
6.
A partir de estas preguntas intentaré reflexionar y brindar recomendaciones sobre
estas cuestiones que ahora más que nunca las debemos atender en nuestros procesos
de enseñanza y aprendizaje, para dar una respuesta apegada a lineamientos éticos
y de integridad académica.
Ahora bien, cuando abordamos el concepto de integridad académica hacemos
referencia a los valores institucionales, éticos, respeto, honestidad, responsabilidad,
compromiso, confianza, equidad y justicia. Principios que deben ser puestos en
práctica en todas nuestras actuaciones como comunidad educativa. En esta misma
línea, la Oficina de Integridad en la Investigación de los Estados Unidos (ORI) y la
Asociación Americana de Psicología (APA) afirman que la integridad y honestidad
académica implican citar las fuentes de ideas, textos, imágenes, gráficos u obras
artísticas que se emplean en el entorno universitario, y no se debe tomar información
realizada por otros o por sí mismo sin revelar la fuente correspondiente.
Por su parte, la palabra ética proviene del griego ethos, que significa “carácter” o
“modos de ser”. Es una disciplina de la filosofía que tiene como carácter normativo
y práctico las actuaciones en el entorno social; es decir, se relaciona con las
capacidades de las personas para actuar de manera coherente en el contexto
donde viven. Entonces, una persona ética mide los efectos que producen sus actos y
selecciona aquellos que tienen resultados a favor de lo moral (Cointe, 2016).
Autores como Bonnet, Boissier y Vallée (2018) plantean que las personas con
ética deontológica (conocida como ética de la obligación o del deber) actúan en
correspondencia con las normas establecidas en la sociedad. Estos mismos autores
establecen que la ética de la virtud hace referencia a que una persona es ética, solo
si piensa y actúa coherentemente desde los valores morales, cuya actuación debe
nacer de forma intrínseca como elemento importante de credibilidad.
Entonces, tomando en consideración estos elementos de la ética toda aplicación
de la ciencia y la tecnología debe partir del respeto y la protección de las personas,
considerándolas con autonomía, evitando dañarlas, resaltando los beneficios y
reduciendo los perjuicios que podrían existir. Por consiguiente, hacer el bien es una
obligación de la ética, por lo que esto nos condiciona sobre la necesidad de establecer
normas, que permitan que los riesgos de cualquier investigación sean evitables, que
esté bien diseñada y que los investigadores tengan las competencias adecuadas
para llevarlas a cabo, garantizando siempre el bienestar de los participantes (González
y Martínez, 2020).
No hay duda, que con la incorporación de herramientas de IA nos enfrentamos
a nuevas realidades que exigen una transformación en los marcos jurídicos, éticos y
morales de nuestros países. Por esta razón, la Unesco (2021) considera a la ética como
una base dinámica para la evaluación y la orientación de normativas sobre el uso de
las tecnologías de IA, tomando como referencia la dignidad humana, el bienestar y
la prevención de daños.
Para irnos aproximando a los desafíos éticos más relevantes que tenemos con el
uso de la IA podemos mencionar los siguientes: responsabilidad, toma de decisiones,
rendición de cuentas, sesgos, equidad, privacidad, protección de datos, empleo,
automatización, transparencia, explicabilidad e impacto en la autonomía humana.
De ahí que, la importancia de asumir esto desde un enfoque integral, que incluya los
aspectos, culturales, históricos, morales, políticos, filosóficos donde el ser humano esté
al centro (Dávila y Agüero, 2023).