Editorial
Una lección por aprender
Cada vez hay un mayor convencimiento de que la educación es la mejor
garantía para el progreso de los ciudadanos y de los pueblos. Por eso, una
de las preocupaciones de toda sociedad es hacerse de un sistema educativo
que sea eficiente, pertinente, relevante y congruente con las necesidades de
desarrollo y crecimiento tanto del individuo como de la sociedad. Con esa idea
en mente, los gobiernos asignan buena parte de los recursos del Estado, diseñan
sus políticas y echan a andar sus aparatos educativos. Sucede en muchísimos
casos que pasados los años, se verifica a través de pruebas nacionales,
internacionales o simplemente a través del escrutinio público que este sistema
educativo no reporta los resultados esperados ni cumple con las expectativas.
Vienen el escepticismo, luego el desencanto y después las críticas. Más tarde
vienen las reformas educativas y tiempo después las contrarreformas. Es la de
nunca acabar. Latino América conoce bastante bien esas historias.
Ciertamente, Latino América proporciona un amplio abanico de sistemas
educativos. Los tiene tradicionales y excluyentes, incoherentes con la realidad y
hasta contradictorios con las aspiraciones humanas y los entornos sociohistóricos
a los cuales está llamado a responder. Hoy por hoy existe la convicción de que
la educación progresó mucho más lentamente en América Latina que en el
resto del mundo.
Por eso, ante ese panorama poco esperanzador, vale la pena retomar un
ejemplo exitoso que acaso nos deje algunas enseñanzas, señale algunos
posibles caminos y nos devuelva la convicción de que una mejor educación sí
es posible. Ese es el caso del sistema educativo de Finlandia.
Finlandia, un país nórdico de aproximadamente 5.3 millones de habitantes,
tenía hasta los años sesenta un sistema educativo que ellos mismos calificaban
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Editorial
de catastrófico. Tenían escuelas de élite y escuelas públicas, como en muchos
otros países, ocasionando fuertes disparidades entre los alumnos. Pero en los
años setenta decidieron dar un nuevo rumbo a su sistema educativo. Primero
se pusieron de acuerdo sobre la dirección que querían tomar antes de iniciar
la reforma y luego la mantuvieron a pesar de los cambios de gobierno. Los
cambios a su sistema fueron profundos pero coherentes.
El nuevo sistema se pensó desde la igualdad y la calidad y de acuerdo con
los principios de democracia que promueve este país nórdico. Este sistema
propone una educación gratuita y obligatoria durante nueve años, comenzando
a la edad de siete. Esta gratuidad incluye no sólo la matrícula, sino también
comidas, libros, transportes, médicos, psicólogos, clases de apoyo y educadores
especializados. Ya no existen escuelas de élite como en el pasado.
El modelo finlandés, a diferencia del que impera en la mayor parte de países,
no castiga ni margina al estudiante lento”. Al contrario, todo el sistema está
pensado para recuperarlo y permitirle desarrollarse. Por ejemplo, a los que rinden
menos en matemáticas se les coloca en clases más pequeñas, de modo que
puedan tener un mejor acceso a la ayuda del profesor. También los alumnos
más brillantes ayudan a los que se vienen rezagando. Como en todo grupo
humano, hay diferencias de rendimiento entre el alumnado, pero este modelo
se centra en la igualdad de oportunidades y el apoyo a los frágiles. Es lo que
llaman escuela inclusiva en Finlandia: todos tiene la oportunidad de estudiar
lo que les interesa y lo hacen a su ritmo, trabajando en cooperación, no en
competición.
Una clave indiscutible del éxito finlandés para obtener una educación de
calidad radica en el grado de compromiso y la sobresaliente preparación de sus
educadores. Los profesores finlandeses son reclutados entre los mejores alumnos
de bachillerato con notas de ingreso que tienen que superar el 9/10. Todos los
profesores pasan al menos cinco años en la universidad para entrenarse en
pedagogía y en una especialidad adicional si quieren enseñar en los tres últimos
años de secundaria. Además se les ha otorgado el máximo reconocimiento
social posible y gozan de un prestigio similar a los médicos o los abogados.
Finlandia dedica cerca de 6% de su PBI a educación. Con este porcentaje
se ubica en la media de inversión de las naciones desarrolladas. Países como
Islandia, EE.UU. y Dinamarca dedican el 7,5% de su PBI, mientras que países
como Italia, España y Japón destinan 5%. Para sus habitantes, Finlandia dispone
de 4,433 centros educativos (de los cuales sólo 27 son privados), 31 escuelas
politécnicas y 20 universidades. Los casos de abandono o de repetición han
bajado de manera espectacular y hoy el 99,7% de los 586.381 alumnos
finlandeses termina la enseñanza básica.
En el informe PISA (Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos), en
el que participan 275.000 estudiantes de 15 años de 41 países, los estudiantes
finlandeses ocuparon en sus dos ediciones, 2000 y 2003, el primer puesto en
habilidad lectora, comprensión de la escritura y cultura, ciencia y matemática
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y se colocaron entre los cuatro primeros en otras materias, superando a sus
pares de Estados Unidos, Francia, Canadá y todos los demás países ricos.
El excelente rendimiento de los alumnos finlandeses, si bien está directamente
relacionado con alto grado de formación y desempeño del profesorado de
educación primaria y secundaria, también es el resultado de la suma de tres
factores que se interrelacionan: el familiar, el sociocultural y el escolar. En el caso
finlandés estos factores se coordinan y potencian unos a otros dando lugar a los
notorios resultados académicos de sus estudiantes.
Organizaciones como la UNESCO, la Organización de Cooperación y Desarrollo
Económico (OECD por sus siglas en inglés) y una serie de estudios especializados
confirman año tras año que Finlandia cuenta con el mejor sistema educativo
del planeta. Sin sobrepasar el volumen de inversión promedio de los países
desarrollados, pero sí invirtiendo mejor sus recursos, el gobierno finlandés brinda
educación gratuita y de primer nivel para todos.
¿Qué enseñanzas nos deja el caso de Finlandia? Nos deja muchas. La primera
es que hay que soñar qué educación se quiere y luego tener la valentía
para buscarla. Decidir a dónde se quiere llegar y evitar la improvisación son
la clave. Segundo, que ningún proceso de cambio se da de la noche a la
mañana. Todo proceso toma tiempo, requiere paciencia y demanda mucha
constancia. Tercero, proporcionar una educación inclusiva, educación para
todos en condiciones de igualdad de oportunidades de tal manera que
nadie se quede sin ir a la escuela ni rezagado. Cuarto, que la preparación y el
desempeño docente son cruciales para proporcionar educación de calidad.
Esto implica también darles el reconocimiento económico y el prestigio social
que se merecen. Quinto, que cada pueblo, nación o sociedad debe pensar un
sistema educativo a la medida de sus necesidades y aspiraciones, de acuerdo
a su contexto sociocultural y económico y echarlo a andar como proyecto
de nación, sin copiar sistemas ajenos ni tropicalizar fórmulas de otras latitudes.
Sexto, asignar todos los recursos que sean necesarios y administrarlos de la mejor
manera posible.
Seguramente hay muchas otras enseñanzas que podemos retomar, pero lo
cierto es que Finlandia y su sistema educativo nos dan un ejemplo a seguir y
una lección que nosotros todavía debemos aprender.
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