
Editorial
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cuya prioridad es responder a las lógicas e intereses del mercado. La “educación”
para el mercado opera en función de la producción, el capital, la rentabilidad
y el crecimiento económico; define además a las personas que forman parte
del sistema económico como “capital humano” y divide, de paso, al mundo en
empresarios, empleados y consumidores.
En la lógica del mercado, la educación misma se constituye en un servicio
sometido a las leyes de oferta y demanda. En ese contexto, tal como lo ilustra
Marín, “las instituciones educativas más que centros de pensamiento, son vistas
como empresas, en donde se debe garantizar la generación de ganancias
económicas para unos pocos”. Es una educación a la que acceden solo
aquellos “clientes” que pueden pagar dicho servicio.
La educación para el mercado da prioridad a los programas o iniciativas que
permitan el avance de la tecnología o el mejoramiento de la mano de obra pero
solo en función de las necesidades y demandas del sistema productivo, dando
preponderancia al crecimiento económico por encima del desarrollo humano.
De igual forma, sus enfoques y procesos educativos enfatizan la cualificación
de la fuerza laboral y la profesionalización entendida como el desarrollo de las
actitudes y competencias laborales bajo el paradigma de la competitividad.
Pero además, la “educación” para el mercado supone la formación no solo
de un sujeto para el trabajo, como parte de la fuerza laboral, sino también la
conformación de un sujeto que consuma, ya que sin consumo no hay mercado,
y sin mercado no hay capital, y sin capital no hay crecimiento económico. Se
trata de configurar “un sujeto para el cual lo único que cuenta en la vida es
el dinero, su consumo y su disfrute de los bienes materiales. De esta manera
deshumanizado, el sujeto en cuestión pierde todo sentido de humanidad.”
Entonces, en su versión más cruel, a este sujeto de consumo “no le importa nada
más que su consumo, puesto que eso es lo que al sistema le interesa, a ello le ha
empujado, de eso vive; al sistema le interesa que, desde que amanece hasta
que anochece, sólo debamos de vivir para el mercado.” Este sujeto de consumo
debe comprar incluso aquello que no necesita o que está fuera de su alcance.
Este es el sujeto que se endeuda y compromete a futuro el valor económico de
su fuerza de trabajo… sometido, y aprisionado así, por siempre, a un sistema
omnipresente y perverso del que nunca podrá escapar.
Martha Nussbaum reconoce en todo esto una terrible crisis: la crisis de la
educación. Esta es una crisis silenciosa de proporciones gigantescas y de
enorme gravedad a nivel mundial que con el tiempo, si es que no lo es ya,
puede llegar a ser muy perjudicial. El hecho es que las naciones del mundo,
al buscar con tanto afán el crecimiento económico y al transpolar de forma
acrítica y mecánica la economía de mercado a los procesos de formación, no
se tomaron el tiempo para someter esta educación a un análisis profundo, no
se hicieron en su momento ni se están haciendo ahora las preguntas correctas
sobre el rumbo de la educación y, por ende, sobre el rumbo de la sociedad.
Nussbaum advierte las consecuencias de esta crisis: