
De los bachilleres sólo un poco más del 40% acceden a la Educación Superior.
La tasa de analfabetismo en mayores de 10 años todavía ronda el 13.9%, donde
el sexo femenino y el área rural son los menos favorecidos. La escolaridad
promedio de los salvadoreños apenas llega a 5.9 y alcanzar el promedio de 11
parece una meta difícil de cumplir.
En términos de logros de los aprendizajes y calidad educativa, los datos tampoco
son alentadores. El Segundo Estudio Regional Comparativo Regional Comparativo
y Explicativo (SERCE), prueba internacional en la que El Salvador midió el desempeño
de los alumnos de tercer y sexto grados, estableció que los resultados reflejan
niveles bajos de rendimiento escolar en la Educación Primaria con respecto al
promedio latinoamericano. Las PAES y las PAESITAS que miden los logros de los
estudiantes que terminan bachillerato, los estudiantes de tercero, sexto y noveno
grados arrojan promedios que no pasan del cinco desde hace años. Algo similar
pasa con los resultados de los estudiantes que toman la ECAP y los graduados
de derecho que toman el examen para ser autorizados como abogados de la
República, donde hay altos porcentajes de reprobación. El mismo criterio aplica
a las instituciones educativas. De las 39 instituciones de Educación Superior, sólo
doce están acreditadas; y de los 982 colegios privados, sólo 255 tienen
categorización A. De acuerdo a la UNESCO, El Salvador retrocedió ocho puntos
en el índice de desarrollo educativo.
El acceso a la tecnología, que es una herramienta fundamental para que los
países salgan del subdesarrollo, es otro talón de Aquiles. El Informe de la CEPAL-
2008 establece que en El Salvador, por una computadora hay 98 alumnos. EL
programa conéctate, cuyo propósito es llevar tecnología a las aulas todavía no
incide. El acceso a los Infocentros también tiene un bajo número de usuarios,
pues sólo ocho mil personas acceden a Internet, comparado con el resto de
países donde el promedio es de 2,500 usuarios.
Se pueden enumerar muchas otras situaciones que ilustran las falencias en
educación. Pero más que hacer un análisis pesimista y una proyección
desalentadora de la situación, se trata de insistir en la necesidad de reconocer
que la educación es el instrumento para el desarrollo de la persona y de la
sociedad. Se trata de insistir en su capacidad transformadora de la realidad y
de la condición humana. Se trata de insistir en la necesidad de darle seriedad,
visión y compromiso por hacer de la educación un proyecto de nación. Sin una
apuesta responsable, coherente, sostenible, inclusiva, de largo
alcance se pone en situación de riesgo mayormente a los jóvenes y compromete,
en el presente y el futuro, las posibilidades de desarrollo económico, social y
político del país. Mientras eso no cambie, se seguirá inmerso en un entorno
particularmente violento, excluyente, frustrante e incierto, caracterizado mayormente
por los altos índices de delincuencia, pobreza, migración, deterioro ambiental,
corrupción, baja productividad, y eternos desafíos.
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