
Editorial
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propositivo; estudiar e interpretar la realidad desde marcos científicos y hacerse 
cargo de dicha realidad; aumentar, gestionar y compartir el conocimiento. 
El doctor basa su crecimiento, competencia y experiencia profesional en 
replantearse una y otra vez todo lo que sabe; en cuestionar, desentrañar, 
comprender y transformar la realidad; en desafiar permanentemente con 
métodos rigurosos, el conocimiento establecido. El doctor es una pieza esencial 
–muy necesaria, aunque no suficiente– para el desarrollo social, económico, 
cultural, educativo, científico y tecnológico en una sociedad o país.
En los países desarrollados –en esas sociedades que valoran la educación y han 
construido a lo largo de su historia una fuerte tradición educativa– tienen una 
claridad histórica en la formación de sus propios doctores, en la retención de los 
doctores extranjeros ahí formados y en la atracción de los doctores formados 
en otras latitudes. En esos contextos, los doctores son valorados, respetados… 
y muy aprovechados. De ahí que muchos de los políticos que acceden a 
los puestos de liderazgo y función pública –presidentes y ministros– poseen el 
título de doctor y no es raro que posean más de uno. De la misma manera, es 
condición sine qua non que los asesores en las distintas instancias y áreas de 
gobierno ostenten el grado de doctor.
Pero estos doctores no solo contribuyen desde la palestra política y la gestión 
pública, sino también en la gestión privada donde son altamente valorados y 
cotizados. Además se les encuentra en los laboratorios, centros e institutos de 
investigación y en las universidades. De hecho, resulta impresionante ver cómo 
las nóminas de profesores en las distintas facultades de las universidades están 
llenas de sólo doctores, donde se dedican a la docencia y a la investigación. 
Igualmente impresionante resulta ver que forzosamente tanto decanos como 
rectores y otras autoridades de alto rango, son doctores. Desde esas trincheras, 
los doctores promueven y empujan el desarrollo económico, educativo y de las 
ciencias e inciden en los destinos de la nación.
Pero claro, nadie valora lo que no conoce y nadie puede dimensionar la 
importancia de lo que no tiene. Ese es precisamente el caso de El Salvador. 
Este país parece no necesitar doctores. Parece llevar una vida tranquila y feliz 
donde los doctores no tienen nada qué decir ni nada qué aportar. ¿Quién 
los necesita? Después de todo, siempre se las ha arreglado para resolver sus 
problemas, construir una sociedad, desarrollar una acción política, implementar 
una gestión pública y privada, hacer cultura y ciencia sin esos personajes. ¡Y 
vaya qué sociedad, cultura y ciencia que tiene!
En los países como El Salvador, más preocupados por la sobrevivencia, donde 
la educación no tiene el valor personal ni social que tiene en otras sociedades, y 
donde la realidad se rige por lógicas inversas, el doctor es una figura profesional 
que no tiene cabida. Para el caso, los líderes políticos, esos que conducen los 
destinos de la nación, son funcionarios que no tienen la formación universitaria 
más adecuada para su cargo, y lo que es peor, demasiado a menudo no 
tienen formación universitaria. Lo mismo puede decirse de sus asesores.