
Editorial
4.
propositivo; estudiar e interpretar la realidad desde marcos científicos y hacerse
cargo de dicha realidad; aumentar, gestionar y compartir el conocimiento.
El doctor basa su crecimiento, competencia y experiencia profesional en
replantearse una y otra vez todo lo que sabe; en cuestionar, desentrañar,
comprender y transformar la realidad; en desafiar permanentemente con
métodos rigurosos, el conocimiento establecido. El doctor es una pieza esencial
–muy necesaria, aunque no suficiente– para el desarrollo social, económico,
cultural, educativo, científico y tecnológico en una sociedad o país.
En los países desarrollados –en esas sociedades que valoran la educación y han
construido a lo largo de su historia una fuerte tradición educativa– tienen una
claridad histórica en la formación de sus propios doctores, en la retención de los
doctores extranjeros ahí formados y en la atracción de los doctores formados
en otras latitudes. En esos contextos, los doctores son valorados, respetados…
y muy aprovechados. De ahí que muchos de los políticos que acceden a
los puestos de liderazgo y función pública –presidentes y ministros– poseen el
título de doctor y no es raro que posean más de uno. De la misma manera, es
condición sine qua non que los asesores en las distintas instancias y áreas de
gobierno ostenten el grado de doctor.
Pero estos doctores no solo contribuyen desde la palestra política y la gestión
pública, sino también en la gestión privada donde son altamente valorados y
cotizados. Además se les encuentra en los laboratorios, centros e institutos de
investigación y en las universidades. De hecho, resulta impresionante ver cómo
las nóminas de profesores en las distintas facultades de las universidades están
llenas de sólo doctores, donde se dedican a la docencia y a la investigación.
Igualmente impresionante resulta ver que forzosamente tanto decanos como
rectores y otras autoridades de alto rango, son doctores. Desde esas trincheras,
los doctores promueven y empujan el desarrollo económico, educativo y de las
ciencias e inciden en los destinos de la nación.
Pero claro, nadie valora lo que no conoce y nadie puede dimensionar la
importancia de lo que no tiene. Ese es precisamente el caso de El Salvador.
Este país parece no necesitar doctores. Parece llevar una vida tranquila y feliz
donde los doctores no tienen nada qué decir ni nada qué aportar. ¿Quién
los necesita? Después de todo, siempre se las ha arreglado para resolver sus
problemas, construir una sociedad, desarrollar una acción política, implementar
una gestión pública y privada, hacer cultura y ciencia sin esos personajes. ¡Y
vaya qué sociedad, cultura y ciencia que tiene!
En los países como El Salvador, más preocupados por la sobrevivencia, donde
la educación no tiene el valor personal ni social que tiene en otras sociedades, y
donde la realidad se rige por lógicas inversas, el doctor es una figura profesional
que no tiene cabida. Para el caso, los líderes políticos, esos que conducen los
destinos de la nación, son funcionarios que no tienen la formación universitaria
más adecuada para su cargo, y lo que es peor, demasiado a menudo no
tienen formación universitaria. Lo mismo puede decirse de sus asesores.