
Editorial
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pública. Por tanto, si se quiere educación han de asumirse en serio sus costos y
si se quiere la mejor educación posible ha de entenderse que hay que pagar
mucho más por ella.
La ecuación costo-beneficio de la educación es simple, clara, contundente e
incontrovertible –se explica y justifica por sí misma. La inversión que se haga o
deje de hacer en educación se traduce, para bien o para mal, en resultados
tangibles y concretos en los niveles de vida de las personas y en el desarrollo de
los pueblos. La inversión que se hace en educación luego retorna a la población
como un activo social que incide positiva o negativamente en ella. Por eso, si se
cree que la educación es una necesidad accesoria y postergable, que supone
un lujo y por tanto un costo gravoso o “un gasto”, que ante una diversidad de
necesidades acaso más urgentes –salud, seguridad y trabajo, por ejemplo–
y unos recursos económicos limitados, el país no puede permitirse, debería
considerarse el costo para la sociedad de no invertir en ella.
Si no se invierte en educación, la sociedad pierde un derecho legítimo e
inalienable y el país se estanca, se atrasa y flota a la deriva. Si se recortan los
recursos económicos en educación, se reduce la oportunidad de todo un
pueblo a construir un mejor país y soñar con un mejor futuro personal. Si se asigna
un presupuesto exiguo para educación, a la sociedad sólo se le puede procurar
una educación exigua y mediocre. Si no se prioriza la educación de entre otros
rubros en la vida nacional, se condena a todo un país al eterno subdesarrollo,
ya que no hay desarrollo sin educación, sin buena educación. Sin educación
los pueblos pierden su identidad, su conciencia social y su memoria histórica.
Si se roba, se pierde o se administra ineficientemente el dinero asignado a
educación, se roba y se pierde el futuro de un niño, de muchos niños, de toda
una generación. Si se inventa un sistema educativo de caricatura con el cual
se “entretiene” a niños y jóvenes, igual, el país pierde porque la educación es
una actividad comprometida y no se improvisa. Si para educación se asigna un
presupuesto del quinto mundo, obtienes una educación del quinto mundo para
construir un país del quinto mundo con ciudadanos de quinta categoría. Si no
se invierte en educación, todos los males y demonios mencionados al inicio no
sólo se hacen presentes, sino que se entronizan en las sociedades, creando y
perpetuando sistemas y mundos perversos. No invertir en educación es el boleto
más seguro para regresar al oscurantismo medieval.
Los pueblos sin educación –cuyo indicador más significativo es un retroceso o un
estancamiento educativo sostenido–, como bien lo expresa Fernando Bárcenas
(El Nuevo Diario.com.ni, 13 de febrero 2013), son pueblos con vocación a la
extinción donde las personas emigran de sus sociedades fallidas, y quienes