
Editorial
4.
La violencia es multicausal y multidimensional –y tiene múltiples expresiones como
se anotó arriba–. La violencia sólo puede entenderse desde la complejidad
de sus factores asociados: políticos, económicos, sociales, históricos, culturales,
psicológicos y educativos. Igualmente importante resulta desmitificar la pobreza
y el desempleo como las causas de la violencia o que ésta esté determinada
por factores genéticos y étnicos.
La violencia es una manifestación –causa y consecuencia– de descomposición
social. Al ser la violencia un fenómeno social, se traslapa con la educación. ¿Es la
educación la responsable de la violencia social? ¿Es la educación la responsable
de solucionar los problemas de violencia en la sociedad? Bueno, la educación
es parte del problema y parte de la solución. Por tanto las instituciones y agentes
educativos no son ajenos a la violencia y no deben verse desvinculados de ella.
De aquí que los primeros llamados a abordar y resolver el siempre creciente
problema de la violencia son la familia, la escuela, los medios, la iglesia, el
Estado. En la medida que éstos cumplan con su función educativa están
manteniendo, acrecentando o resolviendo el problema de la violencia.
Todos los seres humanos somos el resultado de un proceso formativo educativo.
Es evidente, pues, que si hay tanta violencia es porque ese proceso ha fallado
en algún punto. Sí la violencia continúa y se incrementa es porque el proceso
sigue fallando continuamente en mayor proporción. Sí entendemos que somos
el resultado de un proceso de aprendizaje, que los niños no nacen aprendidos y
que deben formarse, entonces es posible educar para la no violencia.
La solución, por tanto, al preocupante problema de la violencia pasa por acudir
a su origen y sus causas, y la primera es la familia. Los padres son los primeros
educadores de los hijos. Cuando asumen la responsabilidad de traerlos al
mundo, también asumen la responsabilidad de su formación. Es en el seno
de la familia que los niños aprenden a recibir y dar afecto, la convivencia
pacífica, a ser tolerantes, comprensivos, respetuosos, solidarios y a ser unidos.
Los valores humanos y principios de vida que aprendan en esta etapa les han
de conducir el resto de su existencia. Es en esta primera socialización que los
niños construyen su imagen e identidad, hacen propio el mundo de sus padres
como único mundo posible, que se implanta en la conciencia y perdura en ella
indefinidamente. Todo eso lo aprenden de sus padres, dentro de la familia.
Los niños aprenden por imitación, por eso necesitan entornos positivos, buenos
modelos de conducta, reglas y límites claros de comportamiento, figuras de
autoridad y afecto. El entorno generado dentro del hogar servirá de modelo
de formación y reproducción en su vida adulta. Si los niños son criados en un
ambiente de estabilidad, de cariño, de no violencia vivirán su vida adulta bajo
estas condiciones. Por el contrario si los niños crecen con modelos permisivos
o represivos en un ambiente hostil, de intolerancia, resentimiento, abandono,
maltrato y odio, podrán reproducir intolerancia, maltrato y odio. Si la violencia se
genera en la familia, el niño aprenderá a ser violento. La violencia se reproduce
en la violencia y se convierte en un problema que se transmite de una generación
a otra. La prevención de la violencia y la cultura de paz comienzan en la familia.