1.
¿Una escuela para el cambio?
A school for the change?
De la escuela y la educación escolar, la sociedad espera muchas cosas.
Espera, para el caso, que sea el medio para la transformación, trascendencia y
emancipación de la condición humana. Espera que ahí se forme la generación
que en el futuro construirá un nuevo país y una nueva sociedad, más humana
y más próspera. Espera que genere cambios e innovación sociocultural. Espera
que sea el motor del desarrollo y el medio de movilidad social y que incida en el
crecimiento económico del país. Incluso, algunos esperarían que la educación
ahí recibida solucione todos los males y problemas de la sociedad y del individuo.
En el peor de los casos, se espera que el muchacho o la muchacha, al terminar
la escuela, salgan al menos, medianamente instruidos. Ante eso, la preguntas
que debemos hacernos son ¿puede la escuela y la educación escolar cumplir
esas expectativas? ¿Puede nuestra escuela transformar, innovar o promover el
cambio a una sociedad mejor?
De entrada, sin pensarlo mucho, nuestra respuesta automática es decir que
sí. Como decir no, si el estado, la familia y el estudiante mismo invierten tanto
tiempo, dinero y esfuerzo en esa tarea. Claro que sí, si ahí los niños aprenden a
leer, escribir, sumar y restar, a ser ordenados y respetuosos. Definitivamente si, si en
la escuela los niños y jóvenes aprenden los valores y las prácticas socioculturales
con los cuales la sociedad convive y que le dan continuidad en el tiempo. Obvio
que sí, sí de la escuela nuestros jóvenes se convierten en honrados ciudadanos y
trabajadores útiles a la nación.
Pero cuando reflexionamos con más cuidado las respuestas a esas preguntas,
aparecen unos datos y unos argumentos que ya no nos hacen sentir tan seguros.
En El Salvador, para el caso, la infraestructura física de la escuela pública –y
de muchas privadas– es en muchos casos inadecuada, deficiente y ha
permanecido en estado crónico de abandono. No todas las escuelas pueden
reunir las condiciones y recursos esenciales para un óptimo funcionamiento.
Algunas escuelas carecen de energía eléctrica, otras de agua potable, otras
de mobiliario, otras de bibliotecas, o laboratorios y tecnología como Internet
Editorial
2.
Editorial
y computadoras y ofrecen, en consecuencia, condiciones poco favorables
para el aprendizaje. A esto agreguemos la variable docente, la calidad de
su formación, su desempeño, su didáctica tradicional, su poca motivación, la
gran cantidad de estudiantes que atiende y las condiciones de trabajo en el
aula. Luego veamos el currículo, su enfoque, la relevancia y pertinencia de sus
temas, su vinculación con la vida y las necesidades de la sociedad. Todo esto sin
excluir la forma en que la escuela se administra, su liderazgo, su accesibilidad,
su contexto de violencia social y las condiciones, muchas veces adversas, de los
estudiantes que asisten a ella.
Ante eso, no resulta absurdo concluir que si la escuela no reúne las mejores
condiciones posibles, disminuye drásticamente la capacidad para cumplir a
cabalidad eso que la sociedad espera de ella. Porque no es suficiente asistir a la
escuela, es más importante lo que ahí se aprende y las condiciones que ofrece
para que ese aprendizaje sea efectivo. Así las cosas, es válido afirmar que el
sistema educativo de un país es tan sólido y efectivo como su escuelita con más
limitaciones y carencias. Y el sistema educativo salvadoreño tiene demasiadas
escuelitas con limitaciones y carencias.
También podemos buscar las respuestas a esas preguntas a partir de los
resultados que la escuela ha producido en el tiempo dentro de la sociedad. Es
decir, qué tipo de sociedad se ha construido a partir de la educación escolar
o qué cambios dentro de la sociedad son atribuibles a la escuela. Aunque se
debe reconocer que dichos resultados pueden ser apenas visibles o su impacto
no ser fácil de distinguir y cuantificar, por lo que recurrimos a unas cuantas pistas
para hacernos la idea.
Para el caso, en la escuela se enseña inglés por al menos cinco años, pero
resulta que al finalizar los cinco años, la o el joven egresado no ha desarrollado
el dominio ni siquiera de nivel básico del idioma. Simplemente no puede usarlo
para propósitos de comunicación y es una lástima que no haya un examen
estandarizado que con sus resultados respalde esta aseveración. Los resultados
de la PAES son otro referente que nos ayudan a dimensionar la situación. Desde
1999 hasta 2018, el promedio de PAES se ha ubicado en el rango de 4.85-5.9. Es
decir, el promedio de PAES nacional ha rondado históricamente el cinco, que, en
términos estrictos, implica una reprobación de la tarea educativa de la escuela.
