
Editorial
4.
Por eso mismo no se escribe para perennizar verdades; lo verdadero de lo que
alguien escribe no anula lo verdadero de lo que escriben quienes piensan
distinto. La escritura es el lugar de la diferencia. Las escrituras, aunque sean
“sagradas escrituras”, no pueden ser consideradas verdades deslegitimadoras
de la diversidad de saberes que pueden ser expresadas de forma oral o escrita.
La escritura es una forma de exponernos: exponemos saberes, opiniones,
sentimientos, creencias, memorias, utopías, deseos. Toda escritura es una
exposición realizada desde la elocuencia de los símbolos que elegimos para
exponernos. Cuando escribimos nos exponemos ante las personas lectoras, nos
desocultamos, nos des-velamos, para que nos descifren, nos interpreten, nos
cuestionen, nos interpelen. Por eso la escritura no tiene sentido sin los otros y las
otras.
No se escribe mal, se escribe diferente: las pinturas antiguas en las cavernas, los
caracteres ideográficos de los mayas, las palabras escritas en lenguas latinas,
o en árabe o en mandarín, los grafitis de las pandillas sobre los muros de las
ciudades, los códigos secretos de quienes no quieren ser leídos por todas las
personas, los estilos transgresores de Saramago o de muchos poetas, son sólo
algunos ejemplos de la infinita posibilidad que se despliega cuando de escribir
se trata. Todo intento por uniformar la escritura o por reglamentarla, termina
siendo un ejercicio de imposición irrespetuoso de la diversidad de posibilidades
que se abren cuando nos disponemos a escribir.
En la escuela y fuera de ella, escribir es una acción que se debe disfrutar; es un
juego en el que los significados no están atados definitivamente a unos signos;
es jugar con signos y significados para articularlos de forma no definitivamente
sancionadas; es un juego que implica opciones, decisiones, atrevimiento,
osadía. Es un juego cuyo fin es impredecible, incierto. Quien no se divierte
escribiendo, probablemente aprende poco al hacerlo.
La escritura es comunicación, es poner en común, es “comulgación”, comunión;
es lugar de encuentro entre personas que escriben y quienes leen, entre sus
tiempos y sus espacios; entre sus tramas, y sus huellas.
También la lectura merece algunos cuidados. Toda lectura es una relectura,
es decir una interpretación y una interpelación, desde un lugar social, cultural y
vital concreto. La lectura está marcada por el quién soy, dónde vivo, cómo vivo,
cuándo vivo, con quién vivo, por qué vivo. Por eso no hay lectura neutra, no hay
objetividad ni neutralidad en la lectura, ni tiene por qué haberlas. Nadie puede
forzar mi interpretación.
Toda lectura es un viaje original; es un movimiento, un traslado. Cuando leemos
recorremos otros mundos, nos interrelacionamos con los habitantes de esos
mundos, nos adentramos en otros tiempos y nos los apropiamos.