
Editorial
En términos de calidad también arrastra deficiencias y carencias. El país viene
haciendo básicamente lo mismo desde hace treinta años y por treinta años ha
obtenido resultados mediocres. Tal como lo dijo Einstein, es una locura seguir
haciendo siempre lo mismo y esperar resultados diferentes. Dicho que calza
justamente al caso salvadoreño, donde hasta este momento el Estado no
cuenta con políticas innovadoras, de largo plazo que garanticen una educación
de calidad, por tanto no se puede esperar que los indicadores educativos
mejoren. Es más, en muchos casos se cuenta con infraestructura deficiente,
faltan equipos y tecnología y hasta escuelas, pupitres y profesores. El promedio
de la PAES nunca ha llegado al seis. El índice de analfabetismo, con un 16%, es
uno de los cuatro más altos de Latinoamérica, y el nivel de escolaridad apenas
llega al 5.9.
Es igualmente sabido que la educación superior también tiene sus propias
limitaciones. Históricamente, las universidades han construido su quehacer
universitario sobre la base de la docencia y la profesionalización de los jóvenes.
Tarea que en sí es importante, pero insuficiente. Más allá de eso, el histórico
universitario registra promedios que no superan el 1.49 por ciento de sus
presupuestos para la investigación, tienen pocas revistas de arbitraje internacional,
pocos registros de patentes y una débil relación entre universidad empresa.
Como centros de pensamiento y difusión de la cultura tienen dificultades para
producir y difundir conocimientos, hacer crítica y reflexión sobre la realidad
del país o proponer formas novedosas y efectivas de solucionar los variados
problemas de la sociedad.
Lo interesante del caso, mejor dicho, lo preocupante del caso, es que países
como Singapur, Irlanda y Finlandia, que hace 30 años se encontraban en
niveles similares de desarrollo pudieron obtener avances significativos a base
de educación y hoy son naciones mucho más prósperas y con mejor desarrollo
humano. El Salvador, por su parte, todavía tiene un sistema educativo que en su
propia dinámica –o en su propia inercia- aprendió a desarrollar su círculo vicioso
del cual no sabe cómo salir. El desarrollo de una nación –de su gente– no es
tanto una cuestión de recursos, es más una cuestión de visión, de planeación de
largo plazo que requiere esfuerzos, disciplina y cuyos principales peligros son la
improvisación, el cortoplacismo, el conformismo, el acomodamiento. Así viene
este año, y luego vendrán los otros y encontrará a esta pequeña nación, si no
se le da brújula, sí no se toman las medidas pertinentes y oportunas, arrastrando
las deficiencias, las incongruencias y los vacíos educativos de siempre, y
condenando de paso, a toda una nación al eterno rezago.
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