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Editorial
¿Cómo entendemos la universidad o qué entendemos por universidad en El
Salvador? ¿Cómo la pensamos y dimensionamos? Más importante, ¿cómo
hacemos universidad? Importantísimo además es preguntarnos qué es la
universidad en el sentido estricto, no una buena ni mala universidad, ni pública
o privada, laica o religiosa, ni tampoco ideal, sino universidad en su concepción
primordial, su esencia, función y propósito. Sabemos que lo que asumimos
como universidad a la larga determina lo que hacemos como universidad, lo
que proponemos a la sociedad, lo que se le puede pedir y esperar de ella.
En general, se piensa la universidad como un centro de formación, función de
toda institución educativa, sólo que en este caso a nivel superior, donde “superior
significa en “la parte de arriba del sistema educativo” y no necesariamente
“del más alto nivel o de la mejor calidad”. Se concibe la universidad como
una institución cuya principal preocupación es formar jóvenes y adultos en una
disciplina o área de especialización con miras a una posterior inserción laboral.
Se entiende la universidad como una institución educativa con instalaciones y
cuerpo docente que nos recuerdan mucho la escuela. Puesto de otra manera,
se piensa la universidad como un centro de enseñanza cuyo principal referente
son las edificaciones con muchas aulas dentro de las cuales hay pizarras
y muchos pupitres donde se les “enseña” a los estudiantes. Así entendida,
la universidad se presenta como una extensión del instituto y el colegio de
educación media donde, a diferencia, se imparten “conocimientos superiores”
y se forman técnicos, licenciados e ingenieros. Es algo así como una escuela
grande pero no con niños, sino con jóvenes y adultos.
Se piensa que la universidad está en el aula, no en el campus, biblioteca,
laboratorio, taller, centro de práctica, tecnología o la sociedad misma, por lo
cual estos no son priorizados. Por eso también a menudo se le acusa de estar
Repensando la universidad
Rethinking the university
Editorial
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desvinculada de la realidad y divorciada de la sociedad. Esta es una universidad
pensada para buscar estudiantes, implementar un currículo en una carrera y
desarrollar procesos educativos basados en el contacto profesor-estudiante. Por
eso se privilegian los procesos de enseñanza-aprendizaje por el proceso mismo,
pero se le pone poca atención a la calidad de dichos procesos.
La calidad de la educación no es necesariamente una prioridad y los altos
niveles de exigencia académica no son precisamente una de sus fortalezas.
La excelencia y calidad de la educación de las universidades no quedan
completamente demostradas ya que muchos de los criterios de acreditación
no reflejan precisamente dicha calidad. El número de graduados, por ejemplo,
no dice nada de la calidad de su formación ni de su educación. Además, se
comparan las unas con las otras con estándares nacionales en un contexto de
país, no en el contexto internacional. No son universidades con peso o presencia
regional o internacional y no figuran en ningún ranking.
Dentro de esa misma concepción se privilegia la docencia como la actividad
que marca el ritmo del quehacer universitario. Bajo ese concepto, la universidad
conforma su “planta docente” –no claustro o facultad, sino planta de personal–
donde a cada docente se le asignan sus materias –su carga docente–, donde
la mayoría de los profesores son contratados bajo la modalidad de profesor
hora-clase” y donde la mayoría ostenta un titulo de pregrado. La actividad
universitaria discurre mayormente sobre la base del contacto del docente con
sus alumnos dentro de un aula en un proceso generalmente transmisionista del
conocimiento. Así, los tiempos de la universidad –el ir y devenir del calendario
universitario– lo marcan los ciclos lectivos de clases y el quehacer docente
asume el protagonismo dentro del quehacer universitario.
