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del presente análisis se retoma aquí la que ofrecen Plog y Bates (1990) quienes
definen cultura como el sistema de creencias, valores, costumbres, conductas y
artefactos compartidos, que los miembros de una sociedad usan en interacción
entre ellos mismos y con su mundo, y que son transmitidos de generación en
generación a través del aprendizaje.
Igualmente importante es explorar los diversos modos de entender la identidad.
Ésta puede abordarse según Esquer (2000) como valor general. En este
concepto moderno, que tiene su origen en Hegel, la identidad se realiza como
identificación, como adscripción subjetiva a unos valores o referentes objetivos
que caracterizan al individuo. Éstos empiezan siendo meros descriptores, pero
con la afiliación al grupo que lo definen acaban configurándolo y vinculándolo
a dicho grupo, aunque separadamente de los individuos ajenos a él. El sujeto
se identifica objetivamente con el grupo y el individuo se identifica con él según
el grado en que afirme y realice las características objetivas definitorias del
grupo.
La identidad también puede entenderse como referencia al origen (Esquer,
2000). Esta identidad se entiende como actualización de la referencia al origen,
a la fuente del ser. El Yo no se define por la afiliación a un grupo. Se define por
la filiación y por la pertenencia originaria que se expresa −significativa, aunque
sólo parcialmente− en una tradición donde se manifiestan las fuentes del ser
que son familia, patria, lengua, cultura, religión. El individuo debe enriquecer y
comunicar todo esto dado que en esto radica el perfeccionamiento personal,
no en la afirmación de la mismidad ni en el grupo, sino en la intensa y cotidiana
actualización del coexistir.
Desde otra perspectiva, el fenómeno de la identidad cultural puede abordarse
desde dos corrientes antropológicas. La primera, la corriente esencialista,
considera que los diversos rasgos culturales son transmitidos a través de
generaciones, configurando una identidad cultural a través del tiempo. La
segunda, la corriente constructivista, en cambio, señala que la identidad no
es algo que se hereda, sino algo que se construye. Por lo tanto, la identidad
no es algo estático, sólido o inmutable; sino que es dinámica, maleable y
manipulable.
Una forma diferente de abordar la identidad cultural es la de la identidad con
relación a la otredad. Esta aproximación implica que la cultura se define a
sí misma en relación, o más precisamente en oposición, a otras culturas. Así,
la gente que cree pertenecer a la misma cultura tiene esta idea porque se
basa parcialmente en un conjunto de normas comunes; pero la apreciación
de tales códigos comunes es posible solamente mediante la confrontación
con su ausencia, es decir, con otras culturas. En este sentido la identidad es
diferenciación hacia fuera y asunción hacia adentro en tanto que un grupo