuvieron en unidades de cuidados intensivos
o en cuarentena. Muchos otros tuvieron familiares cercanos –padres, tíos,
hermanos–, colegas y amigos que se enfermaron y que incluso murieron. Ante
eso, su primer desafío era protegerse personalmente de dicho peligro y proteger
a su grupo familiar que incluye a sus niños y ancianos dentro del grupo familiar.
Esto supuso una preocupación primaria a la cual se supeditaba todo lo demás,
incluido el trabajo. También supuso inevitablemente un impacto psicológico de
temor, inestabilidad e incertidumbre ante el peligro inminente que todo esto
representaba. Aun así, tenía que enseñar.
El segundo desafío que el profesorado tuvo que sortear fue sobrevivir al encierro.
Prácticamente todo el mundo sufrió el encierro. Si bien este se sufrió en distintos
niveles –unos más estrictos y prolongados y otros menos extendidos o más
flexibles–, necesario a lo mejor, pero constituyó encierro en todo caso. Otra
vez, el encierro minó la salud mental y física y del profesorado. Si bien se puede
argumentar que disfrutó a su familia, también la convivencia por periodos largos
supone problemas familiares por la interacción natural y por otras que vienen con
el stress y por las situaciones generadas por la pandemia misma. Toda esta nueva
situación generó actividades de trabajo, tareas del hogar e interacciones con
emociones y sentimientos de las personas, sin las vías de escape que constituyen
las vacaciones, las fiestas, celebraciones, reuniones familiares y de amigos,
reuniones de trabajo, compras, viajes y deportes que generalmente implican
salir de casa. El encierro suprimió las distracciones y entretenimiento que hace
que la vida familiar, laboral y personal sea equilibrada y gratificante. Con la salud
mental afectada por el encierro, los profesores siguieron enseñando.
El tercer desafío fue acceder a la tecnología. Posiblemente acceder a internet
y a una computadora no sea problema para usted o para mí, pero debemos
reconocer que el acceso a la tecnología no es universal y que hay profesores
que ni tienen computadora ni acceso a Internet. Recordemos que América
Latina siempre se ha configurado como una región con necesidades y desafíos
educativos muy amplios, donde, si bien se comparten muchos rasgos comunes,
no es una región homogénea. De hecho, cada país posee una serie de
particularidades tecnológicas, socioeconómicas y educativas que mapean
la región como un territorio con diversos niveles de desarrollo tecnológico, de
acceso y a las tendencias educativas basadas en las TIC. Pero no solo pensemos
en el acceso a las tecnologías en el sentido físico, sino también en el acceso
actitudinal hacia ellas, a su incorporación cultural como herramienta de trabajo,
y en especial a su uso educativo. Entonces acceder cognitiva y afectivamente
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a las TIC se convirtió en un estrés y un desafío más y, aun con estas limitantes, el
profesorado siguió enseñando.
Vinculado al desafío planteado por tener y usar las tecnologías venia el desafío
de enseñar a través de ellas. Otra vez, América Latina ha tenido un desarrollo
heterogéneo de programas y experiencias de educación no presencial,
mediadas y no mediadas por TIC. Centro América en particular, dentro de ese
abordaje de la educación y la pedagogía virtual desigual, mostraba rezagos
significativos dentro de sí misma y con respecto a otros países. Eso, por un lado,
por otro no debemos olvidar que en el profesorado hay un grupo etario de mayor
edad de quien se dice que la virtualidad no le sienta bien ni en metodología ni en
dominio de las tecnologías. Por otro lado, ni el nivel universitario estaba preparado
para una experiencia virtual, y eso que en general, este nivel ha desarrollado
experiencias de virtualidad desde hace algunos años, menos lo estaban en las
escuelas públicas de primaria que ya de por si acarrean muchas carencias.
Como resultado, asumiendo el mayor de los compromisos por parte del docente
a esta tarea, no dejo de mostrar deficiencias, inconsistencias y desencuentros
con lo que esta metodológicamente modalidad demanda. Encontrando según
algunos, un traslado de la educación tradicional propia del entorno presencial
a la virtual. ¿Es culpa del docente? Obviamente no. Pero preparado o no tuvo
que asumir esta tarea y suponemos que hizo lo mejor que pudo. ¿Se estresó el
docente con esto? Definitivamente si, unos más otros menos pero igual intentó
cumplir con lo que se le pedía: enseñar a través de medios virtuales.
Con todo esto no se quiere victimizar ni indicar que el profesorado fue el único que
vivió con angustia y frustración la pandemia. No fue fácil para nadie sobrellevar
la pandemia ni sobrellevar los procesos educativos. Los niños y los padres
también tuvieron su parte. Pero si es válida la reflexión en tanto que a menudo los
desafíos y angustias vividas por el docente o son invisibilizados o disminuidas bajo
la premisa que independiente de las circunstancias adversas, es su obligación
profesional y, por tanto, tiene que cumplir con lo que se le demanda. Podemos
concluir que, enseñar en tiempos normales ya tiene sus desafíos, pero enseñar
en tiempos de pandemia con todas las condiciones adversas que esta traía
consigo implicó sobreponerse a todos los peligros, temores y carencias, y esto
tiene su mérito y debe dársele el justo reconocimiento.
San Salvador, 31 de mayo de 2021.