15.
La educación de los consumidores: una
deuda del sistema escolar en El
Salvador
Rolando Ernesto Herrera Sánchez
rolando.herrera@docente.udb.edu.sv
Mónica Esther Pérez Hernández
monica.perez@udb.edu.sv
Consumer education: a debt of the school
system in El Salvador
Recibido: 2 de noviembre de 2021 Aceptado: 8 de abril de 2022
ISSN 1996-1642 Universidad Don Bosco, año 14, N° 24, Enero-junio 2022
Resumen
En la actualidad, el hiperconsumo se ha
convertido no solo en una práctica normalizada
sino, también, en un símbolo de valía personal.
La posesión de bienes materiales suele percibirse
como un condicionante del valor propio ante
los demás y, en esta lógica, se generan diversos
impactos adversos tanto para el individuo como
para el entorno. Ante este contexto, ¿cuál ha
sido la postura del sistema educativo nacional
para contender la narrativa de la sociedad de
consumo? Ciertamente, en El Salvador se han
implementado algunas iniciativas para responder
a esta problemática a través de la formación
escolar. Sin embargo, las mismas no han logrado
permear de forma significativa en los hábitos de
consumo de los salvadoreños.
Este artículo tiene dos propósitos. Primero, desarrolla
la tesis que la educación de los consumidores
ha sido una temática relegada en el sistema
escolar de El Salvador, pese a ser uno de los ejes
transversales consignados en los Fundamentos
Curriculares de la Educación Nacional. Segundo,
se hace una propuesta de los elementos que
una intervención pedagógica debería incorporar
para el abordaje de esta temática, ya que se
argumenta que la escuela juega un papel crucial
para fomentar el consumo basado en la dignidad
de la persona humana.
Palabras clave: educación, consumo, escuela,
dignidad, sostenibilidad.
Abstract
Currently, hyperconsumption has become not only
a standard practice but also a symbol of personal
worth. The possession of material goods is usually
perceived as a conditioner of one’s own value
before others and, in this logic, various adverse
impacts are generated both for the individual and
for the environment. In this context, what has been
the position of the national educational system to
contend the narrative of the consumer society?
Certainly, in El Salvador, some initiatives have been
implemented to respond to this problem through
education in school. However, they have not been
able to impact significantly in the consumption
habits of Salvadorans.
This article serves two purposes. First, it develops
the thesis that consumer education has been a
neglected topic in the school system of El Salvador,
despite being one of the cross-cutting themes
defined in the Curricular Foundations of National
Education. Second, it proposes the key elements
that a pedagogical intervention should consider
when approaching consumer education from
school, since it is argued that it can play a crucial
role to promote consumption based on the dignity
of the human person.
Keywords: education, consumption, school, dignity,
sustainability
*Maestro en Educación y aprendizaje. Director académico general Colegio Externado de San José
*Maestra en Gestión y Dirección Turística. Directora de la Escuela de Idiomas y Educación de la Universidad Don Bosco.
Para citar este artículo: Herrera, R., y Pérez, M. (2022). La educación de los consumidores: una deuda del sistema escolar
en El Salvador. Diá-logos 24, 15-29
16.
Introducción
Cuando las personas se enfrentan a una oferta comercial tentadora, pueden perder
el buen juicio y actuar irracionalmente, aunque lo ofertado no sea necesario para
satisfacer una necesidad real o urgente. En 2009, una tienda de electrodomésticos
y muebles para el hogar de El Salvador, ubicada en un reputado centro comercial,
ideó copiar la tradición estadounidense del “Black Friday o Viernes Negro, ofreciendo
descuentos especiales en la mañana que sigue al Día de Acción de Gracias; es decir,
al cuarto jueves del mes de noviembre.
Los organizadores nunca sospecharon el rotundo éxito que tendría su iniciativa.
Cuando las puertas de la tienda se abrieron, esta fue tomada por asalto por una horda
de desaforados compradores que, despreciando cualquier convencionalismo, se
comportaron de forma violenta y que dejaron como saldo varias personas lastimadas
además de daños en las instalaciones del referido negocio. En los años posteriores,
almacenes, bancos, supermercados, y todo tipo de comercio no solo han copiado
la idea con resultados beneficiosos en mayor o menor medida, sino que incluso
extienden las ofertas por varias semanas.
¿Qué motiva a las personas a actuar de la manera descrita? ¿el producto ofertado?
¿lo tentador de los descuentos? ¿o la satisfacción que se deriva de la acción
misma de la compra? En el contexto nacional, la raíz a este comportamiento podría
encontrarse en los hábitos consumistas que caracterizan a la población salvadoreña.
