
11.
sociedades, ha hecho que el pensamiento humano trascienda e indague sin
descanso por los más recónditos rincones del saber.
Como cimiento de este proceso llamado vida, la verdad se pondera como
el factor capital de la educación. Una mala concepción de la vida, llena de
vicios, puede desencadenar una mala formación, una equivocada instrucción
y con resultados de consecuencias históricas y sociales para la humanidad. El
hombre, pues, necesitará de la intervención de la educación para plenificarse,
para ser feliz. Así, dado que el proceso de perfeccionamiento humano nunca
termina y este proceso necesita de la intervención de la educación, ésta, por
tanto, dura tanto como la vida misma de la persona.
La educación, así, es “transformadora” y “realizadora”, pues el fin de todo
hombre consiste en la perfección de su naturaleza, su felicidad, es decir, la
actividad del espíritu que se auxilia de los medios interiores y exteriores para
conseguir la satisfacción deseada.
5. La educación y las virtudes cardinales
Al conectar el tema de la felicidad con el de la virtud, se hace recurriendo, de
nuevo, a Aristóteles (en Vidal, 1991) quien dice que la felicidad es una actividad
conforme a la virtud perfecta, que no se consigue por azar ni es regalo de los
dioses, sino que es el fruto de la virtud. Este concepto de virtud expresa bien
la idea de un crecimiento progresivo, a través del cual, haciendo el bien, la
persona plasma su personalidad moral, volviéndose cada vez más estable y
connatural su orientación hacia el bien (Gatti, 1997). Se insiste, si se habla de un
crecimiento progresivo de la persona hacia el bien, entonces se puede hablar
de educación. En efecto, la educación se debe entender como un instrumento
para que la persona se desarrolle, para que viva bien, es decir para que
obre coherentemente en relación a su fin. Un panorama tal nos indica que la
educación no puede estar dirigida solamente a la inteligencia sino que, también,
debe orientarse a la voluntad. Ambas realidades humanas, la inteligencia y la
voluntad, o potencias espirituales del hombre, deben ser perfeccionadas por
las virtudes cardinales. Dicho de otra manera por el Catecismo de la Iglesia
Católica (1992), las virtudes humanas pueden ser adquiridas a través de la
educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia fortalecida por
el esfuerzo, forjando el carácter y dando soltura en la práctica del bien. Así, el
hombre virtuoso será feliz al practicarlas.
¿Qué son las virtudes cardinales? Cuatro son las virtudes que desarrollan un papel
fundamental en la educación de una persona, a fin de que ésta no solamente
pueda realizar actos buenos, sino que, además, dé lo mejor de sí misma. Según
la Real Academia de la Lengua Española las “virtudes cardinales de prudencia,
justicia, fortaleza y templanza, son llamadas así porque son principio de otras en
ellas contenidas”. Estas son: