3.
Editorial
Educación y violencia
Vivimos en un entorno violento. Hay violencia en la casa, en el vecindario, en la
calle, en el bus, en la escuela, en los medios de comunicación. Tenemos padres,
madres e hijos violentos; vecinos violentos; delincuentes violentos; conductores
violentos; profesores y estudiantes violentos; programas de televisión y cine
violentos; políticos violentos. Hasta las muertes son violentas y brutales.
Somos una sociedad violenta. Vivimos en una cultura de violencia y hemos
generado una industria basada en la violencia. La violencia la sufrimos y
la pagamos todos, convivimos con ella, la toleramos y hasta la justificamos.
Consumimos, producimos y reproducimos violencia.
Somos violentos. El hombre es violento con la mujer, el marido es violento con
su cónyuge, el padre o madre con el hijo o hija, el hijo con el padre o madre,
el vecino con el vecino, el profesor con el alumno, el conductor con todos los
demás que transiten por la calle, el jefe con el subordinado, el adulto con el niño,
el adulto con el anciano, el pandillero con la sociedad, el político y funcionario
público con la ciudadanía, el que tiene más con el que tiene menos, el que se
cree más con el que cree que es menos. Hasta con el perro de la casa somos
violentos.
Tenemos violencia de todo tipo: el gesto agresivo y la mirada hostil, el regaño
y la reprimenda, el grito y el insulto, el reclamo airado y la burla, la amenaza
y el maltrato, el lenguaje agresivo y el discurso ofensivo, la matonería y la
intimidación, el empujón y el forcejeo, la bofetada y la paliza, el toqueteo y el
manoseo, el acoso y la violación sexual, la mutilación y el crimen. Todas son
diferentes manifestaciones de la violencia, desde la más sutil y aparentemente
ingenua o inofensiva —la violencia simbólica de Bourdieu— hasta la violencia
con saña y barbarie.
Editorial
4.
La violencia es multicausal y multidimensional –y tiene múltiples expresiones como
se anotó arriba–. La violencia sólo puede entenderse desde la complejidad
de sus factores asociados: políticos, económicos, sociales, históricos, culturales,
psicológicos y educativos. Igualmente importante resulta desmitificar la pobreza
y el desempleo como las causas de la violencia o que ésta esté determinada
por factores genéticos y étnicos.
La violencia es una manifestación –causa y consecuencia– de descomposición
social. Al ser la violencia un fenómeno social, se traslapa con la educación. ¿Es la
educación la responsable de la violencia social? ¿Es la educación la responsable
de solucionar los problemas de violencia en la sociedad? Bueno, la educación
es parte del problema y parte de la solución. Por tanto las instituciones y agentes
educativos no son ajenos a la violencia y no deben verse desvinculados de ella.
De aquí que los primeros llamados a abordar y resolver el siempre creciente
problema de la violencia son la familia, la escuela, los medios, la iglesia, el
Estado. En la medida que éstos cumplan con su función educativa están
manteniendo, acrecentando o resolviendo el problema de la violencia.
Todos los seres humanos somos el resultado de un proceso formativo educativo.
Es evidente, pues, que si hay tanta violencia es porque ese proceso ha fallado
en algún punto. Sí la violencia continúa y se incrementa es porque el proceso
sigue fallando continuamente en mayor proporción. Sí entendemos que somos
el resultado de un proceso de aprendizaje, que los niños no nacen aprendidos y
que deben formarse, entonces es posible educar para la no violencia.
La solución, por tanto, al preocupante problema de la violencia pasa por acudir
a su origen y sus causas, y la primera es la familia. Los padres son los primeros
educadores de los hijos. Cuando asumen la responsabilidad de traerlos al
mundo, también asumen la responsabilidad de su formación. Es en el seno
de la familia que los niños aprenden a recibir y dar afecto, la convivencia
pacífica, a ser tolerantes, comprensivos, respetuosos, solidarios y a ser unidos.
Los valores humanos y principios de vida que aprendan en esta etapa les han
de conducir el resto de su existencia. Es en esta primera socialización que los
niños construyen su imagen e identidad, hacen propio el mundo de sus padres
como único mundo posible, que se implanta en la conciencia y perdura en ella
indefinidamente. Todo eso lo aprenden de sus padres, dentro de la familia.
Los niños aprenden por imitación, por eso necesitan entornos positivos, buenos
modelos de conducta, reglas y límites claros de comportamiento, figuras de
autoridad y afecto. El entorno generado dentro del hogar servirá de modelo
de formación y reproducción en su vida adulta. Si los niños son criados en un
ambiente de estabilidad, de cariño, de no violencia vivirán su vida adulta bajo
estas condiciones. Por el contrario si los niños crecen con modelos permisivos
o represivos en un ambiente hostil, de intolerancia, resentimiento, abandono,
maltrato y odio, podrán reproducir intolerancia, maltrato y odio. Si la violencia se
genera en la familia, el niño aprenderá a ser violento. La violencia se reproduce
en la violencia y se convierte en un problema que se transmite de una generación
a otra. La prevención de la violencia y la cultura de paz comienzan en la familia.