Así lo indica el denominado: Desarrollo Humano de la Pobreza y Consumidor al
Bienestar de la Gente (PNUD, 2010), el cual ubicó, en el 2010, a El Salvador como
el tercer país más consumista a nivel mundial. En el estudio se tomó como base la
relación consumo y Producto Interno Bruto (PIB) y se puntualizó que, en el contexto
temporal del análisis, por cada 100 dólares producidos en El Salvador se consumieron
102.4.
En esta línea, Dada (2018) señala que el auge de los comportamientos consumistas
en el contexto salvadoreño tuvo lugar con la implementación del modelo económico
neoliberal. Buckingham (2013) razona que el consumismo es, en efecto, una práctica
inherente del neoliberalismo por medio del cual este se legitima al brindar al
proletariado posesiones accesibles; pero, además un conjunto de representaciones y
placeres que motivan la compra y disfrute de dichos bienes.
En efecto, los compradores al adquirir un bien o servicio perciben que el sistema
funciona a su favor y a la vez quedan seducidos por la experiencia misma de adquirir
un bien, incluso si el mismo es innecesario. El bien en cuestión no solo busca responder
a las necesidades básicas de la persona como de alimentación o vestimenta, sino
que, a la vez, se intenta satisfacer otra serie de carencias subjetivas de naturaleza
simbólica que no provienen del recurso mismo, sino que le son otorgadas por el
mercadeo y la publicidad, tales como el prestigio, la sensualidad, el afecto o el
bienestar (Begoña, 2017).
El consumismo, por lo tanto, necesita ser apoyado por agresivas estrategias de
mercadeo que se encargan de favorecer el vínculo entre el producto y los públicos
meta. Ello con el fin claro de superar a la competencia y así captar un mayor segmento
de clientes en el mercado (Esteban y Mondéjar, 2013).
17.
Los mismos autores señalan que el mercadeo se puede aplicar a cualquier tipo de
elemento siempre y cuando este forme parte de un proceso de intercambio. Incluso
instituciones que, en principio, no persiguen el lucro como universidades, hospitales
y museos emplean este tipo de estrategias mercadológicas con el fin de tener un
público cautivo que les preste atención persistente.
A lo anterior debe sumársele que, en la actualidad, la innovación tecnológica basada
en algoritmos permite al sector productivo tener información detallada y certera de las
características demográficas y psicográficas de la población. Dichos algoritmos son
alimentados por los usuarios de internet que de forma inadvertida brindan información
sobre sus necesidades, intereses y aspiraciones, lo que cataliza el impacto y persuasión
del mercadeo en sus decisiones de compra (Gal & Elkin-Koren, 2017).
En tal sentido, resulta evidente que, en la relación entre proveedores y compradores,
los segundos se encuentran en desventaja y que los primeros usufructúan a partir
de dicha desventaja. Por tal razón es que la Asamblea General de las Naciones
Unidas promulgó una serie de orientaciones generales que armonizaron la protección
de los consumidores a nivel global (ONU, 2016). Dichas orientaciones fueron luego
reconocidas en El Salvador por la Ley de Protección al Consumidor, la cual a lo largo
de los años ha experimentado sucesivas modificaciones (Defensoría del Consumidor,
2019). La última versión, promulgada en marzo 2019 establece en el artículo 38, inciso
f:
Iniciar y potenciar la formación de los educadores y educandos en el campo
de la promoción y protección de los derechos de los consumidores (para
lo cual) la Defensoría del Consumidor y el Ministerio de Educación aunarán
esfuerzos para promover la educación en consumo. (p. 69)
Lo que indica que, desde el marco legal nacional, se ha asumido un compromiso
importante para permear en la ciudadanía y sus hábitos de consumo desde el ámbito
educativo.
En el ámbito escolar la Educación de los Consumidores se incorporó al currículo
nacional en forma de eje transversal en la Reforma Educativa de finales de los años
90 y figura como tal en los Fundamentos Curriculares de la Educación Nacional.
Su propósito es “contribuir a formar actitudes de vida diferentes en relación con el
consumo, desarrollando en los educandos una actitud crítica, responsable y solidaria
que les permita descubrir nuevos hábitos y patrones de consumo” (Ministerio de
Educación de El Salvador, 1997, p. 80).
No obstante, existen graves deficiencias en los programas de estudio de los diferentes
niveles del sistema educativo a nivel nacional en relación con la Educación de los
Consumidores. En efecto, existe, en general, escaza o nula articulación entre ambas
dependencias para la puesta en práctica del eje transversal de Educación de los
Consumidores previsto en los Fundamentos Curriculares de la Educación Nacional.
Ciertamente, las estrategias curriculares no han sido lo suficientemente aguerridas para
enfrentar el embate que el mercadeo ejerce sobre la ciudadanía, lo que redunda en
desconocimiento de sus derechos, consumismo irresponsable y prácticas abusivas
por parte de los proveedores de bienes y servicios. Por ello, se necesita apostar de
forma más decidida por la formación de personas conscientes de sus derechos; pero,
también de sus deberes, haciendo del consumo sostenible un elemento fundamental
de la Educación de los Consumidores.
18.
1. Las discrepancias entre currículo, educación del consumidor y la
práctica
La educación para los consumidores en El Salvador
Cabe señalar que, en el contexto de la Reforma Educativa de finales de los años
90, el Ministerio de Educación (MINEDUCYT) optó por incorporar la Educación del
Consumidor al currículo nacional en forma de eje transversal. En los Fundamentos
Curriculares de la Educación Nacional (MINEDUCYT, 1997), se establece que la
Educación del Consumidor debe “promover un aprendizaje continuo acerca de la
solución de problemas y toma de decisiones en los actos cotidianos de consumo”
(p.80). La Educación del Consumidor, por lo tanto, tiene una dimensión de aplicación
práctica que le es inherente para ser asumida como valor.
De hecho, como señala Arana (2006) solo es posible educar en valores por medio de
conocimientos, habilidades de introspección y reflexión a través de la práctica con
un significado asumido. En esa línea, los Fundamentos Curriculares establecen seis
grandes ejes de estudio en relación con la Educación del Consumidor: “derechos
y responsabilidades de los consumidores, adquisición y uso adecuado de bienes y
servicios; medios de comunicación y consumo; salud y seguridad; servicios de utilidad
pública” (MINEDUCYT, 1997, p. 80).
Adicional a lo anterior, durante la administración del presidente Mauricio Funes se
difundió la Política Nacional de Protección al Consumidor 2010 - 2020, con la intención
de contar con una política definitiva en este tema; es decir, una política de Estado
pensada para ser ejecutada más allá del término de dicho gobierno, tendiente a
mejorar el bienestar de los consumidores y a proteger sus derechos e intereses (Sistema
Nacional de Protección al Consumidor, 2010).
La Política Nacional estableció seis objetivos estratégicos definidos a partir de las
necesidades de los consumidores y de los lineamientos de las Naciones Unidas para
la protección de estos. El cuarto de dichos ejes busca la promoción de la educación
formal e informal de los consumidores en materia de consumo sostenible, con especial
énfasis en los jóvenes. A éstos los considera objetivo prioritario para el cambio de los
patrones de consumo, urgidos de ser críticos respecto a sus prácticas para frenar el
consumismo desenfrenado. En los lineamientos que se trazan para viabilizar el eje en
cuestión, se subraya la necesidad de promover en el sistema educativo nacional la
educación para el consumo sostenible dentro de los programas de estudio de los
niveles básico, medio, superior y de adultos.
19.
2.2 La brecha entre el ideal y la práctica
La educación de los consumidores, por lo tanto, cuenta con suficientes justificaciones
teóricas y legales para que se le difunda e impulse de manera decidida. Tanto en
las disposiciones curriculares oficiales, como en la Política Nacional de Protección
al Consumidor, se encuentran abundantes argumentos que acreditan la necesidad
de promocionarla para contrarrestar los embates y la seducción del mercado. No
obstante, al examinar los programas escolares lo que se encuentra es un abordaje
más bien modesto de dicha temática.
Esta se circunscribió durante mucho tiempo a los programas escolares oficiales de
Estudios Sociales y Cívica que el Ministerio de Educación difundió en 2008, y no se
abordó en otras disciplinas, al menos no de forma directa. En el primer ciclo de
educación básica se le incluye en la unidad 2 denominada “nosotros en el medio”.
Los contenidos que se abordan son: criterios para realizar compras que satisfacen
nuestras necesidades, medidas para cuidar los bienes familiares, instrumentos y
enseres de la tecnología utilizados en el hogar, necesidades de intercambio comercial
entre las personas y factores que influyen en los hábitos y decisiones del comprador o
consumidor (Defensoría del Consumidor, 2017).
De la misma manera, en el bachillerato, el abordaje de esta temática se presenta de
forma casi imperceptible. En séptimo grado, la educación de los consumidores no se
plantea de forma directa, sino como parte de una temática más amplia: los derechos
civiles, políticos, económicos, sociales y culturales en la Constitución de la República
de El Salvador. En octavo grado, se desarrollan dos contenidos relacionados: los
medios de comunicación y su influencia en el consumo (publicidad), y los medios de
comunicación y su influencia en la generación de conductas negativas: consumismo,
violencia, uso de sustancias nocivas.
En bachillerato, se retoma la perspectiva de séptimo grado y la temática de los
consumidores se incluye al tratar la tipología de los derechos humanos, en primer
año, y la clasificación y evolución de los derechos de tercera y cuarta generación,
en segundo año (Defensoría del Consumidor, 2017). Durante un tiempo, también, se
impulsó en bachillerato, un Seminario de Educación del Consumidor, como parte de
la formación Aplicada que la Reforma de 1997 contempló como actividad integrada
de carácter multidisciplinario, bajo la forma de problemas de investigación. La idea
era que los estudiantes tuvieran participación en proyectos que contribuyeran a
mejorar sus condiciones de vida retomando temas relacionados con la educación
en valores, la educación para la paz, los derechos humanos o el medio ambiente
(MINEDUCYT, 1997).
20.
En años recientes, ha habido otros esfuerzos tímidos por abordar la educación para
los consumidores en el sistema educativo, como, por ejemplo, la inclusión de esta
temática en la asignatura Moral Urbanidad y Cívica (MUCi). A partir del decreto
legislativo 278 de febrero de 2016, esta se introduce en el currículo nacional, y dentro
de sus ejes temáticos incluye uno que relaciona la Ecología y la ética de consumo,
el cual busca “procurar que los patrones de consumo sean coherentes con la
sostenibilidad del planeta (con el fin) de construir una ciudadanía comprometida con
garantizar los recursos para las futuras generaciones” (MINEDUCYT, 2018, p. 13).
Sin embargo, al revisar los programas de dicha asignatura, el consumismo se aborda
tangencialmente. En los programas de educación básica, los derechos del consumidor
o el consumo responsable no aparecen declarados como contenidos, mientras
que en tercer ciclo se alude a los mismos en octavo grado relacionándolos con la
convivencia pacífica y armoniosa; en segundo año de bachillerato, se encuentra un
indicador de logro relacionado, en el tema de la perspectiva ética como ciudadanos
de la Tierra. Lo anterior es preocupante, ya que como señalan García y López (2017)
“es necesario estar al corriente de los mecanismos por los cuales podemos ser influidos
por la publicidad” (p. 35).
El sistema educativo salvadoreño no ha logrado generar espacios de reflexión sobre
dichos mecanismos y ha sido escaza su participación para mermar la incidencia
del mercadeo en la población. En síntesis, a la educación del consumidor le sigue
faltando contundencia para enfrentar el bombardeo constante de la que son sujetos
los salvadoreños diariamente.
Más allá de las disposiciones de los programas de estudio o de los lineamientos
estratégicos descritos, la principal disonancia entre los fines de la educación del
consumidor y la forma en la que se ejecuta son las prácticas cotidianas en la escuela
que, por lo general, exacerban el consumismo en lugar de propiciar la mesura.
El denominado currículo oculto favorece todo tipo de gastos superfluos en instituciones
públicas y privadas, muchas veces con la intención de engrosar las arcas de las
mismas instituciones. Fernández (2004), apunta que el currículo oculto se relaciona
“a todas aquellas prácticas, enseñanzas, conceptos, comportamientos, actitudes,
valores que se dinamizan en la práctica social de la escuela y que son producto de
la interacción y negociación entre los miembros de la comunidad escolar” (p. 48). El
currículo oculto, por lo tanto, marcha de forma paralela al oficial y mientras que este
último pregona la moderación en el consumo para asegurar la sostenibilidad del
planeta, aquel favorece el gasto innecesario.
En ese sentido, es imperativo que el sistema educativo nacional no solo se asegure
de fomentar la educación del consumidor desde las temáticas de las asignaturas
correspondientes, sino que, además, de forma transversal en las prácticas cotidianas
que conforman el currículo oculto se modele el tipo de consumidor que se busca
formar.
21.
2. La educación para el consumidor
2.1 El consumo y la educación
A finales del siglo XIX, el capitalismo industrial tomaba fuerza en Estados Unidos y
Europa lo que trajo consigo el surgimiento de la clase media. Esta clase jugaría un
papel preponderante en cimentar una sociedad consumista, ya que su nuevo poder
adquisitivo los convertía en el blanco idóneo para una tendencia emergente: la
emulación pecuniaria (Bocock, 1995). En el imaginario colectivo de la clase media
de la época se popularizó la necesidad de distinguirse de otras clases sociales menos
favorecidas y de asemejarse en mayor medida a grupos aspiracionales pertenecientes
a la clase alta. Esta necesidad se traducía en compras estimuladas por el deseo de
exhibir bienestar superior al de los pares (Veblen, 2002). Es decir, bajo este esquema,
la felicidad podía ser alcanzada, o al menos simulada, a través de la adquisición de
productos o servicios. ¿Suena familiar? Ciertamente, este razonamiento prevalece en
el entorno contemporáneo y en los hábitos de consumo de la sociedad salvadoreña
que están centrados en la necesidad de configurar la identidad propia a través de los
bienes materiales. El consumo como tal es concebido como un medio de distinción
simbólica y en esa medida se ha convertido en el centro de las relaciones sociales,
económicas y culturales.
En efecto, el desorbitado consumo de productos o servicios suntuarios se ha convertido
en una actividad que tiene múltiples impactos negativos en el medioambiente, la
economía, la identidad de la persona, el ámbito político y en las relaciones sociales
(Ruiz, 2005). Sin embargo, la influencia del sistema escolar nacional para amortiguar
dichos impactos ha sido escasa ya que más allá de algunas tímidas iniciativas
curriculares, su alcance ha sido prácticamente imperceptible, particularmente, si
se compara con el grado de persuasión que ejercen los medios de comunicación
tradicional, las redes sociales y las estrategias publicitarias. Wagner (2009) señala que
las clases consumidoras han aumentado a 1,700 millones en el mundo y que su rol
sigue siendo el de siempre: hacer crecer permanentemente la magnitud y el tráfico
de mercancías con el objetivo de lograr más beneficios al capital financiado, sirviendo
de esta manera como medio e impulsor para incrementar el poder financiero a nivel
mundial.
Una de las primeras razones por las que la educación del consumidor sigue siendo
una tarea pendiente del sistema escolar reside en la debilidad de su concepción
teórica por parte del cuerpo docente y del estudiantado. Hace más de veinte
años la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ya insistía en la necesidad de
estimular la elaboración de programas de educación e información del consumidor,
que incluyeran explicaciones sobre las consecuencias en el medio ambiente de las
decisiones y las actitudes de los consumidores.
Dichos programas debían facultar a los consumidores para que supieran juzgar y
realizar elecciones bien fundadas de bienes y servicios, a la vez de concientizarlos
de sus derechos y obligaciones (Naciones Unidas, 2003). A la fecha, sin embargo, la
educación del consumidor carece de esta visión holística y se continúa restringiendo
al simple hecho de advertir a la población sobre aquellos productos que puedan
ser nocivos para su salud o a la prevención sobre estafas potenciales presentes en
el mercado. No obstante, la educación para el consumidor es un acto mucho más
complejo que requiere del desarrollo de conocimientos, habilidades y actitudes que
preparen a la persona para hacer consumo en condiciones que respeten su dignidad
humana (Castillejo, 2011).
22.
2.2 El consumo y la dignidad de la persona humana
La educación de los consumidores es parte de la formación integral de la persona y
tiene tres grandes objetivos a nivel cognitivo, actitudinal y de aplicación. Primeramente,
se persigue brindar la base teórica necesaria para que el individuo conozca su
condición de consumidor y los mecanismos de los cuales dispone para la toma de
decisiones informadas. Segundo, se busca dotar al estudiante con habilidades de
investigación y análisis crítico que le permitan hacer consumo responsable de los
bienes o servicios del mercado.
Finalmente, el tercer objetivo consiste en fomentar la aparición de actitudes positivas
relacionadas con el consumo basado en la dignidad de la persona humana
(Castillejo, 2011). En El Salvador, las iniciativas se han enfocado, principalmente, en el
primer objetivo de la educación los consumidores; pero, siguen adeudando acciones
orientadas a responder a los dos objetivos restantes.
Reflexionado sobre lo anteriormente expuesto, puede establecerse que la educación
para el consumo sirve un propósito social que debe trascender del mero conocimiento
técnico y procedimental que ha tenido su enfoque tradicional. De ahí que Castillejo
(2011), define a la educación para los consumidores como
una educación que informa a los ciudadanos sobre la naturaleza de los
productos que consumen, que enseña a tener en cuenta la relación calidad-
precio y la necesidad de ser exigente; una educación que advierte de las
consecuencias del consumo en el medio ambiente, el desarrollo sostenible y
la calidad de vida y que trata de desarrollar creencias y actitudes adecuadas
que conciencien sobre el deber de consumir sin mermar la libertad y el
desarrollo de los seres humanos para un consumo en condiciones de
dignidad. (p. 36)
Ciertamente, la educación para los consumidores es una tarea compleja con diversos
factores a tomar en cuenta. No obstante, es labor del sistema escolar asegurar que la
población cuente con las herramientas necesarias para funcionar en el mercado sin
sacrificar su dignidad como individuo.
En relación con lo anterior, la Declaración Universal de los Derechos Humanos
(ONU, 1948) establece que la libertad, la igualdad y la solidaridad son los principios
fundamentales que conforman la dignidad de la persona humana. En contraste, el
modelo de la cultura del consumo propone como dignidad algo que únicamente
está asequible a los sectores más prósperos: la adquisición masiva e irracional de
bienes y servicios (Ruiz, 2005). Vale la pena cuestionarse si desde la escuela se fomenta
el análisis crítico del segundo discurso para evitar que los principios de la dignidad
sean desvirtuados. Ante lo anterior, la educación para los consumidores en el sistema
escolar nacional debe recibir un abordaje más directo a esta temática que impacta,
negativamente, a la sociedad en varios niveles.
Además de eso, debe transcender los discursos tradicionales que se limitan a la
parte técnica del consumo y que solo generan apatía y desinterés en la población.
Por el contrario, es necesario que se incorporen los elementos que conforman a la
dignidad de la persona en el acto del consumo desde el ámbito cognitivo, actitudinal
y aplicativo.
23.
3. Elementos de la educación para los consumidores: una propuesta
3.1 La libertad, igualdad y solidaridad como fundamentos del consumo
responsable
Una de las principales funciones de la escuela es la formación de ciudadanos que
puedan integrarse de forma crítica y participativa en la sociedad. Lo anterior es
únicamente posible en la medida que el individuo se informe y haga crítica de su
entorno dado que sin información sólida que le permita emitir juicios propios, estará
a la merced de las narrativas dominantes. En ese sentido, el sistema educativo debe
acentuar el análisis del consumo de forma tal que los individuos puedan no solo tomar
una decisión de compra responsable con base en las características de los productos
o servicios sino también estén en plena conciencia de las motivaciones que los han
llevado a hacerlo y las repercusiones de esta decisión (Consejo de Europa, 2002).
No obstante, el conocimiento en sí mismo es insuficiente para formar consumidores
responsables, también es necesario que el sistema escolar desarrolle habilidades y
actitudes en el estudiantado para el consumo en condiciones de libertad, igualdad
y solidaridad.
En primera instancia, una intervención pedagógica orientada a la educación del
consumidor debe tomar en cuenta la libertad como valor inherente de la dignidad
humana. Indiscutiblemente, el ejercicio de la libertad es lo que habilita al acto del
consumo. Es decir, tanto consumidores como proveedores son libres de comprar y
vender productos o servicios según sus intereses y necesidades. Paradójicamente, el
mismo acto de consumo limita la libertad de la persona cuando esta no es capaz
de actuar de forma axiológica en el proceso y a falta de formación e información, es
víctima de una lógica perversa en la que el tener condiciona al ser (Ruiz, 2005).
El ámbito escolar no escapa a esta realidad, desde muy temprana edad los
estudiantes son seducidos por el consumismo y ante la presión social muchos
supeditan su autoestima al valor de pertenencias materiales o a los servicios a los que
pueden acceder. En esa medida, el rol de la escuela es fundamental para formar
ciudadanos críticos de esta dinámica social para que sus hábitos de consumo sean
producto de una decisión libre, analítica e informada.
Adicionalmente, la educación para el consumidor debe priorizar el valor de la igualdad
por sobre la valía del consumo. Los bienes y servicios poseen un valor que trasciende su
mero uso; estos poseen un valor simbólico que originan jerarquías culturales, distinción
social y exclusión (Ruiz, 2005). En la actualidad, el consumo se ha convertido en una
forma de discriminación social a dos niveles.
Por un lado, la discriminación que ejerce el círculo de pertenencia del individuo a
partir de los bienes materiales y su relación con el poder y el estatus. Es decir, un
profesional será mejor valorado entre sus pares si maneja un vehículo lujoso y si viste
trajes ostentosos. De la misma manera, un estudiante será más popular entre sus pares
si cuenta con un dispositivo móvil de última generación o si asistió al evento social
popular del momento.
24.
Mientras que aquellos cuyo poder adquisitivo no les permite consumir estos productos
o servicios, proyectarán menor valor en su entorno (Iglesias, 2015). Por otro lado, y más
grave incluso, el sentimiento de desigualdad se manifiesta en la autopercepción que
el individuo tenga sobre su valor y sobre su posición social con respecto a la de los
demás; por ejemplo, los estudiantes de estratos sociales más vulnerables pueden ver
su autoestima afectada cuando no pueden adquirir los mismos productos o servicios
que la mayoría de su grupo de pertenencia (Castillejo, 2011).
En esa medida, la educación para el consumidor en la escuela debe desarrollar
actitudes que fomenten una relación sana con el mercado de consumo basada en
la diferenciación entre la identidad personal y la posesión material como dos variables
que no son directamente proporcionales entre sí.
El tercer aspecto que la educación para el consumidor debe reflejar en el proceso
formativo es la solidaridad a través del consumo responsable. La solidaridad como
tercer elemento de la dignidad de la persona hace referencia a la fraternidad que
debe preponderar en la sociedad. En efecto, las acciones individuales tienen una
repercusión directa o indirecta en el entorno y por tanto es necesario desarrollar una
visión más holística del consumo (Alonso & Fernández, 2020). Se puede ilustrar este
punto con la compra de un vehículo ya que esta adquisición puede verse desde dos
perspectivas. Por una parte, se puede ver la compra del vehículo como una decisión
personal sin incidencia en la sociedad.
Por otra, se puede analizar de forma holística e identificar que para su fabricación
existe una cadena de valor y un proceso de producción complejo que involucra
diversas industrias y que por ende genera un abanico de impactos positivos y negativos
en la dimensión ambiental, económica y sociocultural de su entorno. En tal sentido,
no es acertado valorar el consumo como una decisión personal y, por el contrario,
debe entenderse como una acción que repercute de forma directa o indirecta en la
comunidad (Iglesias, 2015).
Por tanto, es necesario que la intervención escolar fomente la reflexión y crítica a la
tendencia global por el consumo desechable y efímero que, en gran medida, ha
acarrado consecuencias adversas en diversos sectores de la sociedad.
En la misma línea de lo anterior, cabe destacar que la dimensión medioambiental
ha sido una de las más perturbadas por el consumismo. Algunos datos demuestran
que el consumo desechable es escandaloso dadas las consecuencias que acarrea
consigo. El sistema de producción de bienes a bajo costo se erige sobre la explotación
desmedida de los recursos naturales y a la vez, sobre la explotación de los trabajadores
en los países en desarrollo, que devengan remuneraciones exageradamente bajas,
no proporcionales a su labor y esfuerzo (Wagner, 2009).
El problema de los plásticos de todo tipo, desde botellas a envoltorios, es altamente
preocupante, calculándose en 12 millones de toneladas de plásticos que llegan a
mares y océanos afectando a más de 1,300 especies de seres vivos de todo tipo.
Para 2020, la producción de plásticos se aproximará a los 500 millones de toneladas,
lo que representa un 900% más que hace 40 años.
Selvas tropicales enteras, en Indonesia y la Amazonía han sido arrasadas para
producir, soja y aceite de palma. El consumo desmedido de combustibles fósiles, la
contaminación ambiental y la sobre explotación del agua, los suelos, los bosques y los
minerales, comprometen la existencia de la vida (González, 2019). No cabe duda de
25.
que el sistema escolar tiene un desafío urgente para educar en valores primordiales
como la austeridad, la honestidad, la misericordia, la justicia, la libertad y la paz que
sustentan el consumo sostenible y responsable, en contraposición al predominio del
egoísmo, el engaño, el despilfarro y la violencia (Programa de las Naciones Unidas
para el Ambiente, PNUMA, 2010).
Los datos consignados hacen ver los extremos y las consecuencias que han acarreado
consigo la producción y el consumo desmedido. El contexto descrito hace que la
solidaridad deba prevalecer como uno de los elementos clave de la educación
de los consumidores. A través de esta se puede invitar a las personas a reflexionar
sobre la incidencia de sus acciones y sobre cómo sus hábitos de compra pueden
convertirse en un aporte importante para un consumo sostenible y responsable o, por
el contrario, en una acción que impacte, negativamente, en su propia vida y en su
entorno socioambiental.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU), insiste en el hecho indicando que los
programas de educación del consumidor deben incluir necesariamente la protección
del medio ambiente, así como el manejo eficiente de materia prima, energía y agua.
A la vez, insta a los gobiernos, organizaciones de la sociedad, al comercio y a las
organizaciones ecologistas y de consumidores, a promocionar las modalidades
sostenibles de consumo, entendiendo como tal la satisfacción de las necesidades
de bienes y servicios de las generaciones presentes y futuras desde la perspectiva
económica, social y ambiental (Naciones Unidas, 2003).
26.
4. Conclusión
El consumo forma parte inherente de la vida; pero, como se ha argumentado a lo largo
del artículo, esta acción debe llevarse a cabo de forma responsable. No obstante, este
ideal dista mucho de la realidad actual en la que prevalece el consumo imprudente
e impulsivo. En este segundo caso, la cultura del consumo diluye la dignidad de las
personas que priorizan la valía de lo material y se ven sujetas a la dinámica que dicta
el mercado, la publicidad o las campañas de mercadeo.
En esta misma línea argumentativa, Buckingham (2013) y Dada (2018) resaltan que el
sistema capitalista, regido por la ley de la oferta y la demanda, procura por todo tipo
de medios generar necesidades triviales que no responden a necesidades objetivas.
Ciertamente, el interés del mercado reside en la búsqueda del usufructo en beneficio
de los proveedores sin importar las consecuencias que ello represente para el individuo
y la sociedad. Bajo dicho contexto, tal como lo razona Wagner (2009), el consumidor
poco informado está a merced de dicha narrativa, la cual da lugar a una serie de
dinámicas que no solo tienen efectos adversos en el individuo que puede ser sujeto
de todo tipo de abusos, sino también en su entorno, con el consecuente daño en el
medio ambiente y los recursos naturales.
En El Salvador, el sistema escolar adeuda una intervención integral desde varios frentes
que logre este cometido; es decir, procurar consumidores debidamente informados
de sus derechos básicos y sus deberes inherentes, conocedores de la legislación
vigente, los productos peligrosos, las instancias a las que recurrir en caso de abusos y
los fundamentos del consumo sostenible, entre otras temáticas relacionadas. A lo largo
de los años han surgido diversas iniciativas en este sentido, que se han ejecutado para
brindar algún grado de información y protección a los consumidores, sobre todo en
forma de campañas de educación no formal, así como la inclusión de estos temas
en forma de eje transversal dentro del currículo nacional.
No obstante, dichos contenidos figuran de manera muy limitada en los programas
de asignaturas tales como los Estudios Sociales y Moral, Urbanidad y Cívica (MUCi) y
tienden a apuntar más a la dimensión cognitiva que a la procedimental y actitudinal.
Es decir, las escasas estrategias que se han implementado forman a la persona para
conocer sus derechos y deberes como consumidor; pero, no se enfocan en formar
ciudadanos críticos con habilidades o actitudes orientadas al consumo responsable,
capaces de desarticular los mensajes subrepticios que la publicidad y los medios
de comunicación trasladan a los consumidores con el fin de exacerbar la compra
desmedida e irracional. Por otra parte, el fomento de valores tales como la austeridad,
la honestidad o la justicia, se han dejado de lado en el abordaje del consumo
sostenible, siendo que la actuación de las personas respecto al consumo posee una
dimensión axiológica que no debe descuidarse ni dejarse de lado.
En conclusión, es imperativo convertir a la educación nacional en la vía para formar
ciudadanos críticos de la sociedad de consumo y las dinámicas que en ella concurren.
El sistema escolar, a través de la educación del consumidor, desempeña un papel
crucial como catalizador del consumo basado en la dignidad de la persona y en
la corresponsabilidad social y ambiental. Para ello, se vuelve necesario superar las
débiles estrategias que históricamente se han implementado en el abordaje de este
tema y apostar por acciones decididas que logren paliar el influjo del mercado sobre
el alumnado.
27.
La educación de los consumidores en El Salvador debe reforzar sus objetivos
actitudinales y de aplicación, fomentando la capacidad crítica de los estudiantes
frente a la publicidad, así como las actitudes de consumo digno. Para lograrlo es preciso
complementar su visión enunciativa y conceptual, centrada en el conocimiento de los
derechos y deberes de los consumidores, con otro tipo de estrategias de enseñanza
participativa que coloquen a los alumnos en el centro del hecho educativo.
Además, deben tenderse puentes más firmes entre la educación de los consumidores
y la educación ambiental, con el fin de que la juventud comprenda las conexiones
existentes entre el consumo irresponsable y el daño que este infringe a los ecosistemas.
Esto supone motivar a los estudiantes a que se cuestionen sobre los recursos utilizados
en la producción de los bienes que adquieren, el impacto de estos en la naturaleza,
las razones que los motivan a adquirirlos, el uso que le van a dar al producto adquirido
o el destino que a la postre correrá cuando sea desechado.
Desde las esferas de gobierno, es necesario revisar a fondo la Política Nacional de
Protección al Consumidor de cara a los cambios ocurridos en la forma de venta y
adquisición de bienes y servicios desde que fuera publicada.
En los años transcurridos desde que se difundió dicha Política, las estrategias
publicitarias se han vuelto más sofisticadas, en gran medida por la irrupción de las
redes sociales que recogen y almacenan datos de sus usuarios muchas veces de
manera engañosa. La publicidad fraudulenta, la suplantación de identidad y otro tipo
de prácticas abusivas debieran regularse, de modo que todo lo que no es legal en el
mundo real, no lo sea también en el ciberespacio. La escuela tiene el reto de preparar
a los jóvenes para enfrentar de manera razonada y con juicio crítico el ancho espacio
del comercio virtual en donde los límites de lo que es legal o ilegal, tienden a diluirse.
Es urgente, por tanto, priorizar la libertad, la igualdad y la solidaridad como principios
inherentes del consumo responsable y sostenible. Dicha priorización debe realizarse no
solamente a través del discurso, sino generando cambios en las prácticas escolares
y el fomento de gastos innecesarios dentro de las mismas instituciones educativas,
pues poco se logrará si la escuela misma en lugar de frenar el consumo irresponsable
lo fomenta. La educación del consumidor debe formar parte de los currículos de las
asignaturas ya existentes y ser fundamentado de forma transversal e interdisciplinaria.
28.
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