Además, en general, los egresados de bachillerato acarrean algunas deficiencias
en su formación y esto se manifiesta en situaciones concretas. Una de ellas
se evidencia cuando los estudiantes que quieren ingresar a la universidad
estatal toman el examen de ingreso, solo un pequeño porcentaje de ellos lo
aprueban. Esto los obliga, si quieren continuar estudios superiores, a ingresar a las
universidades privadas que no tiene ningún filtro de ingreso. Otra situación que
ilustra esta afirmación es cuando los jóvenes ingresan a la universidad, además
de sus deficiencias en las disciplinas y que inciden en los niveles de deserción,
presentan deficiencias en la comunicación oral y escrita: se expresan con
una desestructuración en las ideas, sin argumentos más que su simple opinión
idiosincrática, con un vocabulario reducido, con un lenguaje coloquial a menudo
vulgar. ¿No lo cree? Ponga atención en cualquier pasillo de cualquier universidad
o, si lo quiere, en cualquier calle de cualquier ciudad. Es más, terminan una
carrera universitaria y esas deficiencias nunca las superan.
También podríamos tomar algunos problemas, escenarios o realidades presentes
3.
en la sociedad actual. Para el caso veamos el estado ambiental, niveles de
contaminación, manejo de la basura y condiciones de la biodiversidad en
el país; dimensionemos el nivel de participación ciudadana en las toma de
decisiones que inciden en el país y afectan al ciudadano mismo; reflexionemos
los niveles de violencia y delincuencia que desde hace décadas se viven en el
país y comparémoslos con otras países; verifiquemos los índices de embarazos
en adolescentes, los altos niveles de corrupción en las esferas gubernamentales,
los altos niveles de consumismo y anomia en la población. Aunque las relaciones
de causalidad no les resulten muy claras a algunos, todas estas problemáticas
están vinculadas con lo que se enseña o deja de enseñar en las escuelas.
Un argumento no discutido hasta este punto y que pone en perspectiva el
cambio que se espera de la escuela es el de la socialización y la inculturación.
Se sabe según la teoría educativa que la escuela desempeña una función
socializadora que la familia no puede realizar. Esa misma teoría argumenta que
el propósito de la escuela es incorporar”, “acomodary “adaptara los alumnos
a una sociedad, cultura, lenguaje y pensamiento preexistente por medio de la
educación. Es decir, es la institución que se encarga de comunicar e inculcar
a las nuevas generaciones los saberes socialmente y culturalmente instituidos,
aquellos determinados en un momento histórico como válidos para que perduren
en el tiempo y la sociedad. De ahí que la escuela proporciona conocimientos,
desarrolla habilidades y actitudes que preparen a niños y jóvenes para asumir
responsablemente las tareas de la participación social plena en su vida adulta y
les permitan adaptarse y desarrollarse en el mundo.
A través de la escuela se impone todo el sistema sociocultural, socioeconómico
y sociopolítico dominante y el sujeto es formado para adaptarse a ese sistema
ya existente. Por tanto, aunque resulte difícil verlo, aunque así sea, la escuela
es una institución conservadora que, más que cambiar, innovar y transformar,
busca preservar el patrimonio sociocultural acumulado como sociedad. Como
fuerza conservadora, busca darle estabilidad y predictibilidad al sistema social
existente como condición sine qua non para que la sociedad funcione y se
desarrolle. Como ya lo han dejado claro varios autores, la escuela ejerce una
función reproductora en el sentido que reproduce una sociedad especifica con
sus valores, actitudes, formas de actuar, formas de relacionarse e interactuar,
relaciones sociales de dominación, desigualdades, formas de conciencia,
cargas ideológicas, valores económicos, formas y relaciones de poder. Esto es
así porque la escuela, aunque no lo parezca, es una institución sociopolítica
que además legitima no solo el sistema educativo, sino toda la superestructura
sociopolítica, cultural y económica de la sociedad.
De ser todo esto así, ¿entonces qué es lo que cambia la escuela, qué o quién
cambia la sociedad?
Nelson Rubén Martínez Reyes
Editor
San Salvador, 12 de agosto de 2019.