5.
Por todo esto la familia es insustituible. Si la familia entra en crisis, la sociedad
entra en crisis; de ahí la imperiosa necesidad de fortalecer su institucionalidad.
El tema de la violencia pasa obligadamente por la educación escolar. La
escuela no es una isla. Cualquier cosa que sucede en la sociedad repercute en
la escuela. La escuela es una mini sociedad que refleja toda la problemática
social. Escuela y sociedad se crean y reproducen mutuamente. Por tanto, la
violencia no es sólo un problema de los que están afuera del sistema escolar, ni
sólo de los que están adentro, sino de ambos.
La escuela, como institución social, tiene funciones sociales-educativas
bien definidas. Una de esas es asegurar la continuidad social. A través de
la educación se transmite todo el patrimonio cultural acumulado por las
generaciones anteriores. La educación es uno de los principales medios
para formar ciudadanos que encajen con los moldes y valores socialmente
preestablecidos. Otra función es adaptar el individuo al mundo social, hacerlo
miembro del grupo, lo cual implica un proceso de socialización a través del
cual el individuo refuerza su identidad y rol dentro de la sociedad. Pero al mismo
tiempo, esa socialización implica aprender las normas de convivencia y reglas
de comportamiento dentro del grupo social, donde las conductas antisociales
son además prevenidas. Esta es la educación como proceso de enculturación
y socialización. Pero cuidado, la escuela como medio de reproducción social
puede, y de hecho lo hace, reproducir patrones y conductas de violencia.
Desde otro ángulo, se asume que la escuela parte de un propósito y concepto de
educación basado en la instrucción, en la formación intelectual, orientado a la
formación profesional. Lo cual es válido y necesario, pero en realidad la escuela
no debe verse sólo como un cúmulo de asignaturas y aprendizajes orientados a
ese propósito, sino como un cúmulo de oportunidades de crecimiento personal
y humano lleno de experiencias de vida y para la vida, para una vida sana,
productiva, prolongada y plena. Por eso, el modelo educativo que una sociedad
adopte dentro de su escuela en un momento dado, se convierte en el modelo
de cultura, ciudadanía y convivencia por el que se está optando. Este modelo
de educación debe sentar las bases para el cambio social a una sociedad
más humana y solidaria, que refleja una apuesta educativa por una escuela
entendida como espacio de paz, con aprendizajes dinámicos de las actitudes,
valores y ciudadanía en convivencia de igualdad. Si se logra que la escuela
se oriente hacia una formación integral del ser humano, no sólo académica y
tecnológica, que educa y forma para la paz desde la infancia, se habrá dado
un paso cualitativo para alcanzar eso que la sociedad espera de ella.
Pero esta pequeña reflexión estaría incompleta si no hablamos aunque sea
brevemente de otros dos agentes educativos que inciden grandemente en
el abordaje de la violencia: los medios de comunicación social y la religión.
Aunque queda claro desde un principio que educar no es la función principal
de estos agentes, igualmente debe quedar claro que ambos tienen gran
incidencia educativa en las personas y por tanto en la conformación de los
valores, prácticas y formas de vida relacionadas con la violencia.
Editorial
6.
Los medios de comunicación tienen gran poder de penetración y socialización,
y sirven entre otras cosas para inculcar valores, generar actitudes y manipular
personas. La incidencia de los medios, que inciden incluso más que la escuela,
es incuestionable en el desarrollo de un sistema de valores y en la formación
del comportamiento, y lo demuestran en el caso de la violencia. Numerosos
estudios dan cuenta que la violencia en la televisión tiene efectos en los niños y
adolescentes como el de volverlos inmunes al horror de la violencia, aceptar la
violencia como un medio de resolver problemas, imitar y reproducir las formas
de violencia de la televisión e identificarse con los caracteres, ya sea como
víctimas o agresores. No se trata de satanizar los medios, pero su gran problema
radica en que socializa la violencia –y otros fenómenos sociales indeseables–
pero no proporciona pautas educativas ni formativas para disminuir su impacto
negativo.
La religión también tiene el poder de motivar y orientar la conducta del individuo.
De ahí que también se espera que la iglesia –de cualquier denominación–
contribuya al cambio social ejerciendo su capacidad de orientar la acción de
la sociedad.
La educación tiene incidencia directa en la formación de hábitos, valores,
patrones conductuales y ciudadanía, que son necesarios para la convivencia
pacífica y para que cualquier sociedad alcance mayores niveles de realización.
Pero la tarea educativa de los individuos no es exclusiva de la escuela, por lo
que si se pretende vivir en sociedades de no violencia, con una cultura de paz,
se necesita unificación de criterios y propósitos entre la familia, la escuela y la
comunidad (medios de comunicación, religión, entidades políticas). Una lucha
frontal contra la violencia requiere un esfuerzo sinérgico de todas las instituciones
y de todos los actores: padres y madres, maestros, líderes religiosos, líderes de la
comunidad y de toda la sociedad en general.