Igualmente, demasiado a menudo se asume que la principal función de la
universidad es responder a la exigencia creciente de cualificación de la mano
de obra y a las demandas de profesionales, es decir, satisfacer las necesidades
del mercado laboral. Se “ve” a la universidad como la instancia que provee los
conocimientos y desarrolla las competencias laborales y profesionales para que
el individuo pueda insertarse y desempeñarse productivamente en el mercado
laboral. Se entiende que la universidad es la institución que certifica y garantiza
la “eficiencia” y “capacidad” del profesional. Así pensada la universidad,
se presenta como una institución cuya razón de ser y propósito lo marca el
empleador, la empresa, la oferta y demanda laboral. Así, encontramos a la
universidad permanentemente preocupada por satisfacer esas necesidades, y
lo hace diversificando su oferta, creando nuevas carreras y cerrando aquellas
que tienen menos demanda.
Las universidades –unas más, otras menos– se plantean como una empresa.
Están pensadas al modo empresarial y se rigen por las leyes del mercado.
Esto es así no sólo por la mercantilización de la educación que proponen
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algunas universidades, sino también por la lógica de la gestión empresarial
que determina su administración. La universidad, gerenciada al mejor estilo
empresarial, se preocupa permanentemente por cuidar los gastos corrientes, los
costos de operación y maximizar la rentabilidad. Como lo explica Christian Laval,
la universidad, permeada por la concepción neoliberal, considera la educación
como un bien privado, como un bien de cambio, cuyo valor es económico
y por tanto acceden a ella sólo aquellos que pueden pagarla. Pero también
dentro de la misma dinámica del mercado, las universidades se anuncian en los
medios y vallas publicitarias buscando crearse una imagen y capturar clientes
potenciales, como lo hace cualquier otro producto de venta en el mercado. De
aquí que la mejor universidad es aquella que mejor se posiciona en la mente
del consumidor y hace llegar más clientes a sus aulas. Es más, hasta los sistemas
de evaluación y autoevaluación institucional que usan, así como el concepto
de calidad académica, han sido tomados de la empresa.
Dentro de la misma lógica empresarial, la universidad se preocupa porque el
currículo y la carrera respondan a las necesidades de la empresa, que las valide
la empresa. Dicho currículo incluye no solo las competencias laborales, sino
también los valores y las actitudes de docilidad y disciplina de trabajo, es decir,
la formación de subjetividades para la empresa: “asalariados adaptables”. De
hecho, los críticos más duros comparan la universidad con las maquilas, donde
en vez de confeccionar camisas se maquilan ingenieros y licenciados. Pero a
pesar de esta subordinación de la universidad a la empresa, la empresa no
invierte en la universidad ni busca soluciones en la universidad mas allá de la
fuerza laboral que ésta les prepara. La universidad, así entendida, se presenta
como una institución-empresa proveedora de servicios educativos, gerenciada
desde y para los valores de la productividad y la competitividad buscando la
satisfacción tanto del cliente o consumidor –el estudiante– con carreras que
suenan atractivas como la satisfacción del interés privado –la empresa–.
Bajo esta forma de entender la universidad –con sus contradicciones, carencias
y reducciones– se hace universidad en El Salvador. Ante esto es necesario
aclarar que es innegable que toda universidad hace docencia, es una de sus
funciones, pero no la única ni la más importante. Preparar nuevos profesionales
que sean exitosos y productivos para sus familias y la sociedad es también
competencia de la universidad. Aunque resulta obvio que la universidad es
mucho más que eso; no se pretende aquí quitarle méritos o descalificar lo que
ya hace, tampoco se trata de reinventar la universidad. Se trata más bien de
repensarla, de insistir en aquello que ya es, pero que está poco presente en lo
que actualmente hace.
La universidad como tal tiene otras funciones que no son accesorias ni
marginales, sino fundamentales, inherentes al “ser y hacer universidad”. Por eso
hay que dejar claro que el compromiso de la universidad va más allá de la
profesionalización, su misión es buscar la verdad, su compromiso es el desarrollo
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humano –“el desarrollo de las potencialidades y del talento del ser humano”–,
su función primordial es transformar la sociedad a mejores niveles –contribuir
al desarrollo de los pueblos– y su trabajo principal es plantear soluciones a las
diversas problemáticas surgidas de la sociedad misma.
Dentro de las funciones intrínsecas del ser universidad destaca su dimensión
intelectual. La universidad busca formar hombres y mujeres intelectuales,
pensantes y críticos. Como lo expresa Xubiri, a la universidad se llega a hacer
vida intelectual no a recibir y recitar lecciones. La universidad como centro
de formación intelectual, está constituida igualmente por intelectuales, por
académicos, por tanques de pensamiento que buscan interpretar y entender la
realidad, que critican y también proponen soluciones a los distintos problemas.
Dentro de la dinámica académica-intelectual se desarrollan congresos,
simposios, conferencias, conversatorios, lecciones magistrales, intercambios con
otras universidades. Igualmente se publican libros, revistas y pronunciamientos
que dan constancia de su quehacer intelectual y académico. La universidad
es el espacio de la sociedad para el desarrollo y el debate intelectual y
académico.
La sensibilidad social y su carácter humanizante es otra función inherente al
ser universidad. La universidad también busca formar hombres y mujeres
sensibles; ciudadanos críticos, éticos, con valores humanos que precisamente
contribuyan a la conformación de una sociedad más humana, justa, inclusiva
y solidaria. La universidad no puede ser sorda, ciega o muda ante la variedad
y complejidad de los fenómenos sociales, económicos y políticos ni a los
diferentes retos, problemas y abusos que día a día se presentan en la sociedad.
Sus acercamientos hacia la sociedad están marcados por el pronunciamiento,
la crítica, la denuncia, la propuesta o alternativa de solución y no por fines
propagandísticos y promocionales. La universidad autista o indiferente no existe.
La universidad neutral tampoco ayuda. Por su naturaleza, la universidad es una
institución socialmente comprometida.
Otra función de la universidad es la de generar, preservar y difundir la cultura. La
universidad busca además formar al hombre culto así como promover todas las
manifestaciones artísticas, proteger y enriquecer el patrimonio cultural nacional
y universal. La universidad es un verdadero centro cultural y por eso en ella hay
bibliotecas, hemerotecas, videotecas, museos, exposiciones, festivales, recitales,
conciertos, teatro, cine y un sinfín de eventos que promueven y dan cuenta del
quehacer cultural a la sociedad.
Pero además, una función sustancial del ser y quehacer de la universidad la
constituye su capacidad para generar y difundir el conocimiento. La universidad
es un verdadero centro de investigación científica, del desarrollo de las ciencias,
de la generación de conocimiento y su puesta al servicio de la comunidad
científica y académica, de la empresa y de la sociedad en general. De hecho,
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se es universidad porque se hace investigación. La investigación es la esencia
de la universidad, el compromiso que marca la pauta, la razón del “ser y hacer
universidad” ya que ahí se engendran, gestan y paren nuevos conocimientos.
Por eso la universidad tiene laboratorios y campos experimentales, institutos
de investigación, investigadores, equipos y tecnología para la investigación,
patentes, revistas científicas, simposios que dan cuenta del quehacer investigativo
y la generación del conocimiento.
Lo que la universidad hace no tiene sentido si no se difunde y proyecta a la
comunidad, si no resuelve e incide en la sociedad. De ahí que una de las
funciones fundamentales de la universidad es su proyección social, esa
interacción entre lo académico, lo científico, lo cultural y lo social puesto al
servicio de la comunidad.
Por eso, cuando se gradúa un joven de la universidad, no sólo se tiene la certeza
que tiene las competencias laborales, sino también se tiene la certeza que se
ha formado y educado una mujer y un hombre pensante, crítico, sensible, culto,
propositivo, emprendedor, socialmente comprometido y además líder que va a
incidir positivamente no sólo en su lugar de trabajo, sino también en el entorno
social donde se desenvuelva. Así entendida la universidad, así revalorada en
su verdadera y justa dimensión, se hace universidad. Por eso no debemos
seguir insistiendo en una universidad donde abundan los administrativos y
docentes pero escasean los académicos e investigadores, donde abundan los
licenciados e ingenieros pero escasean los doctores, donde abundan las aulas
pero escasean los laboratorios, donde se prioriza la docencia pero se descuida
la investigación.